Seguro que no tienes dudas a la hora de distinguir a los buenos de los malos. Pero ¿es tan sencillo como parece? ¿Estás seguro de que sabes diferenciar el bien del mal?
En la ficción, los roles de bueno y malo se suelen revelar con claridad. En “Blancanieves” la mala es la bruja piruja y Hannibal Lecter es el malo malísimo en “El silencio de los corderos”. En la ficción sucede que solo hay una versión de la historia y por eso es fácil distinguir el bien del mal. Pero en la vida real las cosas son distintas. De hecho, cuando la ficción está basada en hechos reales muchas veces se nos presenta el bien como el mal y viceversa. Valgan como ejemplo las “pelis” de indios y vaqueros.
En la realidad, como digo, la aparentemente sencilla tarea de delimitar el bien del mal se complica no poco. Todo depende de si tenemos el 100% de los datos y no una parte. Por seguir con el ejemplo de antes, si vemos una del oeste sin conocer la Historia de Norteamérica, pensaremos que los indios eran los malos, pero si sabemos que lo que realmente ocurrió es que “los carapálidas” les engañaron y les desalojaron por la fuerza de sus tierras, los malos pasan a ser los otros.
Dañar a alguien sin motivo justificado está mal. Cumplir un acuerdo libremente consentido está bien. El bien y el mal no son ideas subjetivas, es decir, no tienen que ver con nuestra idea de lo bueno y malo y menos aun con lo que a nosotros nos interesa o no o con lo que encaja o no con nuestra forma de pensar.
En “Richard Jewell” el gran Eastwood nos recuerda que lo que hoy está bien mañana puede estar mal, o, mejor dicho, que lo que hoy representa el bien mañana puede representar el mal. Y es que, insisto, para delimitar el bien y el mal la clave es estar bien informados, o sea, conocer la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Pero, ¿quién nos traslada a nosotros esa verdad? ¿Quién conforma nuestra idea del bien y el mal? ¿Cómo vamos a saber la diferencia entre uno y otro si los datos que precisamos provienen de informadores que no solo son tan ignorantes como nosotros sino que además identifican el bien y el mal con lo que a ellos les interesa particularmente que constituya el bien y el mal?
Creo que todos tendríamos que estar constantemente aprendiendo – deberíamos ser todos un poco filósofos – y, como consecuencia, deberíamos estar siempre abiertos a cambiar de idea en función de lo que fuéramos aprendiendo acerca del mundo que nos rodea.
Pues bien, el mundo que ahora mismo nos rodea debería llevarnos, inevitablemente, a cambiar nuestras ideas.
Una sociedad en la que el bien y el mal se identifican con lo que cada cual considera que está bien o mal y en la que los enemigos son los que piensan de otra forma, es un desierto en el que no puede crecer nada. Una sociedad en la que unos se creen mejores que otros, con más derechos que otros, con más autoridad que otros para opinar o decidir, es un atentado al bienestar de todos. Una sociedad, en fin, donde el diálogo y la negociación entre posturas diferentes e incluso antagónicas no sean las herramientas prioritarias para solucionar los desencuentros, es solo una banda de cretinos condenada a autodestruirse.
Lo dijo Churchill: “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”. Así es. Ha quedado acreditado que la democracia es el menos malo de los sistemas posibles. Porque si España está ahora mismo partida en dos, es como consecuencia de la democracia. Ahora bien, que nadie se equivoque: la democracia no se discute. Lo que es discutible, lo que es censurable, lo que es inaceptable, es encarar esa división desde el enfrentamiento en lugar de desde el respeto.
Lo único que veo a mi alrededor actualmente son debates y más debates, discusiones huecas sobre cuestiones que no deberían ocuparnos un solo segundo, discursos salidos de tono y plagados de argumentos de parvulario. Y, mientras se nos va el tiempo en fútiles disquisiciones de paramecios, mientras la cava superior se nos hincha de indignación porque nos odiamos a muerte los unos a los otros, lo que de facto desatendemos son nuestras ilusiones y lo que perdemos, lo que como pródigos malgastamos lastimosamente, son las contadas oportunidades que el milagro de la vida nos concede para ser felices y hacer felices a quienes tenemos al lado.
La principal amenaza que se cierne sobre nosotros, los seres humanos, el más temible de los peligros que nos acechan, no es el imparable deterioro de la naturaleza del que una niña, acaso malencarada, nos está concienciando, sino la desmedida ambición personal de quienes aspiran en cada momento a gobernarnos y de quienes, a soldada de los susodichos, nos relatan su particular versión de quién es el bueno y quién es el malo.
Ricardo Cortines
Profesor de Filosofía del Derecho en la UCJC