Testigos oculares y falsos recuerdos

Fdo.: D. José Manuel Petisco Rodríguez 

Psicólogo y analista en comportamiento no verbal 

La persona que ha presenciado un hecho determinado y declara en un juicio, puede aportar información falsa sin ser consciente de ello. La investigación científica ha puesto de manifiesto que las personas poseen cierta susceptibilidad a generar falsos recuerdos. Ello nos lleva a plantearnos si el testimonio de una persona que declara ante un tribunal de justicia, incluso sin obrar con mala fe, pudiera ser falso por estar contaminado con información errónea que podría haber incorporado a su recuerdo. La memoria, en la toma de datos iniciales, es vulnerable y máxime en el caso de menores. La posibilidad de aparición de falsas memorias es un hecho constatado en infinidad de investigaciones. La generación de falsos recuerdos se ha llevado a cabo en multitud de estudios sobre eventos importantes para el sujeto, llegando incluso a modificar los gustos o intereses por determinados alimentos y bebidas y pudiendo provocar cambios en la conducta con consecuencias saludables. También son muchas las investigaciones que nos alertan sobre la falsedad de las llamadas memorias recuperadas. 

El problema de la credibilidad de los testigos oculares 

Sabemos que nuestra memoria no es perfecta. Todos, en un momento dado, somos susceptibles de olvidar dónde hemos aparcado nuestro vehículo, qué tomamos para comer el domingo pasado o donde nos dijo ese familiar que iba a ir esa tarde. También, puede ocurrir que creamos que cierta información la oímos en un determinado medio de comunicación (por ejemplo, en televisión), cuando en realidad dicha información apareció en un medio totalmente diferente (por ejemplo, en un periódico local). Este tipo de errores normalmente resultan triviales, pero ¿qué ocurre cuando se trata de testigos oculares que facilitan cierta información sobre la comisión de un delito, cuando en realidad la información facilitada correspondería a otro lugar o momento?

Uno de los medios probatorios más antiguos y empleados en los juicios son las pruebas testificales o testimonios. El testigo ocular informa de hechos o circunstancias de los cuales tiene conocimiento, y que en muchas ocasiones resultan decisivos para la resolución de un caso. Sus declaraciones suelen tomarse como evidencia. Pero un testimonio puede ser considerado veraz y poseer elementos o detalles que no existieron. Un testimonio, aun cuando se hace bajo juramento, puede resultar falso independientemente de que este sea realizado o no con mala fe.

El problema que se nos plantea es que, en la declaración de testigos, resulta bastante complejo distinguir entre mentiras y errores o entre la sinceridad y la exactitud de lo que se manifiesta. Incluso sin obrar con mala fe, el testimonio de una persona que declara ante un tribunal de justicia pudiera ser falso, por estar contaminado con información errónea que, sin ser consciente de ello, ha incorporado a su recuerdo. Esta información falsa pudiera filtrarse en la memoria alterando el subsiguiente testimonio.

Ello, de ser posible, podría tener enormes consecuencias para el desenlace del juicio. Pero ¿en qué consisten las falsas memorias?, ¿hasta qué punto podemos confiar en la memoria de un testigo?, ¿es posible generar falsos recuerdos en las personas?, ¿se puede manipular en este sentido la conducta humana?, ¿hasta qué punto se podría manipular a una persona para que hiciera o dejara de hacer algo induciéndole algún falso recuerdo?

La existencia de falsas memorias 

Las falsas memorias serían reportes memorísticos que difieren parcial o totalmente de la realidad que fue experimentada (Mojardín, 2008). Otros autores hacen hincapié en que una falsa memoria no consiste en cualquier error de memoria, sino que se refiere a los casos en los que la persona cree recordar un hecho que no ocurrió realmente o nombra un objeto inexistente (Ibabe, 2006).

El interés por el estudio de las falsas memorias se remonta al siglo pasado, acrecentándose significativamente a mediados de la década de los 70. Diversos estudios pusieron de manifiesto que lo que memorizamos no se limita a lo que experimentamos directamente, sino que incluimos contenidos extraídos de experiencias previas y expectativas culturales relacionadas con el evento que se vive (Bransford & Franks, 1971); u ofrecieron evidencias de las debilidades de la memoria y de las formas en que esta puede ser alterada (Loftus E. F., 1975). Toda la investigación científica posterior, no ha hecho otra cosa sino dejar constancia de la fragilidad y maleabilidad de los recuerdos, impulsando líneas de investigación centradas en la descripción del fenómeno o en los mecanismos que le dan origen.

En general, podríamos hablar de la existencia de dos tipos de falsas memorias diferentes: las implantadas y las espontáneas (Reyna & Brainerd, 1978). Las falsas memorias implantadas consistirían en reportes memorísticos originados por la influencia de información externa al sujeto (por ejemplo, por un comentario que nos ha hecho alguien), mientras que las falsas memorias espontáneas consistirían en reportes memorísticos alterados por aspectos internos del sujeto, atribuibles al funcionamiento de su propia memoria (por ejemplo, por una deducción).

