Feo.: Sergio García
Profesor de la Universidad Camilo José Cela
Una línea dentro del sistema de seguridad colectiva: el terrorismo internacional de corte islámico
El sistema de seguridad colectiva está íntimamente ligado a la noción de amenazas a la colectividad. Éstas, dijimos, pueden dividirse en categorías: amenazas económicas y sociales, incluyendo la pobreza, enfermedades contagiosas y degradación medioambiental; el cambio climático, que en los últimos años se ha convertido en una categoría independiente; los conflictos ínter-estatales; los conflictos internos, incluyendo guerra civil, genocidio y otras atrocidades a gran escala; armas nucleares, radiológicas, químicas y biológicas; terrorismo internacional; y crimen trasnacional organizado.
El sistema de seguridad colectiva pretende dar respuestas internacionales a estas problemáticas globales que sobrepasan la capacidad nacional de los Estados para abordarlas en solitario. Sin embargo, como hemos venido mencionando, el desarrollo institucional a nivel global va mucho más lento que el desarrollo de estas amenazas también globales que actúan desde ámbitos trasnacionales. Y, de hecho, puede que algunas amenazas sean causadas por el mismo sistema, ya que aunque aspira a la imparcialidad, beneficia a los más poderosos. ¿Puede tener éxito a la hora de luchar contra problemas globalizados un sistema de seguridad colectiva que adolece de cierto apego a la soberanía nacional por parte de sus miembros? Además, si las acciones internacionales, especialmente cuando se tratan de medidas coercitivas, no se rigen por los parámetros del derecho internacional, si el sistema de seguridad colectiva no encarna los principios de la justicia y del respeto a unos derechos humanos definidos por todos, y si no se subordina el interés nacional al interés colectivo y se trata de comprender al “otro”, probablemente, y como se ha formulado en la introducción, no se podrá responder con eficacia a las amenazas globales de hoy como el terrorismo internacional. En este apartado escogeremos un tipo especial de terrorismo, el terrorismo de corte islámico, y más específicamente el de Al-Qaeda, bajo el prisma del funcionamiento del sistema de seguridad colectiva para responder a esta amenaza. Para ello, comenzaremos haciendo un repaso teórico a algunas cuestiones relacionadas con el tema, tales como su definición, clasificación y algunos enfoques y teorías relacionadas. Posteriormente, analizaremos las distintas interpretaciones que se hacen de este fenómeno desde diferentes marcos culturales. Para finalizar, exploraremos críticamente las maneras en las que sistema de seguridad colectiva está tratando de responder a este asunto con mayor o menor éxito, y cuáles son las dificultades que entraña el trabajar con un problema trasnacional así.
Clarificación conceptual
Hablar de terrorismo internacional de corte islámico entraña una primera serie de dificultades conceptuales. ¿Qué es el terrorismo? ¿Qué significa que sea de corte islámico? ¿A qué nos referimos cuando mencionamos el islamismo?
Como no es el propósito de este trabajo hacer una clarificación exhaustiva de la noción de terrorismo internacional de corte islámico, sino utilizar esta categoría para analizar el funcionamiento del sistema de seguridad colectiva, haré una definición propia con el fin de consensuar lo que quiero significar cuando hablo de este fenómeno.
El terrorismo es la utilización sistemática del terror para lograr ciertos fines, recurriendo en muchos casos a la violencia o a la amenaza de ésta. El terrorismo al que yo me refiero no proviene del Estado, aunque sin duda existen Estados que, aparte de ejercer el monopolio legítimo de la violencia, recurren al terror dentro y fuera de su territorio para promover ciertos fines. El terrorismo al que hago referencia proviene de organizaciones no estatales consideradas organizaciones terroristas por la comunidad internacional, simbolizada por las Naciones Unidas, y no por un solo Estado, por muy poderoso que éste sea.
Al ser internacional, este terrorismo proviene de grupos u organizaciones que actúan de forma trasnacional, sin ubicarse en un único lugar geográfico. Además, es de corte islámico porque utiliza como eje de su ideología algunos preceptos de la religión de Muhammad, preceptos que son una interpretación particular de El Corán. Este terrorismo islámico, o para ser más preciso, el terrorismo de Al-Qaeda, difiere de lo que se denomina islamismo, movimiento político-religioso que se explorará a continuación.
A este respecto, sin embargo, considero necesario aclarar previamente la diferencia entre Islam e islamismo.
El Islam es la religión que fundó Muhammad hace más de 1300 años[1]. Esta religión se ha dividido en distintos grupos, en base a diferentes interpretaciones, siendo las dos ramas más importantes las que mencionamos al inicio de esta investigación: el Islam Sunní, al que pertenece la mayoría del mundo islámico, y el Islam Chiíta, principalmente establecido en Irán, en el Sur de Irak y en parte del Líbano. El Islam como religión siempre ha estado vinculado a la política, siendo el mismo Muhammad durante su estancia en Medina el jefe político de la ciudad. El mundo islámico sunní aspiraba (y todavía aspira) a tener una gran comunidad religiosa y política musulmana, denominada la Umma, bajo el liderazgo religioso-político del califato. El Islam tuvo un gran efecto civilizador en la zona de Arabia tras la muerte de su Profeta y la civilización creada en su nombre es responsable de muchos de los elementos sin los cuales hoy sería difícil concebir el mundo y la ciencia moderna.
El concepto de islamismo, sin embargo, es más ambiguo. Dentro de él caen diferentes grupos islámicos, antagonistas algunos de ellos, normalmente creados dentro de sociedades islámicas tradicionales, que aspiran a hacer reformas dentro del mundo musulmán. Algunos son grupos que abogan por la democracia y perviven dentro de Estados islámicos que consideran que portan una versión anacrónica del Islam. Otros son más radicales y abogan por tomar el poder incluso por las armas. Otros reaccionan contra la influencia occidental. Sin embargo, el islamismo como movimiento político podríamos decir que surge a principios del siglo XX como reacción al líder turco Atatürk, quien intentó crear una Turquía laica. Esto fue visto como una occidentalización de las sociedades musulmanas. En Egipto, el grupo los Hermanos Musulmanes, quizá la primera organización representante del islamismo, surge tras la caída del Imperio Otomano y aboga por la restauración de un Estado Islámico en el que se aplique la Sharia o ley islámica.
Estos movimientos político-religiosos denominados islamistas proliferan después de la Segunda Guerra Mundial[2], ya que en algunos países de tradición islámica comienzan a gobernar grupos nacionalistas laicos relacionados y apoyados por la URSS o EEUU, intentando liderar procesos de desarrollo social y económico en sus países. Estos grupos fracasaron y sectores cada vez más importantes de estos países comenzaron a ver el Islam como su única alternativa. La Revolución Islámica de Irán en 1979 sirvió de acicate aún mayor para estos movimientos, viendo en Irán un modelo a seguir[3]. Algunos autores han considerado este acontecimiento como la primera revolución en un país en vías de desarrollo ni marxista, ni capitalista, sino puramente islamista.
