Sonia Betancort.
Bastan dos espejos opuestos para construir un laberinto
Siete noches, Jorge Luis Borges
And if he left off dreaming about you…
Through the Looking Glass, VI, Lewis Carroll
Haga la prueba: enfrente dos espejos y tendrá un laberinto entre manos. Así imaginó Jorge Luis Borges una de sus peores pesadillas, tal vez, sin pensar, que ese pequeño experimento era un anticipo de las literaturas del futuro. Umberto Eco lo proclamó en 1988: la lectura, tal como la concebíamos desde la creación de la imprenta, comenzaba a demandar un cambio de perspectiva. Descreído de que ese cambio generara una pérdida del hábito de leer, el autor apreciaba, sin embargo, que con la llegada de la era digital la elección del soporte de lectura afectaría a la percepción de lo leído. En otras palabras, determinados dispositivos provocarían diversas experiencias de lectura. Por ejemplo, frente a las grandes enciclopedias, para una búsqueda informativa, se elegiría Internet, mientras que para una lectura placentera todavía se preferiría el libro en papel. Los espejos comenzaban a duplicarse.
Ya en la última década del siglo XX, se percibía con cierta claridad que el mundo de la interactividad utilizaba la lectura como disparador de arte digital, videojuegos y aplicaciones condensadas en la inmensa red virtual. Como se sabe, si bien la noción de interactivo se impuso en el campo de la informática, la comunicación y la sociología desde mediados del siglo XX, la primera vez que se utiliza en un medio escrito –hacia 1832 en la revista Saturday Evening Post— es precisamente para referir la interacción entre lector y escritor.
Esta es la base de lo que se conoce como literatura interactiva y que experimentó un importante apogeo con la llegada de las vanguardias históricas. Después, con la proliferación de la informática apoyada en conceptos virales como el memex de Vannevar Bush (1945) o el hipertexto de Ted Nelson (1960), se reproduce la interacción que había visto la luz primero en terrenos literarios: unidades de información (nodos) se articulan mediante órdenes de programación (enlaces) en una totalidad hipertextual, claro anticipo del laberinto World Wide Web que el propio Nelson concibió después como una inmensa máquina literaria (Literary Machines, 1981).
En ese marco, los alcances de la interactividad y con ella los conceptos de autor, lector y obra impulsan el nuevo paradigma: el fin de la lectura en dirección única. En efecto, las literaturas interactivas convierten a los autores en disparadores de sentido y a los lectores –más activos— en proyectores de interpretación y creación. Juntos encarnan el primigenio carácter dialogante y especular de la lectura. Se produce un desvanecimiento de sus fronteras para dar paso al work in progress en el que ambos colaboran de manera laberíntica. Basta con acercarse a Twitter o a un libro interactivo para observar que el nivel de implicación con lo que se lee lleva a una experiencia abierta en la que los reflejos de la obra actúan de manera recíproca. Pues allí el texto permite la toma de decisiones que van de la intervención a la difusión textual. Creadores y receptores colaboran en la trama de un infinito laberinto, de inagotables posibilidades de lectura.
Lejos de provocar el empobrecimiento del placer de leer, este movimiento arroja un nuevo horizonte: “el libro, y con él la literatura, no desaparece, pero entra en un nuevo sistema” (Maingueneu, 2006). De este modo, la lectura reafirma, de manera visible y activa, un proceso de comunicación. En consonancia, sociólogos y educadores advierten cómo este cambio afecta a los procesos de aprendizaje en un ensamble inevitable con el mundo digital, descentralizado, multi-sensorial y conectivo (Marco Silva, Educación interactiva, 2005).
Estas tres perspectivas —la literaria, la comunicativo-digital y la educativa— se unen en el proyecto de investigación e innovación que la Facultad de Educación de la UCJC posee desde el año 2014: “Espacio Educativo de Literaturas Interactivas” (EELI). Consciente de la necesidad de buscar nuevos caminos para la compresión y los hábitos de lectura así como de generar vinculaciones más activas con la materia de Literatura, el proyecto desarrolla un espacio que vincula esta rama con el nuevo paradigma colaborativo. En concreto, los lectores –alumnas y alumnos de los Grados de Educación— descubren un entorno de comunicación e interactividad basado en una serie de encuentros por videoconferencia. En estos, prestigiosos escritores de habla hispana residentes en Hispanoamérica, USA y Europa, muestran sus escritorios, bibliotecas y casas, a la vez que se celebra una lectura en tiempo real de sus obras y se comparten las interpretaciones críticas, creativas y didácticas del alumnado. Raúl Vacas (España), Fernando Iwasaki (Perú), Tobías Schleider y Ana María Shúa (Argentina) han compartido su mundo privado con nuestros alumnos lectores.
Como se aprecia, el proyecto ofrece una intersección novedosa, pues se da en el espacio íntimo de la casa de los creadores y en la modalidad de una sesión de aula. Una intersección que hasta hace unos años era impensable, pues los universos de escritor y lector se encontraban únicamente en el libro. Y la charla íntima y crítica con el autor era un deseo destinado a materializarse en entrevistas, firmas de libros o documentales esporádicos. Gracias al mundo digital y a los espacios virtuales que ofrece la UCJC, ese encuentro íntimo y creativo es posible. Y se observa que muchas de las oportunidades de creación e implicación lectora que esta vinculación promueve están aún por descubrirse.
Por otra parte, la propuesta contempla la investigación de estos nuevos modelos de lectura-escritura vinculados también a la historia de la literatura (literatura oral, vanguardias históricas, neo-vanguardia, hipermedia, hipertexto, cyberliteratura, tuiteratura, videojuegos y apps). Autores capitales de nuestra Lengua como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Camilo José Cela; adaptaciones interactivas, aplicaciones y videojuegos de estos autores y de otras obras clásicas; propuestas actuales del microrrelato, la poesía, o el fenómeno Twitter, se relacionan con el paradigma citado y revelan, en efecto, implicaciones lectoras totalmente novedosas.
En Through the Looking-Glass, and What Alice Found There (Lewis Carroll, 1871), la protagonista atraviesa el espejo y se convierte en un sueño, un efectivo recurso literario en que el binomio realidad-irrealidad se confunde y recrea. La idea, que parece rememorar no pocos momentos de la historia de nuestra literatura —de Calderón de la Barca a Unamuno— proclama una desestabilización entre ficción y realidad que encuentra su correspondencia más vívida en la acción de leer. No para afirmar que lo real es un sueño sino para demostrar que la literatura está más unida que nunca a la realidad. La lectura está mutando en experiencias vibrantes, en una inquietante virtualidad sincrónica y sensorial que la convierten en algo tan experiencial como la vida misma. El vínculo de ambos polos se establece a beneficio de que el texto, y con él la conciencia y acción del que escribe-lee, puedan modificar la existencia.
Esta sugerente colaboración entre lectores y escritores, creación en progreso y lectura sensorial, tal vez anuncian una nueva forma de compromiso con la acción de leer. Lejos de las voces que proclaman la muerte de los libros y a pesar de los peligros que entraña el mundo digital, todo parece señalar que estamos ante los cimientos de una lectura más comprometida. Ya que al ejercicio de recepción se suma el de composición, en palabras de Borges, literalmente, la obra es “ese espejo que nos revela nuestra propia cara”. En las redes sociales, en Blackboard, por email o por Whatsapp, nos pasamos el día leyendo y escribiendo. Nuestros rostros se encuentran constantemente con los otros, y viceversa, somos espejos que se miran. Esta acción conlleva una implicación plural y descentralizada, activa e involuntariamente empática, reflectante, de un presente y un futuro de creaciones literarias.