Generar falsos recuerdos en las personas es posible 

Una de las figuras más prestigiosas en el estudio de las falsas memorias implantadas es la psicóloga estadounidense Elizabeth Loftus, de la Universidad de California. Loftus y su equipo han realizado multitud de investigaciones sobre la susceptibilidad de las personas para generar falsos recuerdos.

Para demostrar el efecto que puede tener la información engañosa, Loftus, Miller y Burns (1978) llevaron a cabo un curioso estudio. A un total de 1242 sujetos, distribuidos en 5 experimentos con diversas variaciones (más uno piloto), se les mostraron una serie de diapositivas que simulaban un accidente de coche, apareciendo una señal de stop en dichas imágenes, para después responder a un cuestionario sobre el suceso. En una de esas preguntas se incorporaba información sobre la existencia de una señal de ceda el paso, en lugar de una señal de stop. Por último, se preguntaba si en las diapositivas que habían visto aparecía una señal de stop o de ceda el paso. Pues bien, resultó que muchos de los participantes seleccionaron la opción relativa a la señal de ceda el paso y no a la del stop, aun cuando dicha señal estaba presente en todas las diapositivas. De esta forma, llegaron a demostrar cómo la información suministrada después de un importante acontecimiento, puede influir en la memoria de un testigo de dicho evento. Repitiendo este procedimiento, tras diversos experimentos, encontraron que aproximadamente del 15 al 20% de los sujetos incorporaban la información falsa1.

1 Tambien en Loftus, E. F. (2005) Searching for the neurobiology of the misinformation effect. Learning & Memory, 12, 1-2

En otra serie de experimentos (Loftus & Pickrell, 1995), a un grupo de sujetos se les proporcionaron por escrito tres historias verídicas sobre algún hecho ocurrido en su infancia. Estas historias habían sido obtenidas gracias a la colaboración de algún familiar cercano a esos sujetos. Después mezclaron esas historias con una cuarta que era totalmente falsa. Esta cuarta historia describía cómo siendo niños habían ido con sus familiares a un centro comercial y cómo en un descuido se habían perdido. La historia también describía cómo una amable anciana les había ayudado a encontrar a sus familiares. Con posterioridad mantenían tres entrevistas sobre las historias que habían leído, resultando que el 25% de los individuos participantes en el experimento incluyeron detalles de la historia de cuando se habían perdido en el centro comercial (algo que nunca se había producido). Incluso hubo individuos que llegaron a describir a la anciana que les ayudó a encontrar a sus familiares, o expresaron las emociones que llegaron a sentir en aquella situación.

Pero algunos investigadores cuestionaron los resultados de estos experimentos, argumentando que perderse en la infancia suele ser un evento muy típico y que de manera no consciente podrían estar mezclandose esos recuerdos. Pero Loftus no se detuvo aquí y, junto a diversos colaboradores, diseñó otra serie de experimentos para tratar de demostrar que implantar falsas memorias, sobre un evento importante para el sujeto, es posible.

Así, diseñaron experimentos relativos a acontecimientos más extraordinarios. En uno de ellos (Loftus E. F., 2003) manipularon una fotografía de la infancia de cada uno de los participantes del estudio. En concreto, en uno de ellos, se manipuló la fotografía de un niño que estaba siendo abrazado por su padre, incorporando esa misma imagen a otra fotografía, donde aparecían dentro de la canastilla de un globo aerostático. La condición para participar en el experimento era que nadie hubiera viajado en globo con anterioridad al mismo, hecho que fue corroborado por los familiares con anterioridad. Pues bien, curiosamente cuando a los sujetos participantes se les mostraba la fotografía trucada y se les pedía que recordaran lo que pudieran de esa situación, aunque al principio dudaban, al final del experimento el 50% de los sujetos facilitaron detalles sobre el evento (algo que nunca había ocurrido). Incluso uno de los participantes mencionó haber visto su escuela desde el aire y cómo su madre había hecho la fotografía desde tierra.

Otra serie de experimentos sobre eventos trascendentales para el sujeto son los relativos a los personajes de Disney. En uno de ellos (Braun-LaTour, LaTour, Pickrell, & Loftus, 2004), los participantes tenían que leer unos anuncios publicitarios sobre el parque de Disneyland. A dichos sujetos se les informaba que el objetivo del estudio consistía en analizar si la publicidad estaba siendo eficaz para animar a los ciudadanos a visitar Disneyland; siendo requisito para participar en dicho estudio el que hubieran visitado alguna vez dicho parque. Así, se les mostraban unos anuncios en los que aparecía el personaje de Bugs Bunny. Después de leer los anuncios, se les pedía que relataran los recuerdos que tenían de cuando visitaron Disnayland y si habían conocido en aquella ocasión a Bugs Bunny. Los resultados del experimento mostraron que el 36% de los participantes afirmó haber conocido a dicho personaje en dicho parque, mencionando muchos de ellos haberlo abrazado, haberle estrechado la mano, haber tocado sus orejas o su cola, o haber escuchado su famosa frase (“qué hay de nuevo viejo”); cosa totalmente imposible ya que Bugs Bunny no es un personaje de Disney sino de la Warner Brothers.