A pesar de que los estudiosos del islamismo sitúan el surgimiento del islamismo político a principios del siglo XX, éste es incomprensible, bajo mi punto de vista, sin hacer referencia al surgimiento de lo que se conoce por wahabismo en el actual Arabia Saudí en el siglo XVIII. Este movimiento hace honor a su fundador Muhammad ibn Abd-al-Wahhab –me referiré a é él a partir de ahora como Wahhab− quien predicaba el «Salaf as-Salih», que significa «la forma correcta de actuar en función a las enseñanzas de píos predecesores». Los integrantes de este movimiento encuentran ofensiva la denominación wahabistas, por lo que me referiré a ellos como se autodenominan: salafistas. Los salafistas aspiraban a purificar el Islam de las impurezas, innovaciones, herejías e idolatrías introducidas en él desde tiempos del Profeta, especialmente por los sufíes, e hicieron una interpretación particular, bastante literal y rigurosa del mismo, arrogándose ser los defensores legítimos del Islam. El jefe saudita, y fundador de la Casa de los Saud, Muhammad ibn Saud, contemporáneo de Wahhab, adoptó el salafismo como religión de su Estado y promovió la idea de que ése era el Islam verdadero. Sin embargo, el salafismo no se extendió internacionalmente hasta el siglo XX, debido a dos acontecimientos significativos. Por un lado, la dinastía Wahhabi-al-Saud conquistó la Meca y Medina en 1924, controlando así la zona de peregrinación musulmana y predicando la doctrina salafista entre los peregrinos. El otro hecho, de mayor relevancia quizá, fue el descubrimiento de pozos petroleros en la península arábiga en 1938. Esto supuso un aumento espectacular de la riqueza del país proveniente de la venta de petróleo. A partir de entonces, se han gastado cantidades ingentes de dinero en la creación de escuelas, mezquitas, periódicos y otras instituciones y mecanismos divulgadores de la doctrina salafista alrededor del mundo. Bin Laden, a quien nos referiremos más adelante cuando hablemos del surgimiento del terrorismo islámico internacional, es uno de los herederos de este movimiento –a pesar de ser enemigo del gobierno saudí− y del boom económico surgido del petróleo en Arabia[4].
Gilles Kepel en La Yihad dice que el islamismo moderno cristalizó en tres modelos: 1. El de Egipto y los Hermanos Musulmanes, cuyo ideólogo fue: Hasan el Banna (1906-1949). Sayyid Qotb es quizá el representante del movimiento más conocido por la conspiración que lideró contra Naser. 2. Pakistán, cuya ideología se debe a Mawdudi. 3. Irán, teniendo como gran ideólogo al poco conocido, pero fundamental, Alí Shari’ati (1933-1977). Jomeiny tomó su ideología que unía el islamismo con ideas socialistas que tenían en consideración a los desfavorecidos, para luchar contra el último Shah Mohamed Reza Palevi.
Aunque estos modelos difieren ideológicamente, tienen en común la intención de aplicar la ley islámica al gobierno de sus respectivos países. Gilles Kepel considera que el islamismo como utopía, al igual que ocurrió con el comunismo en su día, se ha desgastado por diversos motivos y está en declive. Un intelectual sudanés, residente en Londres y reconocido internacionalmente, Abdel Wahhab al Effendi, publicó en 1999 en el periódico londinense pro-árabe de gran reputación, Al Qods al’arabi (Jerusalén árabe), un artículo titulado “La experiencia sudanesa y la crisis del movimiento islámico contemporáneo: lecciones y significado”[5]. Las experiencias de Sudán, Afganistán e Irán, donde grupos islamistas lograron tomar el poder, consideran estos autores –Wahhab pasa por alto Irán, seguramente debido a su afiliación sunní− han mostrado la incapacidad de los regímenes islamistas para responder a las necesidades de sus países. Sin el pretexto de las intervenciones extranjeras como justificación de sus declives, en estos países el sistema islámico no logró solucionar los problemas sociales, las luchas entre líderes se volvieron sangrientas y virulentas, y se establecieron autocracias[6] represivas con todo tipo de disidencia o pensamiento independiente. Wahhab considera tres las razones fundamentales de este declive: 1. El agotamiento de la utopía por el paso del tiempo y el ejercicio del poder. 2. Conflictos internos entre integrantes del movimiento. 3. La poca democracia de los regímenes. Kepler, sin embargo, además de enfrentamientos entre individuos observa grandes conflictos entre clases sociales, especialmente entre las clases medias y la juventud urbana pobre. El caso de Irán es el más claro, donde el régimen se sostiene por la alianza exclusiva entre la jerarquía religiosa y los comerciantes del bazar, quienes controlan el país.
Muchos intelectuales, otrora defensores y promotores del islamismo y detractores de la democracia y del supuesto valor occidental de la libertad, tras ser encarcelados en o exiliados de sus países donde triunfó el islamismo, se han vuelto hacia la democracia y buscan alianzas con la sociedad civil secular. Debido a estas experiencias con los radicalismos, los fracasos políticos y la represión, han concluido que la mejor forma de proteger el Islam es mediante la democracia. Es interesante ver cómo quienes antes hablaban de la utilización del velo islámico como un deber en la aplicación de la Sharia, ahora hablan del derecho individual a utilizar el velo.
Esta situación del islamismo contemporáneo está suscitando un debate sobre el post-islamismo que recuerda al debate producido tras el desmoronamiento de la URSS. ¿Se diluirá la ideología islamista en la economía de mercado, como se integraron los comunistas en la burguesía y la sociedad de consumo? Algunos piensan que los líderes de los Estados islamistas tienen un rol crucial en lo que será la influencia del Islam en el futuro próximo. Tienen en sus manos democratizar sus países, perdiendo momentáneamente así algo de poder, pero beneficiándose del fortalecimiento de sus países en la sociedad internacional en un futuro a medio plazo. O aferrarse al poder, aislarse, y generar las condiciones propicias para derramamientos fútiles de sangre. Los acontecimientos de la denominada primavera árabe del 2011 muestran ambas posibilidades.
Al-Qaeda y el caso de Bin Laden
Aun después de estas aclaraciones conceptuales, hablar de terrorismo internacional de corte islámico es demasiado amplio, ambiguo e impreciso. Por ello, voy a referirme específicamente a Al-Qaeda, ya que es una organización que podría caer dentro de esa gran categoría que las Naciones Unidas consideran una amenaza a la colectividad, a saber, el terrorismo internacional. Explorar la naturaleza de Al-Qaeda nos ayudará a comprender por qué el sistema de seguridad colectiva, con los defectos que hoy tiene, es incapaz de responder con eficacia a esta amenaza. Para ello, me remitiré principalmente a tres fuentes. La primera es una colección de artículos, comunicaciones, declaraciones y entrevistas de varios personajes relacionados con Al-Qaeda, compilados por Jean-Pierre Millelly y Gilles Kepel en Al Qaeda in its own words[7]. Estos documentos no han sido presentados prácticamente al público occidental, por lo que estos autores, valiéndose de una traducción al inglés de Pascale Ghazaleh, decidieron reunirlos y presentarlos en forma de un volumen. La segunda fuente será un artículo de Jose Mª García Blanco titulado “Caballeros bajo el estandarte del Profeta”[8]. Y la tercera, será el ya mencionado libro de Kepel La Yihad.
Utilizaremos la figura de Osama Bin Laden como hilo conductor para comprender el terrorismo internacional y Al-Qaeda de manera estratégica. Éste nació en 1957 en Arabia Saudí. Su padre –y padre de otros 53 hijos− emigrante de Yemen, analfabeto, pero muy enérgico, era un constructor muy reconocido en el país, con fuertes vínculos con el Rey de Arabia. Su madre, siria, no está claro si era mujer de su padre o concubina, por lo que algunos psicólogos, a pesar de no tener mucha información, y quizá sobrevalorando la influencia de este posible factor, creen ver aquí motivos suficientes para que Osama desarrollara una personalidad dada a la venganza y el resentimiento que justifique toda su evolución.
Osama vivió de niño en un barrio muy rico, siendo sus compañeros de juego los hijos de príncipes y jeques. Esto podría haberle hecho desarrollar a Bin Laden una habilidad singular para interactuar con todo tipo de personas, ricas, pobres, educadas, analfabetas, dirigentes, legos… Mostró desde edad temprana gran atracción por la religión. Después de la guerra árabe-israelí del 73 ocurrió algo que marcaría el destino de este personaje: se volvió archimillonario con solo 16 años. Esto fue debido a que los países árabes, entre ellos el suyo, como medida de presión al mundo occidental y en contra de la actitud israelí, subieron los precios del petróleo y redujeron su exportación. Concomitante a este hecho, la forma de vida occidental comenzó a verse con agrado entre algunos sectores ricos árabes. La situación de estos jóvenes preocupó mucho a Osama, quien nunca pareció sentirse atraído hacia el lujo, con excepción de la velocidad y los coches, sino que siguió siempre una forma de vida austera a pesar de sus riquezas. Más adelante, esta preocupación por los jóvenes se extendió al resto del país. Bil Laden temía que las tradiciones islámicas y las instituciones de Arabia se erosionaran por la influencia cultura occidental superficial y materialista. Estos hechos son muy importantes, ya que en algunos medios, tras los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York, han proyectado una imagen de Osama Bin Laden como un sibarita arrepentido. Parece que esto no es cierto en ningún modo, ya que nunca pareció agradarle la forma de vida occidental[9].
