Cela, el hombre que quiso escribir

David Jiménez Torres.

Camilo José Cela (1916 – 2002) nació en Iria Flavia, una aldea del municipio de Padrón, en la provincia de La Coruña. Su padre era español y su madre era de ascendencia inglesa e italiana. La familia de los Cela estaba muy unida al mundo del transporte y de los primeros ferrocarriles que se tendieron en Galicia, impulsados por compañías británicas.

En 1925 los Cela se trasladaron a Madrid, dejando atrás una infancia gallega que el escritor recordaría siempre como una época dorada. A pesar de que nunca se volvería a asentar de forma definitiva en su tierra, Cela mantendría una vinculación muy fuerte con Galicia, dedicándole dos novelas (Mazurca para dos muertos y Madera de boj) y asentando allí su Fundación y Casa-Museo.

El carácter del joven Camilo no casaba bien con el sistema educativo de aquellas primeras décadas del siglo XX. Fue expulsado de varios colegios y nunca llegó a terminar sus estudios superiores, en parte por la escasa adecuación de la universidad de aquel entonces a sus inquietudes, y en parte también por su propia indefinición acerca del camino profesional que quería seguir.

Esto no le impidió, sin embargo, aprovechar el vibrante clima intelectual del Madrid de finales de la dictadura primorriverista y principios de la Segunda República. El joven se familiarizó con las corrientes intelectuales del momento y conoció a algunas de las voces más renovadoras de la cultura española. Asistió como oyente a las clases de literatura de Pedro Salinas en la nueva Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, y conoció a jóvenes intelectuales y escritores como Alonso Zamora Vicente, María Zambrano, Lola Franco, Miguel Hernández y Max Aub. Su formación se completó con las numerosas lecturas realizadas durante una larga convalecencia en el Sanatorio Antituberculoso de Guadarrama.

El estallido de la Guerra Civil encontró a Cela en Madrid y con veinte años recién cumplidos. El joven logró huir de la zona republicana, se alistó en el ejército nacional y combatió en el mismo hasta ser herido y hospitalizado. Al terminar el conflicto, Cela volvió a establecerse en la capital, donde malvivió a base de distintos trabajos (periodista, funcionario, actor de cine…) hasta que la publicación de su primera novela, La familia de Pascual Duarte, le confirmó en su vocación literaria. Como escribió en aquel momento en su diario, “se acabó el divagar.”

Una obra extensa y poliédrica

“Yo no creo en los hombres planos sino en los hombres múltiples; no tenemos una vida, tenemos una múltiple vida.” Así se expresaba Cela en una entrevista en 1976; y, aunque no hablaba en primera persona, lo que exponía se aplicaba perfectamente a su trayectoria. Cela fue, ante todo, un trabajador y un inconformista, conocido en el gremio literario por su autodisciplina y por su capacidad de emprender siempre nuevas iniciativas. El resultado es una obra cuantiosa y de muy amplio espectro.

El género que con mayor maestría cultivó fue la novela. Su primera obra en este género, La familia de Pascual Duarte (1942), supuso una carga de profundidad en la novelística española de posguerra. En un contexto cultural dominado por el vanguardismo exaltado de Falange y por el clasicismo de los sectores más tradicionalistas del régimen (sirvan como ejemplo Eugenio o la proclamación de la primavera, de Rafael García Serrano, y el Poema de la Bestia y el Ángel, de José María Pemán, ambas de 1938), el austero “tremendismo” de Cela suponía un auténtico soplo de aire fresco.

Ese primer Cela rescataba algunos elementos del peculiar realismo cultivado por su primer maestro, Pío Baroja, a la vez que conectaba con el incipiente existencialismo francés: El extranjero, de Albert Camus, se publica el mismo año que Pascual Duarte. Una dinámica similar se aprecia en el retrato colectivo de Madrid que constituye La colmena (1951), considerada por muchos la mejor novela española del siglo XX. En esta obra Cela unía elementos de Baroja y de Galdós con técnicas desarrolladas por las vanguardias extranjeras, como la narración fragmentaria y cinematográfica. Esta es una de las claves que ayudan a entender el éxito internacional que tuvieron las novelas de Cela: su capacidad de fusionar los mejores elementos de la tradición española con las nuevas técnicas y las preocupaciones que se desarrollaban fuera de España.

