La fenomenología determinista de la delincuencia juvenil y el perfil de delincuentes menores

Prof. Dr. Alfredo Jiménez Ramos

Grado de Criminología UCJC

Fenomenología determinista de la delincuencia juvenil

Como su propio nombre indica, este tipo de delincuencia se refiere a la desarrollada por sujetos en su etapa de la vida más temprana, fijada ésta, en cualquier momento en la que el individuo no ha adquirido –biológica o civilmente- una edad en la que se le pueda considerar perfectamente responsable de su propios actos y, consecuentemente, objeto de la aplicación de las leyes penales y procesales ordinarias. Es una pura convencionalidad a nivel país y legislación, por cuanto, Estados muy parecidos culturalmente se diferencian, unos de otros, por la edad en la que han establecido la denominada «mayoría de edad»; incluso, en alguno de los citados Estados, se establecen diferentes edades a efectos de las distintas obligaciones o derechos civiles (por ejemplo, el derecho a voto).

Es España, el artículo 12 CE [recogiendo lo previamente establecido en el RD-ley 33/1978 de 16 de noviembre], y el artículo 315 C.c. instauran la mayoría de edad político-civil en los 18 años. El artículo 19 C.P. establece que los menores de 18 años no pueden ser imputados con arreglo al Código Penal [con la precisión del art. 69 CP -recogido igualmente en el art. 4 de la LORPM- para los sujetos que se encontraran comprendidos entre los 18 y los 21 años], debiendo subsumirse, en todos estos casos, a la Ley que regule la responsabilidad penal del menor [Ley 0rgánica 5/2000 de 12 de enero]. La reforma operada por la LO 8/2006 de 4 de diciembre, circunscribió la citada responsabilidad penal del menor sólo a los sujetos comprendidos entre los 14 y 18 años, eliminando la prístina salvedad del art. 69 CP [con no pocas polémicas y disposiciones transitorias –LO 9/2002].

Como no podía ser de otra forma, la sociedad necesita protegerse de los sujetos que atacan los bienes sociales y que producen un determinado daño a las personas –su salud, su integridad física y moral, su libertad, su intimidad, su honor, etc…-, o a sus patrimonios. Prácticamente la totalidad de los delitos que cometen los adultos pueden ser, igualmente, perpetrados por menores, incluso con una particular forma de ejecutarlos que, si cabe, ponen de manifiesto especial saña y violencia a la hora de cometerlos.

La criminología, al carecer de una metodología propia para valorar las conductas sociales e individuales, se ha visto arrastrada por las tesis y epistemología de la sociología y la psicología, para poder dar una explicación coherente a los actos de delincuencia en jóvenes. Esta impronta científica no ha sido totalmente pura ni imparcial; hay pues, que hacer notar que las explicaciones a estas conductas por parte de las ciencias sociales ha quedado muy comprometida por un cierto puritanismo propio de determinadas corrientes de pensamiento sociológico, rechazando la idea de la maldad per se en las personas; y menos, aceptar una pulsión maligna en una determinada edad juvenil, responsabilizando pues, la asocialidad de las conductas al efecto contaminante de la sociedad –las disfuncionalidades y desequilibrios sociales- y, consecuentemente, los niños y los jóvenes que delinquen, lo hacen porque han empezado a infectarse al sufrir un determinado grado de marginalidad (concepción extendida contrapuesta a las radicales teorías biológicas sobre el individuo defectuoso -el delincuente «nato» de LOMBROSO- y otras corrientes crimino-genéticas propias de la antropología criminal más rancia). Bajo estas moderadas teorías sociológicas, la sociedad se presenta como un conjunto organizado –instituciones políticas, económicas y sociales- cuya meta y misión vital es producir un cierto estado de bienestar a sus ciudadanos. Lamentablemente, siguiendo este enfoque sociologicista, por la escasez de los recursos, la convencionalidad injusta de los criterios para la distribución de la riqueza, la aplicación de fórmulas egoístas para homologar la participación de los ciudadanos en base a sus aportaciones de capital o de trabajo -y un largo etcétera-, se produce el conflicto social. Este conflicto se genera por la yuxtaposición de ingentes insatisfacciones de las personas que se quedan desvalorizadas en este proceso de participación de los bienes sociales, e imputan su marginación a los clasistas criterios del poder operante en cada momento. Esa marginación –más patente en sociedades dinámicas, industrializadas y en continua transformación- produce sujetos desclasados que pueden asumir distintos modelos de conducta; desde la sana competencia y adopción de un determinado rol social a, por parte de los más inadaptados, la reacción anti-sistema en sus distintos grados de animosidad y violencia, conducentes, en muchos casos, a la comisión de delitos. Y, en este animus individual –que se colectiviza al desplegar conductas y reacciones antisociales tipificadas en las leyes penales-se encuentran igualmente tanto los jóvenes como los adultos.