En 1979, mientras estudiaba gestión en la universidad de Jidda, al tiempo que entraba en contacto con el profesor de teología palestino-jordano Abdallah Azzam, gestándose aquí una alianza crucial, Bin Laden se involucraba en su primera guerra en Siria, la tierra de su madre. Esto parece contrastar con la imagen que se presenta en las biografías de Osama que circulan en los países musulmanes, donde se crea un mito, el mito del gran Salvador del Islam, a partir de la guerra en Afganistán, la que parece ser su primera acción militar.
Desde su período en la universidad, que nunca concluyó, aunque le permitió desarrollar una gran capacidad autodidacta, se empieza a interesar como creyente en la situación geopolítica de su región, y apoya económicamente algunos movimientos islamistas que luchan contra regímenes seculares implantados en países de tradición islámica. En esta época carecía de una ideología clara. Este hecho no parece variar mucho con el tiempo, y precisamente el no tener una ideología clara, o una muy ambigua, bien podría ser una de las características centrales de su movimiento que hace que encajen dentro muchos grupos y organizaciones de diversas posturas ideológicas. Aquí ya podemos observar una dificultad añadida por parte del sistema de seguridad colectiva de la ONU, a saber, la interpretación de la geopolítica internacional y el análisis de las causas de los problemas sociales.
Una de las piezas reconocidas como claves para reconstruir el proceso de constitución de Al-Qaeda es la guerra de Afganistán de 1979. Tras la invasión de la URSS, símbolo de las fuerzas ateas y demoníacas para muchos árabes y musulmanes, el Gobierno de Arabia apoyó a Osama para que liderara allí lo que consideraron una Yihad, una guerra santa contra pueblos hostiles semejantes a las tribus árabes de tiempos de Muhammad. Este apoyo que recibió Osama por parte del gobierno de Arabia no sólo tenía que ver con un deseo de liberar a los hermanos afganos, sino también con una estrategia para mantener fuera de su territorio a algunos elementos fundamentalistas, como Osama y muchos de sus coetáneos, que estaban amenazando la estabilidad del país[10].
Durante los 80, Osama, en lugar de luchar directamente contra los rusos, se movía constantemente entre Arabia y Afganistán. Dicen que sólo combatió en un par de ocasiones, en una de las cuales, dice el mismo Osama, casi pierde la vida. Iba a su país a conseguir fondos reuniéndose con la familia real, visitando posibles donantes ricos, haciendo apariciones estelares por televisión…[11] Este período fue fundamental para que Osama se convirtiera en una figura pública, admirada y respetada por muchos, y temida progresivamente por los sectores en el poder que observaban el tinte cada vez más fundamentalista de sus apariciones. No obstante, a pesar del peligro que la dinastía saudí veía en él, ésta prefería apoyar a uno de los suyos que, además, estaba incluso convirtiéndose para muchos en el orgullo de Arabia, un país que tras la revolución iraní y los sucesos de la Meca había perdido protagonismo dentro del mundo islámico.
En Afganistán, sin embargo, se estaba gestando otra historia distinta. Los voluntarios musulmanes que llegaban auspiciados por Bin Laden de diferentes partes del mundo islámico, contaban a Osama otra historia del Islam distinta a la vivida por él en la Arabia de los petrodólares. Le relataban historias sobre la pobreza extrema en Argelia, sobre los encarcelados y asesinados en gobiernos seculares de antiguos bastiones del Islam como Egipto, sobre la opresión sufrida por el pueblo palestino.
El profesor palestino-jordano Azzam, al que hemos hecho referencia anteriormente, y Osama crearon Khadamat (Servicio de reclutamiento) para captar voluntarios. Azzam, quien provenía de los Hermanos Musulmanes, era el ideólogo y hombre de partido, y Osama era el que conseguía los recursos financieros y el comunicador. Sin embargo, Osama, como veremos más adelante, se fue alejando cada vez más de las posturas de Azzam, momento en el que fundaría Al-Qaeda.
EEUU y Bin Laden durante esta etapa de Afganistán eran aliados estratégicos. En plena , la estrategia que EEUU seguiría en ese país era desgastar a los rusos, evitando atacarles demasiado frontal y vehementemente como para provocar una retirada. El propósito norteamericano nunca fue, y esto caló en la visión de Bin Laden, liberar a los afganos, sino utilizarlos instrumentalmente para que la ocupación soviética acabara, por sí misma, con la URSS. Esta percepción se ve demostrada en el acontecimiento acaecido antes de la partida soviética. Cuando se comenzó a vislumbrar que el ejército ruso planeaba salir de Afganistán, EEUU financió masivamente movimientos de resistencia en Afganistán y les dotó copiosamente de armamento, con el único fin de hacer el máximo daño posible al ejército de la URSS. Aquí observamos un punto de inflexión en todo el proceso que estamos describiendo y tratando de comprender. Los musulmanes, tanto afganos como árabes, dejaron de aceptar voluntarios occidentales y, de hecho, expulsaron a la mayoría. Empezaron los conflictos por el poder entre secciones afganas y entre afganos y árabes. Y finalmente, Bin Laden también se alejaría cada vez más de Azzam para acercarse a al-Zawahiri el egipcio. Las razones de la separación fueron claras. Azzam, como dijimos, procedía de los Hermanos Musulmanes, movimiento muy vinculado a las elites, y tenía una visión muy política. Tomar el poder era el objetivo principal para él, y para ello podía recurrir a la negociación, la presión o el terror, dependiendo de las circunstancias. Además, Azzam era muy estructurado y coherente. Osama, sin embargo, tenía otro enfoque más flexible, ambiguo y laxo que, a la postre, permitiría aglutinar segmentos poblacionales provenientes de muy diversos orígenes sociales y culturales. Sirva de ejemplo el método de reclutamiento de voluntarios seguido por ambos en los 80 y que ya produjo las primeras tensiones. Azzam seguía un escrupuloso proceso de selección, con procedimientos bastante claros y buscando un perfil específico. Osama, en cambio, era caótico, desorganizado y visceral. Reclutaba a todo el mundo, sin indagar en sus orígenes sociales e ideologías, y cerrando los ojos a los pasados muy oscuros de muchos de los reclutas. Aparte de lo mencionado, Osama no se sentía con la postura elitista de Azzam. Él, a diferencia de Azzam, a causa de su biografía particular, sabía relacionarse muy bien con todo tipo de gente y buscaba apoyo de todos. Esta actitud de apertura, junto con la gran influencia que ejercía quien se había convertido en Arabia en un ídolo de masas, hacía que la causa de Osama se volviera muy atractiva[12]. El desenlace final fue trágico. Cuando finalizó la invasión rusa, y mientras había tensiones por el poder en Afganistán, Azzam es asesinado, bajo circunstancias aún no esclarecidas, en Pakistán[13].
