J. Pedro Marfil.
La seguridad deviene en uno de los temas de mayor interés global. Si bien es cierto que en nuestro país, en las últimas décadas, no ha sido un tema menor – el terrorismo ha afligido durante demasiado tiempo –, desde el 11 de septiembre de 2001 todo cambió. En cierto modo, somos rehenes de una sensación, por momentos claustrofóbica, de vulnerabilidad. Desde entonces, Occidente es consciente de sus debilidades. Los ciudadanos se preocupan por su seguridad llegando incluso a plantear la regresión de sus libertades en tiempos de la ciudadanía global.
¿Cómo deben actuar los medios en estos tiempos inciertos? ¿Atentan realmente contra la seguridad de un país casos como los de Wikileaks y las filtraciones de Snowden?
La responsabilidad y el deber del periodista obligan a una constante reflexión entre los límites y las necesidades informativas de una sociedad que demanda saber qué ocurre a su alrededor y qué hacen sus dirigentes para gestionar el día a día. Es el profesional de la información quien debe discernir y estar preparado para enfrentar situaciones potencialmente comprometidas y de gran complejidad.
Además, el periodista debe comunicar en un contexto en el que las inquietudes de una sociedad cada vez más dinámica obligan a los medios a satisfacer la demanda de información veraz de forma casi inmediata. Pero, ¿cómo informar en contextos complejos? Es cierto que el periodismo ha sufrido en los últimos lustros los envites de crisis de diferente índole, pero mantiene su vigencia e influencia. Hemos visto emerger nuevas “herramientas comunicativas” capaces de ofrecer información inmediata a tiempo real adaptada a cualquier dispositivo. Ante este panorama de inmediatez, los medios tradicionales son los más afectados en sus esquemas de trabajo. De este modo, las cabeceras y los informativos se asoman al abismo de la obsolescencia, mientras los medios digitales demuestran una adaptación óptima a estos procesos. También la radio se mantiene capaz de seguir la estela vertiginosa de la actualidad.
Esta multitud de plataformas ha provocado que se hable de una suerte de ‘periodismo ciudadano’ con un complejo encaje en la esencia del periodismo de calidad promulgado por John Merrill. El comunicador debe hacer algo más que trasladar lo ocurrido a su audiencia, debe ‘servir y ayudar‘.
El informador continúa siendo una figura indispensable en el desarrollo de una conciencia crítica en la sociedad. Los periódicos mantienen su voz con columnas como foros de opinión en las que se dictan pautas sobre lo que resulta conveniente o no. Así, los comunicadores mantienen, pese a todo, ese halo de liderazgo esencial en cualquier democracia.
El periodismo reposado, capaz de ofrecer una visión más analítica y documentada a través de distintas fuentes, es cada vez más escaso, si bien no ha desaparecido por completo. En un momento en el que la vorágine informativa es capaz de abrumar a cualquier audiencia, el análisis crítico y pausado emerge con gran protagonismo frente a las informaciones inmediatas casi sin contrastar. A esta situación se le une una necesidad cada vez más imperante de estar informado de lo que pasa en el mundo desde cualquier lugar y en cualquier momento.
La inmediatez se complica en situaciones en las que está en juego la seguridad. Cadenas con mensajes de dudoso origen alertando sobre amenazas, supuestas noticias conocidas por familiares cada vez más lejanos, rumorología diversa… Todo espacio de crisis es un espacio de incertidumbres. El ser humano trata de llenar sus carencias de información, siempre que le es posible, con cualquier excusa que le proporcione seguridad. Sea o no verídica. Ahí reside la responsabilidad del ciudadano y el compromiso de los medios. De los medios a la hora de trasladar información veraz que aporte conocimiento crítico sobre la realidad. De los ciudadanos, porque deben ser capaces de filtrar la información que reciban, preocuparse por comprender y rechazar aquello que manipula o es abiertamente falso.
Merrill nos hablaba, en esencia, de la importancia de mantener “la integridad y la preocupación social”. Puede que la espectacularidad y la dureza narrativa de una sociedad que se siente vulnerable sean atractivas para determinados medios. Pero nunca debemos perder de vista que estas narrativas construyen la sociedad del mañana y que es nuestra responsabilidad como comunicadores discernir sobre ello con el mayor criterio y conciencia posible.