APUNTES PARA UN HOLOCAUSTO CANIBAL
Dr. Francisco Pérez Fernández
Dept. Criminología UCJC (diciembre de 2014)
A la vista del título del presente artículo, que parafrasea al de la célebre y controvertida película gore dirigida por el italiano Ruggero Deodato en 1980, el lector podría pensar que nos referiremos a crímenes en los que hayan aparecido rituales asociados al canibalismo en cualquiera de sus formas, tema que sin duda también daría mucho juego en este contexto y al que quizá nos acerquemos en alguna otra ocasión, pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que en adelante me propongo desmitificar en la medida de lo posible, bien sea brevemente, el extraño asunto de la metilendioxipirovalerona (en adelante, MDPV), sustancia popularizada de suerte tan novelesca como confusa en los medios de comunicación como la droga caníbal. Pura leyenda urbana como se verá.
La historia de la MDPV, aunque pudiera pensarse lo contrario a causa de su reciente e inmerecida celebridad, es larga y oscura. Se sintetizó por vez primera en la década de 1960 por un equipo investigador de la compañía alemana Boehringer Ingelheim, fundada en 1885 y de ahí su nombre por el químico y farmacéutico Albert Boehringer en la localidad de Ingelheim am Rhein (Distrito de Mainz-Bingen). La finalidad originaria de la MDPV, cuya fórmula es C16H21NO3, en tanto que recaptador de la noradrenalina –o noreprinefrina- y la dopamina, era la servir como proyecto de fármaco antidepresivo. Sin embargo, en tanto que estimulante con potentes e incontrolables efectos alucinógenos que acarreaba otras alteraciones orgánicas y conductuales severas, la sustancia no fue aprobada para uso médico por lo que se descartó rápidamente su viabilidad comercial y pasó al archivo de los experimentos farmacológicos fallidos, algo que sucede bastante a menudo. Sea como fuere, y sin que se sepa bien cómo, el compuesto reapareció en 2004, año en el que se localizan en las calles las primeras remesas muy pequeñas de MDPV, sintetizada ya como supuesta droga de diseño, en países como Reino Unido, Canadá, Australia y Estados Unidos, en los que, sin embargo, no parece consumirse regularmente. De hecho, los informes de investigación e intoxicación reportados por Autoridades e investigadores son escasos y datan de 2009.
Dependiendo del lugar en el que se ponga en circulación, la MDPV, droga que se consume esnifada, cuya apariencia es la de un polvo cristalino parecido al azúcar y cuyo color oscila entre el blanco y el amarillento, recibe diferentes nomenclaturas populares relacionadas con su aspecto peculiar: ola de marfil, cielo de vainilla, bendición, magia, relámpago blanco, sales de baño y, en última instancia, droga caníbal. Acepción esta última debida fundamentalmente a la singular recepción sensacionalista que encontró en los medios de comunicación el espectacular caso protagonizado en la ciudad de Miami por Rudy Eugene, un joven negro de 31 años que bajo los efectos de la MDPV atacó a un vagabundo de 65 años a finales de del mes de mayo de 2012, momento en el que –recordemos- la sustancia llevaba ya nada menos que ocho años funcionando en los mentideros del trapicheo, despertando cierta alarma en los organismos policiales y generando toda clase de especulaciones.
El suceso, grabado por las cámaras para el control del tráfico ubicadas bajo el puente del tranvía Metromover a su paso por la McArthur Causeway, dio la vuelta al mundo gracias a las imágenes, más confusas que realmente escabrosas, que nos mostraban como a lo largo de dieciocho interminables minutos Eugene asaltaba al indigente para devorarle el rostro antes de ser abatido a tiros por la policía. La víctima, Ronald Poppo, sobrevivió a la agresión pero hubo de someterse a una larga reconstrucción facial al perder los ojos y el 75% del rostro. La fantasía periodística, así como la imaginación de muchos impactados internautas, quiso relacionar el asalto de Eugene con la serie televisiva de moda por aquel entonces en medio mundo y producida por la cadena estadounidense de cable AMC, The Walking Dead, por lo que la maquinaria antropológica se puso en marcha y comenzó a hablarse de extravagancias infundamentadas como “ataque zombi” o “brote de canibalismo”.