Bin Laden y muchos veteranos de guerra regresan victoriosos a Arabia Saudí. En los 90, muchos de estos veteranos no logran integrarse en la sociedad civil de Arabia, y comienzan a crear problemas. El mismo Osama vuelve como militante, y este sentimiento no parece dejarle tranquilo. Buscaba incesantemente otra causa. Sus opciones predilectas eran dos, Irak o Yemen. En cuanto Sadam Husein invadió Kuwait, Osama ofreció al gobierno de Arabia cien mil hombres bajo sus órdenes dispuestos a desplegar otra Yihad allí. Arabia Saudí, por el contrario, no cedió y recurrió a las potencias occidentales comandadas por EEUU. Esto radicalizó las posturas de varios movimientos de oposición dentro del país. También quiso ir a Yemen, dividida entre un régimen comunista y en el Sur y otro pro-occidental en el Norte, pero la dinastía tampoco quiso. Estos dos acontecimientos marcaron profundamente la visión de Bin Laden, quien empezó a considerar a Arabia Saudí su principal enemigo, ocupado por fuerzas occidentales. Desde entonces lanzó la misión de “afganizar” los países de origen de los militantes de la guerra de Afganistán. Osama comenzó a publicar manifiestos en contra de las autoridades saudíes y terminó convirtiéndose en un problema tan grave para la dinastía que fue privado de su nacionalidad. Entonces se exilió en Sudán, donde ansiaban su dinero. Montó allí un campamento para veteranos afganos y parece que lideró varios atentados terroristas, entre ellos el intento de asesinato del presidente egipcio, con el fin de abrir espacio en el gobierno para los islamistas. En 1996 los americanos presionaron para que dejara la región y se exilio en Afganistán, siendo éste su último viaje público. El régimen de Afganistán, mucho menos rígido con él que el de Sudán, permitió que organizara un ejército y que lo hiciera funcionar lo mejor posible. En ese contexto evolucionará Al-Qaeda[14].
En 1988 intentó crear un frente islámico mundial para lanzar una cruzada contra los judíos. Gracias a esta tentativa reunió a muchos antiguos militantes de diferentes organizaciones en un solo grupo. Por esas fechas, desde Afganistán, lideró los dos primeros atentados terroristas de calado, a saber, los de la embajada americana en Kenya y en Tanzania. Desde esa época ya se vislumbran las características generales de la organización:
- Reclutamiento descentralizado.
- Objetivos estratégicos cercanos al enemigo principal: península arábiga.
- Acciones espectaculares proyectadas deliberadamente por los medios de comunicación.
- Acciones deliberadamente dotadas de gran simbolismo. Utiliza fechas claves como el 7 de agosto, la fecha en que las tropas americanas llegaron a Arabia Saudí. La Torres Gemelas como símbolo del corazón occidental. También utiliza grandes contrastes que impactan, como salir en la tele vestido de ermitaño en una cueva de Afganistán justo después de que se muestre Nueva York, el centro del mundo capitalista moderno.
- Ataques en serie y simultáneos que representan su ubicuidad y omnipotencia.
- Ideología muy flexible.
- Una estructura muy descentralizada, internacional y flexible. Compuesta por múltiples grupos que comparten ideológicamente sólo algunos aspectos generales.
- Totalmente globalizado y extraterritorial entendido en su sentido clásico.
- Utiliza causas muy populares, como la palestina, para ganar adeptos.
- Su relación con los medios es simbiótica y se vale más de imágenes que de retórica, conectando así mucho mejor con el público joven, más acostumbrado a este tipo de mensajes. Busca imágenes que impacten y que los medios puedan magnificar.
- Ambiguo y contradictoria, dependiendo de la ocasión, ya que su principal objetivo es la máxima movilización y la conexión con el público más amplio posible.
- Al-Qaeda, por las características señaladas, parece desafiar las categorías clásicas para definir los grupos terroristas ya que puede que no haya grupo similar.
Volviendo la línea argumentativa, en este período, aunque no se desarrolla una ideología muy rigurosa, como ya hemos señalado en varias ocasiones, sí fraguan algunas concepciones ideológicas generales. El objetivo de su causa es claro, derrocar el régimen de Arabia Saudí, responsable de las tragedias del mundo islámico. Cuaja la idea de que la dinastía Saud se rebeló contra el califato otomano de Estambul con ayuda británica, y esto desencadenó el colapso del califato y la dominación ominosa de los países islámicos por parte de Occidente. La única salida sería restablecer la dividida autoridad del mundo islámico, dejando los problemas internos de menos calado a un lado y lanzando una acción concertada contra los dos grandes responsables del sistema de dominación: Estados Unidos y Arabia Saudí. Se opone al nacionalismo árabe y lo considera como uno de los principales motivos de la caída del califato. Se apoya en preocupaciones comunes de todo el mundo islámico, como la causa palestina, el declive del Islam y el rechazo a Israel, pero apoya todo tipo de grupos con objetivos específicos, siempre y cuando estén conectados por estas preocupaciones tan generales. Osama hace una reinterpretación del Islam, añadiendo otros pilares básicos, aparte de los cinco existentes, entre los que destacan hacer la Yihad y organizarse. Sin embargo, lo novedoso es que considera estos otros pilares básicos obligación de sólo una pequeña élite escogida, un pequeño grupo de musulmanes valientes y dispuestos a dar sus vidas por la comunidad, que lucharán hasta liberar la Umma (la comunidad musulmana), y la representarán y gobernarán internacionalmente haciendo valer la ley islámica. El mismo nombre Al-Qaeda, traducida normalmente como la base (base de datos de voluntarios, que fue como se inició), también significa la ley. Esta ambigüedad no parece ser casual, sino pensada[15].
Al-Qaeda, y más particularmente Osama Bin Laden, representa el odio y la frustración del mundo islámico, y lo proyecta a través de los medios. Esta relación, aunque ya la hemos presentado en las características generales de la organización, merece mención especial. Kepler mismo afirma con ironía que a no ser que los medios de comunicación desaparezcan y se resuelva la causa palestina, Al-Qaeda no podrá desaparecer. De hecho, considera el declive del islamismo que ya analizamos y el crecimiento de los medios de comunicación y de la televisión como factores sin los que esta organización no habría podido nacer[16]. Al-Qaeda crece junto con Al Jazzira. Osama supo utilizar a la perfección los medios de comunicación modernos para promover la Yihad, mientras que muchos gobiernos de países musulmanes a quienes se oponía Osama, a pesar de la cantidad ingente de dinero y de esfuerzos por lograrlo, no pudieron.
A este respecto, las afirmaciones de Jose Mª García Blanco, relativas a la conexión del surgimiento del fundamentalismo islámico con el mundo moderno, me parecen pertinentes. García Blanco, con mucha elegancia y elocuencia, analiza el salafismo del siglo XX como un producto del contacto del mundo islámico con el occidental, y encuentra rasgos de fuerte individualismo en los militantes[17]. A pesar de la luz que vierte su trabajo, no observo, sin embargo, una manifestación de individualismo, propio de la posmodernidad, en el comportamiento de los terroristas. Es más, los relatos de militantes de la Yihad afgana parecen contradecir la supuesta diferenciación individual a través de la religión que García Blanco atribuye a los terroristas. Más bien, dicen éstos, existía un colectivismo y fraternidad asombroso que fortalecía sus identidades y les dotaba de un fuerte sentido de propósito, contrastando así con el individualismo propio de los países más occidentales. La causa que promueven es colectiva en su mayor parte, bajo mi punto de vista, y quizá amerite ser analizadas con sus propias categorías más que con las occidentales. Mucho menos diría yo que Al-Qaeda es un fenómeno cuya propuesta esté influenciada por la cultura occidental. Utiliza tecnología y formas de organización modernas, y reacciona ante la cultura occidental por la influencia nociva que, afirman, está ejerciendo en los países islámicos. Éstas son dos cosas diferentes. Reaccionan ante occidente, pero culturalmente distan considerablemente. Conceptos como posmodernismo e individualización, o la idea de la división social en esferas autónomas, son conceptos que pueden ser útiles a la hora de analizar muchos de los procesos acontecidos en las ciudades de muchos países occidentales, pero creo que ver el fenómeno de Al-Qaeda bajo ese prisma, a pesar de ser un ejercicio atractivo de originalidad, puede que nos confunda. De hecho, diría yo que mientras que el individualismo occidental dificulta cada vez más la articulación de proyectos de cambio colectivos, Al-Qaeda pretende encarnar un proyecto colectivo que dota de mayor sentido a las actuaciones individuales.