En efecto, existe una cierta unanimidad de estas teorías psicosociológicas [L. A. Coser «The funtions of social conflict», Wolfgang&Ferracutti «La subcultura de la violencia», Cohen «A Theory of sulcultures», Merton, Munné, etc….] en establecer que, en la sociedad, hay dos formas de asumir el conflicto social por parte de los individuos que ven frustradas su expectativas en su proceso de integración y socialización –patente en los jóvenes-; la mayoría de los sujetos marginados se mantienen en un stablishment de orden, articulando mecanismos de remotivación que les conducen a los llamados «comportamientos de cohesión» al Sistema y quedando sanamente socializados; por el contrario, otros sujetos adoptan una posición reactiva y disgregadora que, in extremis puede cristalizar en conductas antisociales violentas propias de un comportamiento delictual. Este proceso de adaptación o rechazo del status quo social se produce desde edades muy precoces y los más inadaptados, dependiendo de su personalidad y contexto –familiar, urbano, escolar, etc…-, pueden caer en una progresiva entropía; en muy poco tiempo pues, un joven se transforma en delincuente. Por lo tanto, iniciado el joven en un nivel de delincuencia o conducta antisocial –pequeñas agresiones y broncas pandilleras, consumo de drogas, hurtos de mercancías, etc…- , es predecible que, de persistir en estas conductas, progresivamente vaya escalando en violencia y gravedad hasta convertirse, en un corto periodo de tiempo, en un delincuente profesional. La perspectiva no es buena; todas las estadísticas muestran que la violencia juvenil va aumentando a cotas que casi llegan al 15% de toda la delincuencia general. El fenómeno inmigratorio –por su desarraigo- supone un nuevo factor para el incremento de las cotas de marginalidad social –dificultad de integración, precariedad laboral, anomia, mafias, bandas, etc…-.

El tratamiento de la delincuencia juvenil supone gran un esfuerzo pluridisciplinar y continuado –sociología, psicología, criminología, antropometría, urbanismo, economía, etc…- para tener muy analizado y controlado el comportamiento de los jóvenes en una sociedad en constante mutación de sus valores, de sus recursos y de sus formulaciones organizativas –sociedad de la información, globalización, etc…-. Sólo fruto de este esfuerzo continuado se podrán obtener conclusiones científicas en razón de las distintas culturas, los hábitos sociales, los niveles económicos y educativos, las opciones vitales, la influencia del crimen organizado, etc…También es muy importante la integración de estas valoraciones en un modelo general de seguridad ciudadana, sin aislar el fenómeno juvenil del resto de las medidas de seguridad que atienen al delito cometido por delincuentes adultos regulares, por cuanto, salvo en algunas ocasiones, la criminalidad en general se sirve de los menores y jóvenes.

Deben, igualmente, diferenciarse bien los delitos perpetrados por menores –propiamente dichos, esto es, en edad infantil- hasta los 12-14 años y los delitos cometidos por menores de edad civil pero con características biométricas –somáticas y psicológicas- de mayor edad. A cada una de estas etapas –menor y juvenil- debería corresponderle una regulación específica en materia de penas y de corrección penitenciaria. Se podrían enlazar las dos etapas citadas de forma individualizada, atendiendo a la gravedad del delito, el tipo de delito, los agravantes o eximentes, la personalidad del delincuente, etc…

Sistematización de los perfiles de delincuentes menores (aplicación al tema del eclecticismo práctico de la psicología y la sociología criminológica)