Tras el éxito de Pascual Duarte y de La colmena, Cela podría haber permanecido toda su vida como el gran realista “avanzado” de la generación de posguerra. Sin embargo, el escritor prefirió emprender un camino de experimentación novelística que le llevaría a publicar algunas de las obras más complejas y únicas de la literatura española del siglo XX. Las novelas a partir de Mrs Caldwell habla con su hijo (1953) son un buen ejemplo del laborioso experimentalismo de Cela, de su constante desafío tanto al lector como a sí mismo. Del extenso monólogo interior de San Camilo 1936 podía pasar a la atomización de las “mónadas” que componen Oficio de Tinieblas 5 y de ahí a la novela narrada en una sola frase de Cristo versus Arizona. La técnica realista la fue reservando para sus libros de viajes, de los cuales el más famoso y querido por sucesivas generaciones de lectores es sin duda Viaje a la Alcarria (1946).

Siendo la novela y la literatura de viajes lo que consagró a Cela, su producción acabó tocando todos los géneros literarios: poesía (Pisando la dudosa luz del día, 1938); teatro (El carro de heno, 1969); musical (María Sabina, 1967); lexicografía (dos tomos de su Diccionario secreto, editados en 1968 y 1971); y un gran número de recopilaciones de artículos (como El camaleón soltero, 1992) y de sus famosos “apuntes carpetovetónicos” (como El tacatá oxidado, 1974). Una transversalidad creadora que resulta aún más impresionante cuando comprobamos que Cela logró mantenerse fiel a una voz y a una serie de temas reconocibles a lo largo de todas sus publicaciones.

La laboriosidad y el talento de Cela fueron, además, ampliamente reconocidos. No le quedó un solo premio por ganar: Premio de la Crítica en 1956, Premio Nacional de Narrativa en 1984, Premio Sant Jordi de las Letras en 1986, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1987, Premio Mariano de Cavia de Periodismo en 1992, Premio Planeta en 1994 y Premio Cervantes en 1995. El galardón más significativo fue, por supuesto, el Nobel de Literatura, que le fue concedido en 1989 “por la riqueza e intensidad de su prosa, que con refrenada compasión encarna una visión provocadora del desamparo de todo ser humano”, según explicaba el fallo del jurado. Fue el primer novelista español en recibir este premio (los cuatro galardonados anteriores habían sido poetas o dramaturgos) y sigue siendo, a día de hoy, el último escritor español en haberlo obtenido. Además, fue miembro de la Real Academia de la Lengua desde 1957 hasta el día de su muerte.

Más allá del escritor, más adentro de la literatura

Las actividades de Cela se extendieron a otros ámbitos más allá de la escritura. Destaca, en este sentido, su faceta de editor: en 1964 fundó Alfaguara, que se convertiría rápidamente en una de las editoriales más importantes del mundo hispanohablante. Y desde 1956 a 1979, aprovechando su decisión de trasladarse a Mallorca y la mayor tranquilidad que aquella isla le aportaba, creó e impulsó una de las mejores revistas literarias jamás editadas en España, Papeles de Son Armadans.

Esta revista, además de publicar a las principales firmas de aquel tiempo (en total firmaron en sus páginas un total de 1.070 colaboradores) y de abrirse a textos escritos en castellano, inglés, catalán, gallego y eusquera, también prestó atención a otras artes como la pintura o la arquitectura. En sus páginas aparecieron también dibujos de artistas de la talla de Picasso o Miró. A través de Papeles y de los Coloquios de Formentor, que también impulsó, Cela convirtió durante algún tiempo las Islas Baleares en uno de los puntos de referencia de la geografía literaria.