No obstante, y bien estará comenzar por deshacer el malentendido mediático, la MDPV no produce tendencia al canibalismo en sentido alguno. Lo cierto es que se trata de un psicoestimulante de efectos similares a los de la cocaína u otras sustancias del espectro de las anfetaminas, y en realidad se especuló con el hecho de que la agresión de Eugene pudiera producirse como resultado de algunos de los efectos psicológicos asociados a su consumo: paranoia, ansiedad, confusión, delirios, alucinaciones y conductas violentas. Pese a todo, tras la autopsia practicada al cadáver de Rudy Eugene quedó claro que los informes iniciales sobre un posible consumo de MDPV habían resultado erróneos, pues no se encontró rastro alguno de esta sustancia específica en su cuerpo, apareciendo únicamente trazas de marihuana. Por supuesto, muy pocos medios de comunicación se hicieron eco de este hecho amparados, quizá, en una de las más elementales máximas del negocio periodístico que tanto suele perjudicar en la exposición pública de los temas judiciales, policiales y criminológicos: no permitas que la realidad estropee una buena noticia.
Piénsese que, al igual que no existen los legendarios sueros de la verdad (nomenclaturas populares de sustancias como la escopolamina o el pentotal sódico), ni quiméricos besos del sueño o drogas del amor (de nuevo la escopolamina o la ketamina en su acepción más extendida entre el vulgo de burundanga), tampoco hay una droga caníbal por cuanto las conductas relacionadas con estados psicosociológicos complejos como el amor, el deseo de decir la verdad, la moralidad o el propio canibalismo, que requieren a menudo de complicadas elaboraciones emocionales, cognitivas y culturales, no pueden ser inducidos de manera directa e invariable por sustancia alguna, y sostener lo contrario nos introduciría en el ámbito de lo que por el momento no es más que simple y llana ciencia-ficción.
Lamentablemente, el desconocimiento profundo que muchos informadores, legos y aficionados muestran en torno a estos temas a menudo genera mayor confusión que beneficio y puede llegar, por lo demás, a convertirse en el detonante de versiones aún más distorsionadas de los problemas criminogenéticos y de salud pública que el uso incontrolado de estos y otros compuestos acarrean. Baste recordar el trágico asunto del mal llamado éxtasis líquido, que en realidad es ácido gamma-hidroxibutírico (GBH), cuya relación familiar con el éxtasis tradicional -3-4 metilendioxietilanfetamina o MDMA- es nula al tratarse de un sedante y cuyo consumo equívoco inducido por su errónea denominación popular ha desencadenado la hospitalización, y en algún caso la muerte, de más de un despistado.
Los efectos psicológicos deseados por el consumidor de MDPV oscilan entre la euforia y el aumento de la sociabilidad, pasando por mayor vigilancia y conciencia, incremento de la concentración, mejora de la estimulación sexual, más y mejor motivación o una inusual energía. Sin embargo, y como suele ocurrir en estos casos, no compensan los efectos secundarios indeseados como taquicardia, cefalea, náuseas, disnea, paranoia, confusión, ideación suicida, cólico nefrítico, bruxismo, vasoconstricción o conductas violentas relacionadas con estados psicóticos. Además, sus complicaciones y riesgos orgánicos son elevados en la medida que un consumo habitual progresa con rapidez hacia la insuficiencia hepática, la rabdomiolisis, la insuficiencia renal, las convulsiones y la acidosis metabólica. Por otro lado, los efectos psicológicos y conductuales del MDPV pueden persistir e incluso agudizarse hasta una semana después de su consumo dependiendo de la vulnerabilidad del usuario.