El delincuente juvenil ya viene, de entrada, definido por su edad biológica y civil, esto es, es joven, con toda la carga que ello comporta (inmadurez, falta de experiencia, entusiasmo, credulidad, impulsivo, vehemente, etc…). Existen dos factores previos y deterministas que han escapado de su propia capacidad de decisión: a) su constitución físico antropométrica que le viene dada por su nacimiento e impronta genética de sus padres y que tiene una formulación dialéctica –con sus opuestos e intermedios- (guapo o feo, alto o bajo, sano o enfermo, simpático o soso, bondadoso o egoísta, valiente o cobarde, cruel o compasivo, querido o no querido, etc…) y, b) su ubicación geográfico-temporal y cultural , esto es, el lugar, la cultura, la familia en la que está inserto y el tiempo que le ha tocado vivir. Estos dos factores determinaran sus pulsiones o tendencias –biopsicogégesis- y opciones vitales de socialización –sociogénesis-, que configurarán su potencialidad para delinquir. No es que no tenga ninguna posibilidad de alterar el curso de las cosas, por cuanto estaríamos en un determinismo contrario al «libre albedrío» que predica nuestra cultura occidental; pero, si es cierto que, sumados unos factores psicoantropométricos concretos y unos factores de socialización determinados configuraremos un individuo integrado social o, por el contrario, un ser sociopático.

Pensemos en un sujeto poco atractivo, bajo de estatura (somatotipo bioantropométrico), de naturaleza cruel o, al menos, poco afectuosa (apatía afectiva), inserto en una familia obrera de padre trabajador del campo de un terrateniente –continuamente denostado por los comentarios del padre en la casa como explotador y capitalista-, y con una madre que no le prodiga mucha atención porque tiene que faenar atendiendo a varios hermanos (inserción cultural y familiar). Dos veces al año hacen «la matanza» del cerdo para guardar los chorizos y salchichones y participa despiezando al animal una vez que ve como su padre le acuchilla para sacrificarlo (socialización cultural). En el colegio no saca muy buenas notas por falta de talento o capacidad para atender sostenidamente (predisposición neuropsicológica TDA) y, cuando se dirigía a las chicas en las fiestas del pueblo éstas le rechazaban por su falta de atractivo personal (genera una alteración bioquímica en el núcleo caudado cerebral). Esta frustración y la falta de comunicación con sus padres le llevaba a deambular sólo por el pueblo y a lesionar gravemente a animales –gatos o perros- que le salían al paso (psicopatía), lo que no le ocasionaba ninguna repulsa acostumbrado a sangrientas escenas de matanza. Como era de esperar, al poco tiempo, focalizó otros objetivos de personas que le antipatizaban –coche, vivienda y animales domésticos- y los dañó; lo que le llevó a vérselas con la Guardia Civil y comenzó su carrera delictiva a los 15 años de edad.

Este podría ser el relato de la incipiente vida de cualquier criminal. Determinado por su fisionomía poco atractiva y una falta de capacidad intelectual, además de socializado en una cultura brutal del campo, ante frustraciones y pocas opciones vitales se encuentra abocado a una conducta agresiva y marginal. También es cierto que, otro sujeto con idénticos parámetros –psicoantropométricos y culturales-, ante el primer enfrentamiento con la Autoridad y aplicación de las primeras sanciones reconsiderara su conducta y asumiría otras pautas de comportamiento encaminadas a evitar la represión policial o la vergüenza social (inhibición conductual).

El relato facilitado pretende justificar la fundamentación de la criminalidad sobre los postulados de las teorías biológicas y, su conjunción con las de orden cultural o, también llamadas, de «socialización deficiente». Hoy prácticamente, ningún erudito de la criminología –criminogénesis- discute la yuxtaposición de factores biológicos –biopsicogénesis- y culturales en la conformación de la conducta criminal –sociogénesis-. Y este esquema se sostiene incluso desde posiciones doctrinales y praxis muy dispares [teorías bioantropométricas o biotípicas de Kretschmer, Scheldon, Di Tullio, Kinberg; psicológicas de Le Senne; psicopatológicas de Schneider; psicoanalíticas de Freud, Adler, Jung; fenomenológicas de Seeling, etc… Y si todo ello –estos paradigmas teóricos doctrinales-, son válidos para crear una axiología científica de la delincuencia adulta, como no van a serlos para los sujetos que se encuentran inmersos en sus primeros procesos de socialización, como es el caso de los menores y jóvenes, tan vinculados, en estos primeros momentos de su vida, a descubrir –física, psicológica y socialmente- quienes son, en los que desarrollan los iniciales sentimientos de gratificación y frustración.