Otra clave de todo este proceso es la invasión de Irak por parte de EEUU en el 2003. Este suceso es otra justificación que Bin Laden ha utilizado para su lucha. Sadam Husein, quien fuera enemigo de Osama y aliado de EEUU en un tiempo, cuando dejó de servir a los intereses de Norteamérica, a adquirir mayor poder, a amenazar la posición de Israel en Oriente Medio y a alejarse de las directrices americanas, se volvió un enemigo. Este fenómeno se ha repetido en la historia. Los talibanes, es conocido por todos y ya lo mostré previamente, también sirvieron durante la a los intereses americanos y, por tanto, recibieron apoyo armamentístico y logístico para luchar contra la URSS y hacerse con el poder en Afganistán. Sin embargo, esta guerra de Irak y la nueva geopolítica mundial del siglo XXI, marcada de nuevo por guerras territoriales, aunque en menor escala que al inicio del siglo XX, ha hecho que la influencia mediática de Al-Qaeda y de Bin Laden se reduzcan. La violencia y el terrorismo, que en la década de los 90, e incluso en los primeros años del siglo XXI, impactaban cuando los medios los presentaban ante el gran público, se han industrializado. Diariamente se observa violencia, muerte y terror en las noticias, y esto ha insensibilizado algo a las audiencias, haciendo mucho más difícil impresionarles. A Bin Laden le han salido imitadores en otros países violentos. La guerra entre Estados y las ideología locales han rebrotado, la economía vuelve a ser noticia y el supuesto mundo líquido que el posmodernismo ayudaba a ver, se ha vuelvo a solidificar un poco. A pesar de todo esto, no obstante, Al-Qaeda sigue siendo una de las principales amenazas a la seguridad internacional, y la situación de hoy, parece favorecer que su influencia aumente en varias regiones. Pero sigamos con la visión que Bin Laden quiere trasmitir a sus potenciales militantes, antes de abordar estas cuestiones que acabo de mencionar.
El lenguaje que Osama utiliza es sumamente populista y, como ya hemos señalado, busca maximizar la movilización social. Describe los episodios de Palestina, Irak, el Líbano y Bosnia, por mencionar algunos, como cruzadas judeo-cristianas contra los musulmanes. Afirma que es imperativo reaccionar ante esto, y ante las injusticias de un Orden Internacional, liderado por Estados Unidos y sus aliados, que tras el discurso de los derechos humanos y la democracia esconde otros intereses particulares. Afirma ante su audiencia árabe que todo el mundo observa esta realidad pero nadie actúa. Por ello, él toma la delantera. Ve las Naciones Unidas como una entidad injusta títere de Estados Unidos, que no se rige por los mismos patrones al interactuar con distintos actores. Clama por la supuesta ocupación norteamericana de Arabia, y con ello de la Meca y Medina, dos de las ciudades santas del Islam, haciendo así un llamamiento para expulsar a los norteamericanos de allí. Insta a los musulmanes a superar las pequeñas diferencias que les dividen en aras de una tarea mayor, tarea para la que los jóvenes están mejor preparados que nadie. Exhorta a sus correligionarios a acabar con el control americano-israelí de Jerusalén, otra de las ciudades santas del Islam Desprecia a aquellos musulmanes que participan en las democracias y en los parlamentos, y que dialogan con los que denomina como cruzados e invasores. Acusa a Occidente, y particularmente a EEUU, de haber entrado en Arabia para luchar desde ahí contra los países musulmanes; de aliarse con los judíos para acabar con todas la potencias emergentes de Oriente Medio, como Irak, que puedan minar el poder de Israel en esta región; de intentar fragmentar a los países islámicos como Egipto, Arabia Saudí y Sudán con este mismo fin; y de utilizar como principios rectores en las relaciones con los países islámicos la defensa de Israel y los intereses económicos[18]. Declara la Yihad contra los americanos y considera el deber de todo musulmán acabar con cualquier americano si esto sirve para liberar los lugares sagrados del Islam. Considera que el trato que reciben por parte de los Estados Unidos y sus aliados es deshumanizante y que éstos merecen el mismo trato que los pueblos paganos de Arabia que vivían en la región antes de la aparición del Profeta. Y finalmente exalta el rango de los jóvenes que mueren como mártires en la Yihad Internacional[19].
Todas estas cuestiones problemáticas acerca de la legitimidad y justicia del orden internacional simbolizado por el sistema de seguridad colectiva de la ONU, alcanzan un brillo más luminoso en la ejecución extrajudicial de Bin Laden por parte del ejército estadounidense en territorio pakistaní sin la aprobación de las autoridades, desplegando el caso una capacidad heurística formidable. EEUU, la UE y la ONU, cada uno en su propia esfera, se arrogan el estatus de garantes de la democracia y adalides de los derechos humanos y la libertad. En ocasiones, estas aspiraciones se tiñen de una actitud de superioridad moral. El marco dentro del cual se mueven son los principios del derecho internacional. Sin embargo, veamos lo acontecido en la operación para terminar con Bin Laden y las reacciones que esta operación suscitó posteriormente. Debido al recuento histórico anterior, ya no hará falta constatar cómo Bin Laden en un momento determinado fue aliado de EEUU en la lucha contra la amenaza soviética, siendo objeto de favores, armas y apoyo para, posteriormente, especialmente tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, convertirse en su principal enemigo.
El lunes 2 de mayo de 2011 la noticia de la muerte de Bin Laden la noche anterior recorre el mundo. EEUU –que recurriendo al principio de defensa legítima había declarado la guerra al terrorismo internacional años atrás– había dirigido una operación en suelo pakistaní para acabar con él. Sin duda, los hechos y acusaciones asociados con el buscado personaje eran graves. Y la lucha contra el terrorismo internacional, no vinculada con ningún Estado –para quienes está hecho el derecho internacional–, dificultosa. El marco legal se difuminó en esta lucha, sin proponerse uno nuevo. ¿Qué elementos entran en juego en esta operación? Intentemos enumerarlos:
- Osama Bin Laden, el terrorista más buscado del mundo, líder de un grupo terrorista considerado una amenaza a la colectividad por la ONU. El terrorismo de Al-Qaeda ha provocado muchas víctimas inocentes por todo el mundo.
- EEUU defendiéndose de una agresión, la del 11 de septiembre y haciendo uso del concepto de defensa legítima, interviene en Pakistán.
- Una amenaza trasnacional no vinculada con fronteras y territorio específico.
- La inviolabilidad de la soberanía nacional. Un país liderando una operación militar dentro del territorio de otro Estado.
- Los derechos humanos como marco moral de legitimidad de las acciones y el derecho internacional como contexto legal para las relaciones internacionales.
- El sistema de seguridad colectiva de la ONU, como referente y mediador de las intervenciones armadas.
