Memorias de un estudiante.

Palpitaciones.

El eco del silencio acompasa mi corazón inquieto. Pulsaciones que me arrastran a un futuro incierto, diluyendo mi ayer en el lúgubre abismo del recuerdo. Las palabras gritan sin remedio en mi cabeza. Les ruego clemencia, pero no conocen mi voz. Solo el latido del reloj me indica que sigo vivo. Que los guerreros no duermen mientras en sus puertas hay ejércitos. Que el vástago cayado que oprime mi pecho solo puede levantarlo Dios, pero por obra mía. Dudo. Lágrimas me recorren el rostro mientras sigo cayendo en una sima inexistente que nunca puedo salvar. Mi carcelero viene a cobrarse las deudas, pero mis manos siguen vacías. Solo escucha. Mensajes confusos se adentran en mi inconsciente y confunden mi realidad. Solo soy un instrumento esclavo de mis propios miedos. El quejido incesante de la lluvia en mi ventana me recuerda que mi juventud se agota. Que el jolgorio de un verano sin noche acabará dando paso a un mar siniestramente quieto. Busco la llave que libere mi mensaje, pero se ha perdido. ¿Qué hago? No puedo. Se me cierran los párpados, me abandonan las fuerzas. Sin embargo, aún me queda la última carta. Una apuesta única, pero siempre segura. Dejo que mis dudas afloren. Luego callan, mientras el dulce placer de la gloria de Dios y el honor de mi familia me transportan a tiempos pasados, donde la épica era la única opción posible. Una elegía a mi ser que renace, que toma sus armas y las enarbola. Las cadenas se deshacen. Ahora soy libre. Comienza el examen.

Juanjo Solanes, alumno de segundo del Grado de Derecho de la UCJC.