Debemos significar, por lo demás, que los organismos que han analizado esta clase de efectos –como es el caso de la ONG Asociación Bienestar y Desarrollo (ABD)- han podido constatar que el comportamiento asociado a la necesidad de morder no es intrínseco al consumo sino, en todo caso, una manifestación agresiva ocasional que se produce en algunos sujetos concretos y que nada tiene que ver con la farmacocinética o la farmacodinámica de la MDPV. Otro efecto conductual interesante de nuestra protagonista es la tendencia de muchos de sus consumidores a desnudarse o arrancarse la ropa, lo cual se debe a la intervención específica de la sustancia en el circuito neuroquímico de la noradrenalina, lo cual provoca un potente aumento de la temperatura corporal.
La histeria colectiva que la irrupción mediática de la MDPV ha provocado en medio mundo, inevitablemente, ha llegado a España en los últimos tiempos en tanto que reconocida vía de entrada de psicotrópicos a la Unión Europea. El hecho de que se trate de una sustancia indetectable para los perros antidroga, y cuyo consumo no es revelado por los análisis de orina convencionales –sí en las muestras capilares-, han hecho saltar todas las alarmas en la medida que estaríamos ante un producto de rápida introducción en el mercado: fácil de pasar, fácil de consumir, fácil de ocultar. Ello ha motivado que diferentes episodios especialmente singulares de mal viaje protagonizados en los últimos tiempos por algunos consumidores de estupefacientes se hallan relacionado de manera directa o indirecta con la MDPV, alimentándose así la inevitable dinámica de la alarma social.
A la MDPV se atribuyeron, por ejemplo, los casos de intoxicación violenta ocurridos en Ibiza durante el pasado verano, cuando varios jóvenes británicos mostraron un cuadro de paranoia y agresividad extrema que, reportado por los responsables de un centro de salud ibicenco, puso en alerta a la Unidad Antidroga de la Guardia Civil. La investigación llevada a cabo por los agentes pareció señalar que la supuesta partida de MDPV, de la que no se encontró ni rastro, introducida en la isla habría sido pequeña y, probablemente, de existir realmente, tendría intenciones experimentales o habría sido introducida por los propios consumidores. No obstante, tampoco han ayudado a sembrar la calma los detalles ofrecidos por la muy cinematográfica Drug Enforcement Administration (DEA), según los cuales partidas de esta sustancia estarían comercializándose vía internet ocultas en tarros aparentemente inofensivos de sales de baño, extremo no del todo establecido y que ha sido interpretado por diversos especialistas como mera especulación fantasiosa motivada por un exceso de celo.
Sea como fuere, la serpiente de verano sigue entre nosotros. El tema de la “droga que te vuelve caníbal” había parecido quedar en suspenso cuando, en septiembre de 2014, la aparición de una joven con claros signos de intoxicación en la romería de Nosa Señora da Virxe da Barca de Muxía, hizo que las especulaciones sobre la MDPV volvieran a los medios de comunicación. La chica, que fue ingresada, atacó a varias personas y actuaba con extrema agresividad. El hecho de que la emprendiera a mordiscos con alguno de ellos hizo que su conducta fuera rápidamente relacionada con la inevitable mitología de la droga caníbal. Tampoco se ha demostrado que en esta ocasión fuera cierto y, debe quedar claro, el consumo incontrolado de muchos de los psicoestimulantes que ya funcionan con asiduidad en el menudeo de la droga pueden provocar esta clase de efectos, bien por sí mismos, bien porque habitualmente, dado su uso lúdico, se consumen junto con alcohol u otras drogas conformando un verdadero cóctel explosivo.
Sería absurdo, por supuesto, negar la peligrosidad de sustancias como la MDPV, extremadamente dañinas, y bajar los brazos ante ellas, pero no deberíamos caer en el error de alarmar innecesariamente a la población con películas de terror infundamentadas. Los auténticos caníbales, se lo aseguro, no necesitan tomar absolutamente nada para disponerse al holocausto.