Seguramente existan muchos otros elementos, pero éstos nos serán suficiente para hacer el análisis que pretendemos. Por lo expuesto, se puede colegir que la captura de Bin Laden era un imperativo para la comunidad internacional. Las acciones de las que se le acusaban, como se ha dicho, merecían la imposición de una justicia severa. Y la guerra contra el terrorismo internacional desafía el marco legal del derecho internacional. Sin embargo, una brigada del ejército de EEUU, sin el permiso explícito de Pakistán (gran aliado de EEUU y Europa en materia de terrorismo con anterioridad), siguiendo órdenes desde el extranjero, entró en este territorio violando la soberanía del Estado y, sin un juicio previo, acabó con la vida de Bin Laden y de otras cuatro personas. Después de la operación –considerada un éxito por EEUU– se vitoreaba la consumación de la justicia por los atentados del 11 de septiembre. El contexto era complejo sin duda. No obstante, la violación de ciertos principios en el proceso podría tener como consecuencia dar justificaciones a los acciones de los terroristas. Como diría Cass Sunstein, es posible que la sensación de miedo y alarma y el deseo de venganza hubieran impelido una operación cuyos efectos podrían acarrear peores males no previstos[20]. Bin Laden mismo era el resultado de las políticas exteriores de EEUU durante la . Las reacciones posteriores dentro de EEUU y por parte de la comunidad internacional no son menos significativas. Dentro de EEUU había celebraciones por un asesinato. Las declaraciones de la Unión Europea apoyaban el desenlace de la operación. La moral se disipa. Y las Naciones Unidas también parecían estar conforme con la misma. Ninguna voz occidental procedente del mundo político hacía mención a la disconformidad de Pakistán por haber violado su soberanía, a la ejecución extrajudicial y a la muerte de civiles en la operación, a la extraterritorialidad de la toma de decisiones por parte de EEUU o al recurso a la tortura reiterada para recabar información sobre Bin Laden a un preso de Guantánamo. ¿Qué sensación provocan estas inconsistencias? ¿No se están utilizando los mismos medios inhumanos e ilegales que se pretenden combatir? ¿Dónde está la promoción de los derechos humanos y la democracia? ¿Y dónde está la voz autorizada de la ONU mostrando que el fin no justifica los medios? Los terroristas de Al-Qaeda con este tipo de casos encuentran argumentos para sus postulados que difícilmente se pueden desmontar. Sus justificaciones, como exploramos unas páginas más arriba, se fundamentan en la doble moral de EEUU y de la ONU, en un discurso de los derechos humanos y la democracia por parte de estas entidades que oculta otros intereses nacionales, y en la afirmación de que el único lenguaje que entienden los países como EEUU es el de la violencia, por lo que Al-Qaeda también se comunica con ese mismo lenguaje.
Respuestas al desafío de Al-Qaeda desde el sistema de seguridad colectiva
En los apartados previos hemos intentado comprender la naturaleza, lógica y argumentos de Al-Qaeda con el fin de hallar algunas de las pistas que nos permitan descubrir por qué es tan difícil darle respuesta certera desde el actual sistema de seguridad colectiva. En esta sección se profundizará algo más en esas razones.
Un problema central para poder responder efectivamente al terrorismo de Al-Qaeda es la poca disposición para comprender su naturaleza con profundidad. El análisis previo que hicimos acerca de su configuración, historia, argumentos, aunque puede pecar de ser demasiado extenso y descriptivo, se ha presentado deliberadamente en un intento por entender el fenómeno desde sus mismas categorías. El 25 y 26 de marzo de 2010, el Ministerio del Interior del Gobierno de España, organizó en Madrid unas jornadas denominadas “Global Threats to Interior Security: a common Challenge”. En ellas, representantes de diferentes Ministerios del Interior de diversos países de Europa, compartieron sus enfoques para la respuesta a sus amenazas prioritarias. En todos los casos, las explicaciones pasaban por analizar las medidas policíacas y los mecanismos de control, reflejando en muchos casos, una comprensión muy limitada de las causas de los fenómenos a combatir. El representante de Alemania en particular, quien habló de la respuesta al terrorismo de corte islámico, indignó a los colaboradores de la Unión Europea en Pakistán en materia de terrorismo islámico. Ambos, aunque involucrados en las políticas de defensa nacional, procedían del mundo académico y parecían no poder aguantar la ligereza con la que se hablaba del islamismo y del Islam, asociando ambos términos en algunos momentos con el terrorismo. Un ejemplo ilustrará este punto. Tanto el representante de Alemania, como el norteamericano, explicaban cómo se estaba diseñando un mecanismo de control altamente efectivo que limitaría la posibilidad de introducir explosivos atados al cuerpo en un aeropuerto, a saber, un escáner humano. Los pakistaníes se alarmaban ante lo que consideraban estrechez de miras por parte de los diseñadores, ya que el someter a los musulmanes a esta práctica podría acarrear consecuencias inesperadas a largo plazo porque, al ser considerado el cuerpo humano algo sagrado e inviolable en el Islam, se podría tomar como una ofensa que nutriera las facciones más radicales y las dotara de mayores justificaciones. Por ello, considero fundamental comprender el porqué del terrorismo islámico, los argumentos que lo sustentan, la ideología que lo legitima, la visión del mundo que lo respalda, los entornos en los que crece, y reconocer la parte de responsabilidad que todos podemos tener para dar solución a este tema complejo[21].
El Dr. Noman Oman Sattar enfatiza mucho la necesidad de comprender la naturaleza del terrorismo de Al-Qaeda para poder combatirlo. Aunque se dice regularmente –acertada, pero ingenuamente– que no existe una definición clara sobre terrorismo, sino definiciones, sí que es necesario tener cierta claridad, al menos para comprender el terrorismo de Al-Qaeda. Es cierto que el terrorismo ha existido siempre, pero quizá se pueda hablar del terrorismo antes del 11 de septiembre y después de esa fecha. Parece que ha habido un cambio de paradigma acerca de la concepción que se tenía del terrorismo. Las tendencias nacionalistas y las luchas por la independencia dentro de las cuales se enmarcaba el terrorismo en los 60 y 70 no encajan con el terrorismo de Al-Qaeda. Tampoco encaja exactamente con las guerras de religión. Dada la naturaleza de Al-Qaeda y la reacción de EEUU ante los ataques del 11 de septiembre con su guerra contra el terrorismo, parece mejor ver este fenómeno como un conflicto no tradicional entre un Estado y un actor no estatal. Ahora tiene un mensaje político violento y unos fuertes tintes antioccidentales. En este conflicto no tradicional, unos actores no estatales se enfrentan a una súper potencia, con el fin de derrocarla y, además, tienen acceso a tecnología punta. Aunque Al-Qaeda todavía cree en las tácticas de las guerrillas, ahora son mucho más letales y tienen como objetivo provocar los máximos daños materiales, humanos y psicológicos. Además, los objetivos tienen también valor simbólico como vimos antes. Las palabras del Dr. Oman pueden ser ilustrativas:
La nueva cara o marca del terrorismo ha creado una ola novedosa del 11/9; pone en cuestión muchos postulados tradicionales, como que el terrorismo es causado por la pobreza y se lleva a cabo por los analfabetos. Hay dos aspectos que hoy día hacen de esta nueva ola de terrorismo un fenómeno significativo y peligroso: su justificación en nombre de la religión, y el acceso y hábil uso de la tecnología. La Guerra contra el terrorismo no irá a ningún buen puerto hasta que los terroristas disfruten de estas ventajas y se desarticulen las fuentes de apoyo nacionales y trasnacionales. Esto no podrá ocurrir hasta que el terrorismo deje de verse sólo como una obsesión americana y la guerra contra el terrorismo una guerra americana[22].
La necesidad de colaboración estrecha entre Estados y de un enfoque global son capitales para responder ante una amenaza como ésta. Al estudiar la concepción de Al-Qaeda y su forma de funcionamiento, queda claro que es una organización atípica, trasnacional, que actúa de manera descoordinada. Esto tiene varias implicaciones. Por un lado, como vimos, en el sistema de seguridad colectiva de la ONU el interés nacional de los Estados sigue ejerciendo influencia significativa. Esto dificulta la coordinación de los países miembros a la hora de implementar redes y proyectos internacionales. Este hecho se complejiza más aún cuando los países que tienen que colaborar poseen sistemas sociopolíticos divergentes, condiciones económicas muy dispares y concepciones de la naturaleza de las relaciones internacionales diferentes. En esta última situación expuesta, la priorización en la utilización de los recursos materiales se vuelve una cuestión difícil de resolver, ya que incluso la misma concepción de qué es una amenaza a la colectividad puede no ser compartida. En teoría, este problema no debería surgir, ya que la ONU es la institución legítima que determina la importancia de las amenazas. Sin embargo, dada la falta de legitimidad de la ONU entre algunos países, especialmente los que tienen condiciones sociales más duras, la definición de las amenazas sigue siendo algo sin resolver. Estos países a los que he hecho referencia consideran el desarrollo y la redistribución de la riqueza como el principal frente a trabajar desde el ámbito internacional. Para ellos, el terrorismo de corte islámico quizá sea una amenaza para algunos países occidentales poderosos, pero no para la comunidad internacional. Volviendo a Sustein, habría que diferenciar entre la sensación de amenaza y la amenaza real. Si se responde ante la sensación de amenaza y ésta –la amenaza– no es real, se consumirán recursos innecesariamente y, además, se pueden generar mayores problemas que los que se pretenden resolver.