La complejidad de intentar utilizar estas bases psico-sociológicas que se sitúan en la esencia más profunda del sujeto [la que sólo se puede analizar desde las teorías psicológico-sociales y un buen grado de metafísica y moral], para llegar a una clasificación sistemática de los perfiles de delincuentes ha resultado inasequible a la criminología y al derecho penal; es tan complejo y controvertido el tema introspectivo que justifique la personalidad y la conducta criminal –de adultos y jóvenes- que tenemos que llegar a otras clasificaciones más operativas. En efecto, una clasificación psicológico-cultural más ecléctica que no desprecia dicho sustrato anímico, moral y psicológico que, sin duda, hay en la personalidad del delincuente juvenil, podría ser la siguiente (línea de Jiménez Cubero, entre otros)l :

Menores delincuentes con trastorno antisocial de la personalidad, afectados por la ausencia paterna y materna durante su infancia, realiza una vida urbana hiperactiva. Son irritables y crueles, amorales y sin sentido de la culpa. Sus actos delictivos suelen ser: robos, incendios y vandalismo. Pueden pertenecer a familias de distinto estrato social.

Menores delincuentes con reacción social agresiva, especialmente reactivos, carentes de afectividad por lo que reacciona de forma hosca y agresiva para compensar su frustración. Dados a cometer faltas por injurias y peleas. Habituales del consumo de alcohol.

Menores delincuentes con reacción de huida, igualmente carentes de afecto durante la niñez, tienden a escaparse de su casa con harta frecuencia, buscando los recursos inmediatos para mantenerse. Tienden a asociarse con adultos para subsistir y son fácilmente captados por delincuentes organizados.

Menores delincuentes de vis compulsiva sobre sus víctimas, se aprovechan de la necesidad –enfermedad- o debilidad psicológica de las víctimas –soledad-, sus vicios –pederastia-, sus ilusiones que hábilmente alimenta –gerontofília-, el miedo –abandono-, etc… Son objeto sus víctimas de estafas, apropiaciones, chantajes, etc…

Menores delincuentes neuróticos, son jóvenes afectados por una enfermedad mental, acosados por un gran sentimiento de culpa que se liberan mediante actos de apropiación, hurto, etc… , pretendiendo ser sometidos a un castigo.

Menores delincuentes sublimados, juegan un papel irreal de rol. Sus fantasías les llevan a cometer actos de irresponsabilidad –imitación, juego, etc…- propio de los personajes a los que pretenden emular o con los que se identifican en sus ensoñaciones. A veces, esta emulación les lleva a cometer delitos de gravedad y violencia extrema.

Menores delincuentes psicóticos, enfermos mentales que padecen importantes trastornos de la personalidad. Esta personalidad esquizoide puede presentarse de forma sorpresiva en adolescentes que, hasta ese momento habían desarrollado aptitudes normales y, acontecida la enfermedad pierden el control de sus actos, de su propia identidad y de su voluntad. Pueden cometer delitos graves en momentos de perturbación, principalmente contra personas que les circundan.

Menores delincuentes por enfermedad, concretamente «encefalitis letárgica» consistente en la inflamación del encéfalo lo que produce somnolencia frecuente y larga: También pecan de locuaces, inoportunos, osados, irrespetuosos, etc…que se «meten» contra las personas que les circundan insultándoles o burlándose de ellos. Se dedican al vagabundeo, a merodear por lugares en los que se pueden apropiar caprichosamente de las cosas y realizan todo tipo de actos inmorales y de delitos menores.

Menores delincuentes psicopáticos, inadaptados, incapaces de asumir ningún comportamiento propio de su edad ni en ningún contexto vivencial –colegio, familia, etc…-. Normalmente son niños que adolecen de salud mental y tienden a cometer todo tipo de actos desordenados y antisociales, en algunos casos despiadados (crímenes con enorme violencia).

Ni que decir tiene que esta sistematización nos permite desacomplejar el discurso de las clasificaciones más científicas –aportadas por distintas corrientes epistemológicas de la psicología y sociología-, para poder establecer políticas realistas de aproximación al fenómeno de la delincuencia juvenil y las correspondientes de prevención y represión.

Alfredo Luis Jiménez Ramos