Otro aspecto que hizo a Cela único entre los escritores de su tiempo fue su exposición mediática. El escritor combinaba una imponente presencia física y una voz sumamente reconocible con un gran talento para entretener mediante anécdotas o respuestas ingeniosas. Esto lo hacía sumamente atractivo a productores, presentadores y espectadores, quienes lo buscaban con insistencia. Sus numerosas apariciones en televisión y radio precedieron la concesión del Nobel, si bien éste las multiplicó exponencialmente. De esta forma, Cela se convirtió en uno de los escasos escritores verdaderamente conocidos para el gran público español del siglo XX.

En lo político –uno de los aspectos más controvertidos y, a la vez, interesantes de la trayectoria del escritor gallego–, Cela fue evolucionando desde un acomodo muy sui generis dentro de las coordenadas del franquismo (en una estela similar a la del sector de Falange que transitaría hacia el aperturismo e incluso hacia la disidencia) a un conservadurismo democrático en las últimas décadas de su vida. En lo que se refiere al acomodo dentro del régimen, y como ya se ha mencionado, el Cela veinteañero combatió voluntariamente en el bando nacional durante la guerra civil y trabajó como censor de 1943 a 1944, revisando los contenidos de revistas menores. Igualmente, Cela mantuvo excelentes relaciones con personalidades influyentes del ámbito cultural del régimen como fueron Juan Aparicio y Manuel Fraga; y en al menos dos ocasiones (finales de la Guerra Civil e inicios de la Transición) se ofreció a colaborar con las autoridades para reconducir la disidencia de algunos de sus compañeros de profesión.

Sin embargo, y a pesar de todo esto, Cela tuvo encontronazos recurrentes con la censura del régimen, algo que en ocasiones pondría en peligro su carrera literaria. La familia de Pascual Duarte (1942) fue secuestrada nada más salir de la imprenta, y La colmena (1951) tuvo varias versiones debido a las constantes trabas que ponían los censores. Los recelos de éstos tampoco eran injustificados: a los elementos contrarios a la moral católica imperante que se observaban en la novela (tacos, alusiones sexuales) se añadía la interpretación que se podía hacer de la misma como una crítica al estado actual del país. El propio Cela fomentaba aquella lectura: en el prefacio a la segunda edición señalaba que la novela era “un grito en el desierto”. Al final, Cela se vio obligado a publicar su obra maestra en Argentina en vez de España; algo que de todas formas no evitó su expulsión de la Asociación de Prensa en 1952.

También resultan relevantes las buenas relaciones que Cela mantuvo siempre con los intelectuales y literatos exiliados tras la guerra civil. El escritor republicano Arturo Barea escribió el prólogo de la edición inglesa de La colmena, donde explicaba que la calidad literaria de Cela le llevaba a prologar su obra “with conviction and pleasure”. Y Cela ofreció una gran plataforma a los principales nombres del exilio para volver a publicar en España, a través de la ya mencionada Papeles de Son Armadans. En las páginas de aquella publicación colaboraron autores tan contrarios al régimen como Luis Cernuda, Rafael Alberti, Américo Castro, María Zambrano o Max Aub.

Finalmente, el Cela de las últimas décadas apostó de manera constante por la democracia en España y fue nombrado senador en las primeras Cortes tras la muerte del dictador (1977 – 1979). Se podría decir, por tanto, que su actitud política resulta tan compleja como lo fueron el tiempo y la sociedad en que vivió, ocupando la amplia zona gris que existió durante décadas entre la aceptación y el rechazo totales del régimen; y se revela de esta forma mucho más matizada de lo que suelen permitir los paradigmas de franquismo/antifranquismo.

Camilo José Cela murió en 2002, y la tarea de calibrar su importancia y su legado aún se encuentra plenamente en marcha. El centenario de su nacimiento sirve como oportunidad para familiarizarnos con una de las figuras más excepcionales del mundo cultural hispanohablante de la segunda mitad del siglo XX, al igual que para conocer mejor los movimientos, fenómenos y sucesos de los que formó parte. Resultan ejemplares, en retrospectiva, su capacidad de trabajo, su afán de superación y su vocación internacional. Ian Gibson subtituló su biografía de Cela “El hombre que quiso ganar”, y algo de eso hay en el escritor gallego; pero es mucho más fiel al personaje, y mucho más útil a la hora de entender su vida y su obra, verlo como el hombre que quiso escribir.