Otra cuestión que empalma con la naturaleza trasnacional de Al-Qaeda y con la necesidad de cooperación internacional para responder efectivamente es que las instituciones internacionales, como pusimos de relieve en el capítulo sobre las dificultades del sistema de seguridad colectiva, no tienen recursos y autonomía suficiente como para liderar proyectos ambiciosos. No cabe duda de que la colaboración de los Estados en este tipo de materias es imprescindible y que su protagonismo no puede minusvalorarse. No obstante, incluso generando los mecanismos de coordinación más eficientes, si no se dota a las instituciones internacionales del peso suficiente como para articular la colaboración de dichos Estados, la fragmentación de las iniciativas no se podría evitar. Además, como Al-Qaeda no tiene una cúpula clara que dé órdenes a sus células, el enfoque hacia este tipo de terrorismo ha de trascender el tradicional en el que se busca a los cerebros de la banda o desmontar su sistema ideológico. El sistema ideológico de Al-Qaeda es vago y aglutinador y permite incorporar grupos muy dispares tanto en términos de intereses como de ideología. Por otro lado, la búsqueda de la cúpula para acabar con el sistema parece no tener mucho sentido aquí, aunque la captura de Bin Laden, tan largamente esperada, haya tenido un efecto psicológico potente en muchos de los líderes radicales y en los jóvenes que se incorporan a sus filas tras haber mitificado al mismo.
El dar justificaciones para el terrorismo es otro punto a tener en cuenta. En términos generales, se puede decir que la utilización de la violencia por parte de grupos e individuos diferentes al Estado como herramienta para perseguir intereses particulares nunca tiene justificación. Sin embargo, sabemos que existen condiciones que favorecen el recurso de la violencia, y específicamente del terrorismo, para la consecución de fines. Por ejemplo el terrorismo de Al-Qaeda encuentra abonado el terreno para ganar adeptos y justificar sus acciones debido a ciertas circunstancias.
Por un lado, es conocido que el terrorismo es el arma que utilizan los débiles y los socialmente excluidos. En condiciones de desigualdad económica y militar, los débiles recurren al terrorismo. Observamos dos manifestaciones de este mismo fenómeno. La primera tiene que ver con que muchos de los jóvenes de Al-Qaeda –no todos[23]– son denominados “los desheredados”. Provienen de zonas desfavorecidas, marginales, donde la esperanza por un buen porvenir es inexistente. Estas zonas, que pueden ser de Afganistán, Yemen o el Magreb, por citar algunas, no sólo están sumidas en la miseria, sino que han sufrido procesos violentos en los que en ocasiones han estado vinculadas fuerzas armadas occidentales. En esas condiciones, como ocurre en muchas zonas rurales de Colombia, los jóvenes “sin futuro” pueden ver en la organización terrorista una salida a su situación. Si no se presta atención a este factor, a la conexión del desarrollo con el terrorismo y otros males sociales y físicos como la delincuencia o las enfermedades, lugares como Pakistán, que ha sufrido bastante por causas de desastres naturales, en cuya zona norte lindantes con Afganistán abunda la miseria y donde el gobierno posee armas de destrucción masiva, podría producirse un ascenso de los grupos radicales al punto de hacerse con el poder. Además, es de destacar que organizaciones islamistas que en el pasado al menos estuvieron vinculadas con el terrorismo y los radicalismos, como el caso de los Hermanos Musulmanes de Egipto e incluso los talibanes, tienen programas sociales y de ayuda humanitaria que, en zonas desfavorecidas o víctimas de la violencia, les granjean la simpatía de sus pobladores.
La segunda se refiere a que los procesos violentos en los que las tropas occidentales han participado dentro de países musulmanes, con los excesos que se han producido en reiteradas ocasiones, nutren de justificaciones a los grupos terroristas. La historia de las tropas norteamericanas –utilizándolas como símbolo de Occidente– en suelo irakí, por ejemplo, donde se registran violaciones, muertes de civiles, torturas y otro tipo de vejaciones, no deja impasibles a los colectivos musulmanes. Las intervenciones armadas de la comunidad internacional, aun estando dentro de la legalidad, como en el caso de la guerra de Afganistán, y de tener personal de diferentes países, se ven como intervenciones occidentales que han causado un elevado número de bajas civiles y han producido un estado de caos casi total. Siguiendo el ejemplo de Afganistán, se puede decir que una intervención que tenía como propósito derrocar a los talibanes, ha propiciado, como se verá con más profundidad posteriormente, una guerra de diez años de duración en la que las muertes se suceden diariamente, la dependencia de ayuda humanitaria externa crece por momentos, la destrucción continua de infraestructuras no se detiene y la corrupción por parte del nuevo gobierno se ha vuelto endémica. Los grupos terroristas utilizan todas estas experiencias de forma instrumental para promover su ideología y ganar adeptos. Es fácil acusar a entes externos de todos los males locales. Pero más fácil aún es acusarlos cuando la situación se ha convertido en un infierno tras la intervención.
La doble moral de las potencias es otro aspecto relacionado con las justificaciones que merece un tratamiento particular. Para el mundo intelectual islámico en general, y para los terroristas en particular, la forma en que los países occidentales y la ONU llevan adelante su política exterior es, cuanto menos, reprobable. Como ya hemos comprobado empíricamente, las resoluciones de la ONU en materia de intervenciones se rigen por diferentes principios dependiendo de cuál sea el Estado en cuestión, y de los intereses en juego de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Esta intervención selectiva no pasa desapercibida en el mundo islámico y, por supuesto, los terroristas encuentran justificaciones para sus acciones en este asunto. De hecho, como exploramos en el discurso de Bin Laden, se llega a decir que el único lenguaje que entienden algunos países es el de la violencia. Por ello, deciden comunicarse con ellos con su mismo lenguaje.
El apoyo a regímenes totalitarios que históricamente reprimieron movimientos populares, incluso democratizadores, como el de Argelia, Yemen, Oman, Bahrein, Arabia Saudí, Túnez, Egipto, Siria, Marruecos o Libia tampoco puede obviarse. El cuestionamiento nace de la contradicción aparente entre el discurso por los derechos humanos y la democracia y la práctica política de apoyar estos regímenes, ya sea en aras de la contención de grupos islamistas radicales que pudieran llegar al poder, o de un incentivo económico proveniente de las relaciones comerciales o la explotación del petróleo. Estos excesos son peraltados por los grupos extremistas que, de esta forma, pueden demonizar a las fuerzas occidentales, o a las instituciones internacionales que consideran occidentalizadas. En esa tesitura, los discursos mismos de los derechos humanos y de la democracia pierden credibilidad. Esta cuestión no es menor, puesto que el marco moral de los derechos humanos, que desde la ONU se promueve para las relaciones internacionales, quedaría deslegitimado y se abriría la puerta para todo tipo de actuaciones.
