Ignacio Hernández. @nachernrod
Estudiante 2º Comunicación
El pasado 1 de marzo, los alumnos de 2º de comunicación nos vimos montados en un enorme avión en el que pasaríamos ni más ni menos que unas 8 horas juntos. El destino, Boston, el momento que llevábamos todo el año esperando había llegado, y aunque supiésemos lo que íbamos a hacer, no sabíamos lo qué nos íbamos a encontrar. Para los que iban como yo, (sin haber pisado antes el continente americano) el hecho de ir suponía un aprendizaje en sí, pero tras todas las clases, visitas y experiencias allí vividas, todos coincidimos en la frase: “he aprendido más en estos 20 días en Boston, que en un año en Madrid”. Pero ¿qué sacamos realmente de allí? Pues, desde mi punto de vista, lo reduzco a tres grandes puntos:
En primer lugar, uno de los ejes centrales de las clases a las que allí asistimos, la negociación. Casi sin tiempo a asimilarlo, nos vimos sentados frente a Jamil Mahuad, el expresidente de Ecuador que firmó la paz con Perú en 1998. De sus clases aprendimos, junto con una gran lección de humildad, que “las emociones no se solucionan con razón, y la razón no se soluciona con emociones”. Pero por si no fuese suficiente que te hable de negociación y resolución de conflictos el hombre que consiguió la paz para un país entero, también tuvimos a uno de los compañeros de trabajo de Roger Fischer, el padre de la negociación moderna. De las intensas y dinámicas clases de Javier Calderón fuimos capaces de asimilar el llamado Método Harvard de negociación, y aprender que “en una negociación no debes ir a ganar o a perder, sino a satisfacer tus intereses”.
En segundo lugar, a través de las clases, pero en especial, a través las distintas visitas, experimentamos una nueva forma de entender un concepto que creíamos conocer bien de antemano, el emprendimiento. Visitamos incubadoras y aceleradoras de startups, empresas, universidades y lugares tan innovadores y diferentes a lo que vemos en España, que no sabría cómo definir. Hablamos con muchos emprendedores y personas que, desde sus pequeñas aportaciones están cambiando el mundo. En Masschallenge, una de las aceleradoras de startups más importantes del mundo, pudimos observar que da igual quien seas, de dónde vengas o lo extrañas que puedan sonar tus ideas, si trabajas duro y con ellas contribuyes a mejorar la vida de alguien, lo más probable es que tengas éxito, y si no lo logras, habrás aprendido cómo llegar a conseguirlo. En Green Town conocimos en primera persona proyectos que jamás imaginaríamos y que serán clave para la construcción de un futuro sostenible. En Artisian´s Asylum, vimos que ninguna idea es lo suficientemente loca para llevarse a cabo, y, en Swisnex, el “consulado” suizo en Boston, nos dimos cuenta de que por muy difícil que parezca cambiar el modus operandi en una institución como un consulado, siempre podemos dar una vuelta de tuerca y hacer las cosas de forma diferente.
Por último, aprendimos, desde mi punto de vista, lo más relevante en toda la estancia, tanto en las clases, como en las visitas, como en el ecosistema de Boston en general: la importancia de las personas. Las personas somos las que podemos cambiar el mundo, las que decidimos qué actitud y qué posturas tomar ante los problemas. Tanto en la negociación como en el emprendimiento, como en todo, si no tenemos en cuenta a las personas es imposible hacer las cosas bien. La mejor forma de llevar a cabo nuestros proyectos es poner a la persona en el centro, de esta forma, conseguiremos casar el bien común con la satisfacción personal. Allí realmente aprendí que lo primero para llevar a cabo cualquier proyecto o idea, lo primero es creer en ello y en uno mismo, y lo segundo, conseguir el dinero necesario.
Sin duda, toda la clase se dejó atrapar por el extraordinario y único ecosistema de Boston. Tras la terapia de choque con Shanghái, en Boston nos abrimos a nueva forma de entender la investigación, el emprendimiento y el trabajo. Casi sin tiempo a reaccionar a tantos estímulos nos vimos de nuevo en la misma situación del principio, en un avión exactamente idéntico, pero nosotros, volvíamos distintos. Regresamos frescos, con ganas y con la mente abierta, sin duda, Boston nos había roto los esquemas.