Se acerca el verano y los festivales de música apuntan ya en el horizonte. Algunos como el Primavera Sound (Barcelona, 31 mayo – 2 junio 2018), presentan un impacto económico cercano a los 120 millones de euros, acogiendo en apenas 3 días a más de 200.000 personas. Otros como el FIB (Festival Internacional de Benicàssim, 19-22 julio 2018) han conseguido visibilizar a una pequeña localidad de Castellón, con apenas 17.000 habitantes como población residente, aportando el FIB más de 170.000 asistentes en 2017. ¿Son los festivales de música una ciudad efímera y a la vez titánica, frágil pero imponente como una nube gigantesca de confeti, como aquellas descritas por Italo Calvino en su conocido libro Las Ciudades Invisibles? ¿Cómo es su relación con la anfitriona ciudad consolidada, sus habitantes, el medio natural y la región en que se insertan? ¿Podrán la ciudad efímera y su doble (histórica, patrimonial, consolidada), encontrar un modelo de gestión complementario y proporcional a sus radicalmente opuestos principios fundacionales?
Sin duda los festivales de música han aparecido como una fuente de ingresos y escaparate de excepción para muchas ciudades, convirtiéndose casi en verdaderos asuntos de interés local y autonómico. En el caso de Burriana, Castellón, el festival Arenal Sound (31 julio – 5 agosto 2018) ha recuperado su ubicación original junto al mar en la zona del puerto tras la intervención de la Generalitat, modificando en 2016 la Ley Autonómica de Puertos, que ahora permite la celebración excepcional de este tipo de eventos: el festival abonará un canon de 60.000€ al ayuntamiento (para actuaciones sociales, culturales y deportivas), acogerá cerca de 300.000 asistentes y generará un impacto de 41 millones de euros (datos 2017). Con estos números, no es de extrañar el interés por parte de las administraciones locales y autonómicas en la consolidación de un motor económico y evento de marketing de cara al futuro de la ciudad. Si la gestión de estos macro-festivales consigue además de su propia rentabilidad, integrar a la comunidad local, mejorar la ciudad en cada edición y respetar el medio natural en que se insertan, en el caso de Burriana el Mar Mediterráneo, la jugada puede resultar redonda.
Al margen de los problemas de seguridad y crecimiento masivo de algunos festivales, la gestión ambiental y urbana ha encontrado en estos macro-eventos musicales un elemento singular -un pelotazo- sobre el que articular sus recursos urbanos, naturales, sociales e incluso legales. En términos puramente ambientales, los patrones de movilidad para acceder al festival, la producción de residuos o el elevado consumo de energía de estos eventos, han hecho aparecer premios de reconocido prestigio internacional, como los Greener Festival Awards, en Estados Unidos, que premian los festivales de menor impacto ambiental, o el Festival Vision: 2025, en Reino Unido, que nace con el objetivo de combatir el cambio climático desde la industria festivalera. En el Primavera Sound de Barcelona, más del 80% de los asistentes utilizan transporte público o bicicleta como vehículo para llegar al recinto, reduciendo significativamente la huella ecológica del festival asociada al transporte. Efectivamente, los festivales de música pueden generar ciudad, economía, branding, cohesión social, mejora ambiental…o todo lo contrario. De todo ello hablaremos largo y tendido en nuestro Grado en Gestión Urbana. ¡Te esperamos!
Ilustración 1. Festival Arenal Sound.
Ilustración 2. Mapa del Arenal Sound 2017, Burriana.