La manipulación a través de la inducción de falsos recuerdos 

Para demostrar hasta qué punto se puede manipular a una persona para que haga o deje de hacer algo, induciéndole algún recuerdo falso, en otro famoso experimento (Berkowitz, Laney, Garry, & Loftus, 2008) trataron de valorar hasta qué punto se puede manipular la intención de comprar un recuerdo relacionado con un personaje de Disney (en este caso de Pluto). Para ello pidieron a un grupo de estudiantes universitarios que recordaran alguna situación que hubieran vivido en su infancia, relacionada con la primera vez que visitaron Disneyland en la década de los 90. Entre los datos que se les pidió que citaran, estaba si recordaban haber sido lamidos en la oreja por el personaje Pluto. La gran mayoría de los sujetos no recordaba nada en relación a ese evento, ya que el evento no se había producido. Posteriormente se dividió a los sujetos en dos grupos. A un grupo se le proporcionó una nota de prensa falsa sobre la detención de un antiguo empleado de Disney, consumidor de drogas, que había trabajado en Disney en la década de los 90 llevando el disfraz de Pluto y que se había dedicado a acosar a los niños, lamiéndoles con la lengua del disfraz. Los resultados del experimento mostraron que el 30% de los sujetos recordaban dicho evento y comentaron haberse sentido incómodos cuando fueron lamidos por Pluto. Una semana después del experimento, a las personas a las que se les había implantado esa falsa memoria, se les aplicó un cuestionario donde se les preguntaba por el dinero que emplearían para comprar diferentes recuerdos de personajes de Disney, resultando que el personaje de Pluto fue el que recibió la menor asignación.

Siguiendo un procedimiento similar, han llegado a implantar recuerdos falsos para evitar el consumo de algunos alimentos y fomentar el consumo de otros, o para disminuir el consumo de refrescos con cafeína (Thomas, Hannula, & Loftus, 2007), poniendo de manifiesto como la imaginación puede dar lugar a cambios en la conducta de consumo hacia comportamientos más saludables. En concreto, bajo diversos experimentos (Laney, Morris, Bernstein, Wakefield, & Loftus, 2008; Laney, Bowman-Fowler, Nelson, Bernstein, & Loftus, 2008), a un grupo de sujetos se les planteó la sugerencia de que cuando eran niños les gustaba comer espárragos. En concreto, este 5º grupo de sujetos fortaleció la creencia de que la primera vez que habían probado los espárragos cocidos les habían encantado. Estas nuevas y falsas creencias (recuerdos) tuvieron consecuencias para ese grupo ya que, en general, dichos sujetos incluyeron cambios en el gusto por los espárragos, un mayor deseo de comerlos en un restaurante y una mayor disposición a pagar más por ellos en la tienda de comestibles. Estos resultados demostraron que los adultos pueden llegar a creer haber tenido una experiencia positiva cuando eran niños (relacionada con determinados alimentos) y que esos falsos recuerdos pueden llegar a tener consecuencias saludables.

Para valorar si los falsos recuerdos podían afectar, no solo a corto plazo, a las actitudes de las personas hacia ciertos consumos, en otra serie de experimentos (Geraerts, y otros, 2008; Bernstein & Loftus, 2009) los investigadores sugirieron falsamente a un grupo de sujetos que siendo niños habían caído enfermos después de comer una ensalada de huevo. Los resultados mostraron que, después de esta manipulación, algunos sujetos llegaron a creer que habían experimentado dicho evento durante su infancia (a pesar de que lo habían negado inicialmente), siendo acompañada dicha creencia con la evitación del consumo de la ensalada de huevo y con una reducción significativa en el consumo de sándwiches con ensalada de huevo, tanto inmediatamente como a los 4 meses de la falsa sugerencia.

Discusión 

A la vista de los innumerables experimentos existentes sobre falsa memoria, quizás pudiéramos concluir que deberíamos desconfiar siempre de nuestra memoria. Son muchos los estudios que han puesto de manifiesto los errores cometidos por testigos oculares (Wells, y otros, 1998; Schmechel, 2006). Sin embargo, ese no es el objetivo de este artículo.

