Marta Domínguez y Silvia María Salado (Investigadoras en UCJC)
Seguro que conoce la historia del Caballo de Troya. Relata cómo los griegos, después de varios años intentando conquistar Troya, lograron su propósito gracias a un enorme caballo de madera en cuyo interior se ocultaron sus soldados. Aprovechando la oscuridad de la noche, asaltaron la ciudad desde dentro.
Pues bien, parece que nuestro enemigo el SARS-CoV-2 ha encontrado un caballo de Troya inesperado en nuestro interior que le ayuda en su lucha: nuestra grasa corporal.
Imaginemos el cuerpo de una persona con obesidad como una ciudad amurallada. La alta cantidad de tejido adiposo disregulado que contiene hace que, en condiciones normales, la ciudad sufra una obstrucción en las vías de suministro (por hipertensión, aterosclerosis o patologías cardiovasculares) y tenga dificultades con la gestión de los alimentos (resistencia a la insulina y diabetes) y la entrada de aire (por dificultades respiratorias).
El acceso a esta ciudad, ya de por sí debilitada y enferma, sería relativamente fácil para un invasor como el causante de la COVID-19, puesto que el tejido adiposo, con una alta expresión de receptores para el SARS-CoV-2 se comportaría como un caballo de Troya, sirviendo de refugio al nuevo enemigo. Quien, dicho sea de paso, se encontraría, además, con más puertas de entrada en las zonas verdes de suministro de aire de la ciudad (el pulmón), al tener también allí mayor expresión de receptores en las personas con obesidad.
El desastre sería absoluto. Sobre todo, porque cuando los soldados del ejército inmune de la ciudad tratasen de expulsar al enemigo, la respuesta este ejército inmune- que está también debilitado en estas personas con obesidad-, sería más débil que en personas sanas y provocaría aún más daños “urbanos” como consecuencia de la tormenta de citoquinas desencadenada tras la invasión del virus, que se suma al estado de inflamación subclínica que ya tienen estas personas.
Pero no solamente la obesidad presenta una base de inflamación crónica subclínica. También otros muchos problemas de salud se han relacionado con fenómenos inflamatorios. Y aquí entraría en juego la necesidad de incluir alimentos en cuya composición se encuentran componentes de conocida acción antiinflamatoria, como los compuestos fenólicos, alcaloides, terpenoides, flavonoides, isotiocianatos, carotenoides, y los ácidos grasos poliinsaturados (PUFA) omega-3; presentes sobre todo en frutas, verduras y productos de origen marino, como algas, pescado y mariscos. Del mismo modo evitar alimentos con compuestos de conocida acción proinflamatoria como los ácidos grasos saturados, los ácidos grasos trans los PUFA omega-6 y los azucares simples; presentes en grasas animales, margarinas, cereales refinados…. Entre otros tiene un efecto beneficioso en patologías con base inflamatoria.
Dentro del Grado en Nutrición Humana y Dietética de la UCJC os enseñaremos a estudiar los efectos de lo que comemos, como afecta a nuestra salud y la importancia de implementar medidas que ayuden a paliar una de las pandemias del sigo XXI como es la de la obesidad, y ser la base de la prevención en el desarrollo y mantenimiento de otras múltiples enfermedades crónicas de base inflamatoria.
Sin embargo, este efecto con el consumo sostenido y constante de estos alimentos no tiene por qué ser trasladable a un consumo puntual y agudo que pudiese realizarse en un contexto de enfermedad como la COVID-19.