Afortunadamente, en la mayoría de los casos, nuestra memoria no comete errores. No obstante, a la luz de los resultados de los experimentos sobre falsa memoria, deberíamos estar alerta y contar con la posibilidad de que la memoria, en ocasiones, también comete errores. La memoria puede tener lagunas. Parte de la información puede haberse “fugado” y, entonces, el cerebro tratará de completar de alguna manera la información que le falta. El problema surge cuando esas lagunas son rellenadas por recuerdos que no se han producido, por recuerdos imperfectos, y estos son considerados como totalmente fiables en una toma de declaración o de manifestación. Según Antonio Manzanero (2010), el relleno de las lagunas de nuestros recuerdos lo realizamos a través de inferencias que recogen información procedente de nuestros conocimientos y experiencias previas, y de información proporcionada con posterioridad al suceso. Algunas de estas inferencias serán correctas pero otras no, resultando distorsiones de la realidad y apareciendo las falsas memorias de los testigos presenciales.

Hoy sabemos que en la memoria no se almacenan escenas a modo de imágenes de vídeo, sino interpretaciones de la realidad. Además la memoria es dinámica y está continuamente actualizando la información almacenada. Por ello implantar falsas memorias, sobre un evento importante para el sujeto, es posible. También sabemos que la mente de una persona puede llegar a manipularse con consecuencias para su conducta en la intención de compra, o en el incremento o disminución del consumo de determinados productos. Pero, bajo mi punto de vista, las consecuencias más graves sobre implantación de falsas memorias son las producidas por la información suministrada después de un importante acontecimiento. La vulnerabilidad de la memoria en la toma de datos en una investigación es un hecho constatado. Son numerosos los factores que pueden estar influyendo en la calidad de la información almacenada en la memoria (Ibabe, 2000), como los inherentes al suceso (duración del suceso, iluminación, distancia), los relacionados con el testigo (atención prestada, fluidez verbal, impacto emocional producido), o los relacionados con la evaluación (formato de las preguntas, forma de preguntar, clima de la entrevista).

En relación con estos últimos, sabemos que es fundamental plantear preguntas abiertas y no inducir nunca determinadas respuestas. Pero, esta máxima es aún más importante ante entrevistas, o toma de declaraciones, a menores “posibles” víctimas de abusos sexuales. Se han producido no pocos casos de supuestos abusos sexuales en niños que decían recordar detalles del mismo, cuando en realidad este no se había producido (Loftus & Frenda, 2010). También hoy sabemos de los riesgos de determinados métodos utilizados para aliviar los males de determinados niños y cómo muchos de esos niños, muchos años después, habían “recuperado” repentinamente ciertos recuerdos “reprimidos”. Gracias a la investigación científica, se ha demostrado que determinadas terapias pueden inducir hechos que en realidad no se han producido. Determinados psicoterapeutas, ante la sospecha de que un paciente haya sufrido algún episodio de abuso sexual en la infancia, aunque este no haya sucedido nunca, puede, sin intención, inducirle a creer que este ocurrió realmente. Son muchos los investigadores que alertan de la falsedad sistemática de las llamadas memorias recuperadas (Loftus E. F., 1993; Davis & Loftus, 2006). Es creíble que alguna vez puedan surgir recuerdos que considerábamos perdidos, pero que una víctima de abuso sexual olvide un suceso de tal envergadura y que muchos años después pueda llegar a recordarlo, curiosamente sólo mediante determinada terapia, parece poco probable.

Conclusiones 

Está demostrado que nuestra memoria es maleable y, en ocasiones, poco fiable. No obstante, en la mayoría de los casos deberíamos confiar en ella. Los experimentos llevados a cabo sobre la susceptibilidad para generar falsos recuerdos han puesto de manifiesto que nuestra memoria es susceptible de incorporar información errónea. Al evocar un suceso del pasado, podemos incorporar información procedente de nuestros conocimientos y experiencias previas, o de información de cualquier tipo proporcionada con posterioridad al suceso. En la vida diaria este tipo de fenómeno puede resultar trivial. El problema surge en situaciones como la toma de declaración a un testigo ocular. La información suministrada en los momentos posteriores al acontecimiento, ya sea por el investigador, por comentarios de otros testigos, o por otras personas allí presentes, puede influir en los recuerdos del testigo sobre dicho evento. La memoria, en la toma de datos iniciales es muy vulnerable y podría resultar contaminada para una posterior evocación de los hechos. Este riesgo es aún mayor en el caso de menores, cuyas capacidades cognitivas (atención, percepción, memoria, lenguaje) están condicionadas por la falta de madurez neurológica. 7

La memoria no graba escenas, sino interpretaciones de la realidad, además es dinámica y continuamente está actualizando la información almacenada. Por ello, cuando se trata de testigos oculares que facilitan en un juicio información esencial sobre la comisión de un delito, deberíamos tener presente la posibilidad de existir falsas memorias.

Bibliografía 

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