El proceso de deslegitimación del discurso de los derechos humanos se ve reforzado, además, por la crítica que se hace desde países con tradiciones políticas más izquierdistas en Latinoamérica, Asia y África, acusando a los derechos humanos de ser una construcción ideológica occidental. En realidad, esta acusación no se refiere tanto a los derechos humanos como aparecen en la Carta de las Naciones Unidas, sino al tipo de derechos que se promueven. Las democracias liberales, asociadas con los países más occidentales, parecen enfatizar más los derechos políticos y civiles –derechos negativos– que los económicos y sociales, y mucho menos los colectivos y de los pueblos. Este tipo de derechos favorece las iniciativas empresariales y la expansión de las redes capitalistas. Como hemos visto en el capítulo sobre vías para un sistema de seguridad colectiva, este descuido de los derechos económicos y sociales, a la larga, traerá como consecuencia una reducción de los derechos civiles y políticos promovidos ahora. Este hecho, la crítica al discurso de los derechos humanos, cuando en realidad se debería centrar en el énfasis que se hace en solo el tipo de derechos vinculados a la ideología liberal, tiene consecuencias desalentadoras a la hora de establecer un marco moral para las relaciones internacionales. Los derechos humanos son acervo de la humanidad y, según fueron conceptuados por la ONU, en representación de todas las naciones del mundo, indivisibles. La utilización instrumental del discurso por parte de las potencias que en realidad no se comprometen con los derechos humanos en su totalidad, acentúa, por tanto, el descrédito de los derechos humanos, marco moral, con aspiraciones legales, tan fundamental para las relaciones armoniosas.
EEUU, tras el atentado de las torres gemelas de Nueva York en el 2001, hizo una declaración de guerra contra el terror, aduciendo defensa legítima. Esta declaración es otro elemento a tener en cuenta extremadamente problemático. Las relaciones internacionales, codificadas en el derecho internacional, desde los tratados de Westfalia, han ido reduciendo los casos en los que el recurso a la guerra se considere legítimo y legal. Esta afirmación puede resultar controvertida, porque algunos argumentan que la guerra siempre ha estado y estará presente, pero adoptando formas diferentes. Sin embargo, el rechazo que la comunidad internacional ofrece ante las aventuras bélicas, se ve reflejado con claridad en las multitudinarias manifestaciones populares suscitadas a raíz de dichas aventuras en muchos de los países del mundo. Este proceso de pacificación, o al menos de deslegitimación de la guerra como instrumento político, ha hecho que el único caso en que un país pueda hacer una declaración de guerra sea en defensa propia. Pero este marco legal sólo había sido válido para las relaciones entre Estados. La declaración de guerra por parte de EEUU al terrorismo internacional de corte islámico puso en entredicho muchas normativas, sin ofrecer una propuesta alternativa. Este hecho, abrió la puerta a lo que puede denominarse un retroceso en el ámbito de los derechos humanos[24], ya que, en nombre de la guerra contra el terrorismo, se han registrado innumerables abusos. Estos abusos, que han tenido en muchos casos –algunos ya señalados– a la población civil como víctima, han sido utilizados demagógicamente por los terroristas para justificar su actuación y comportamiento. Cuando un fenómeno desafía los principios del derecho internacional, generando una nueva tipología –como lo puede suponer una guerra global contra el terrorismo–, un actor como EEUU, por muy poderoso que sea, no puede pasar por alto otros principios del derecho internacional unilateralmente. La violación de la soberanía, las detenciones y ejecuciones extrajudiciales, el mal cálculo de los daños colaterales, las intervenciones armadas en territorios soberanos sin el consentimiento de la ONU[25], son sólo unos cuantos ejemplos de prácticas no muy apropiadas que pueden generar problemas a largo plazo por su potencial de despertar resentimientos y crear nuevos enemigos. Cuando uno rompe las garantías del orden internacional, no hay forma de evitar que otros también lo hagan y, además, justificándolas con un precedente.
Antes hemos utilizado algunos de los argumentos de Sunstein que ahora se vuelven muy iluminadores. Cuando se actúa movido por el miedo, la posibilidad de equivocarse en los cálculos se incrementa muy considerablemente. El miedo impide ver la realidad con nitidez. Durante la , el miedo a la amenaza soviética incitó a EEUU a aliarse con agentes como los talibanes para detener la influencia de la URSS. Este hecho condujo a varias vías de acción como apoyo logístico, financiación, entrenamiento e incluso entrega de armas a este grupo. En aquel momento, el miedo a la conquista comunista era tan fuerte que no permitía ver más allá. No se pensó en la capacidad destructiva de los talibanes, ni en las consecuencias que podría tener apoyar milicias como las lideradas por Bin Laden. El tiempo ha mostrado los resultados. De igual forma, la rápida intervención en Afganistán, fruto del deseo de venganza, o al menos de justicia, impulsó, bajo el respaldo de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, una guerra que se esperaba durase meses a lo sumo. Diez años después, la guerra continúa y los talibanes ganan terreno día a día a las que consideran fuerzas ocupantes. La corrupción del nuevo gobierno es tal que está perdiendo toda legitimidad. Y, tras la retirada de las tropas de la comunidad internacional entre el 2012 y 2014, todo parece indicar que los talibanes tienen muchas posibilidades de llegar de nuevo al gobierno pero, en esta ocasión, portando el trofeo de lo que muchos consideran la victoria de la Yihad contra el enemigo extranjero. La invasión de Irak, sin resolución de la ONU, también se esperaba que fuera rápida, pero las tropas siguen en el país casi ocho años después, y los atentados terroristas se siguen sucediendo. Sin haber una relación directa, los atentados de Madrid o Londres pueden haber tenido entre sus causas el apoyo de sus gobiernos a esta guerra. La operación para acabar con Bin Laden también puede traer consecuencias no previstas que una intervención unilateral puede engendrar.
En todos los casos no es posible hacer una previsión exacta de la relación costes-beneficios, pero se podrían tener en cuenta al menos dos aspectos: 1. Los aprendizajes generados a lo largo de la historia y sistematizados podrían irse introduciendo en la toma de decisiones. 2. Las emociones, como el deseo de justicia y de venganza, y el miedo excesivo, nublan un proceso de análisis que habría de abordarse desde un enfoque científico[26]. El miedo en particular está siendo utilizado masivamente por parte de diferentes actores, estatales y no estatales, para perseguir objetivos ocultos. El miedo a una catástrofe inminente, a caer enfermo y morir, a un ataque terrorista, a ser asaltado, por mencionar algunos, es el mejor aliado de la manipulación. Ante el miedo, y más aún ante el pánico, la capacidad de pensar se obnubila, y es mucho más fácil tomar decisiones poco acertadas que jamás se tomarían en otras circunstancias. Los mensajes subliminares fueron prohibidos por impedir que la persona decidiera por sí misma; la utilización deliberada del miedo como estrategia comercial y política quizá también debiera sancionarse.
Otro factor a tener en cuenta es la conexión ya referida entre EEUU e Israel. Si existe un tema que moviliza a las sociedades árabe-musulmanas, ése es el del conflicto palestino-israelí. La solidaridad generalizada hacia el pueblo palestino dentro del mundo árabe-musulmán es un fenómeno digno de ser estudiado. Por ello, no es de extrañar que, como vimos anteriormente, los grupos terroristas de corte islámico que pretenden ganarse la acogida popular utilicen la causa palestina como uno de sus lemas bandera. Dejando a un lado la cuestión de la instrumentalización que se puede hacer de esta problemática, hay múltiples datos, informes y estudios que demuestran que la relación de EEUU con Israel, y más específicamente el comportamiento de aquel dentro del seno del Consejo de Seguridad de la ONU, ha sido de apoyo casi irracional. Como demuestra el estudio al que hemos hecho mención del profesor pakistaní Mansoor Akbar[27], la manera en que EEUU ha utilizado de forma recurrente desde 1973 el veto en la mayor parte de los asuntos relacionados con Israel, evidencia una relación especial de apoyo incondicional. Esta relación y apoyo, basado, en palabras del presidente Clinton, en los valores que comparten, la herencia religiosa común y la unidad de visión en políticas democráticas, se ha antepuesto a la Carta de las Naciones Unidas. En las propias palabras del profesor Akbar Kundi referentes al uso del veto por parte de EEUU con respecto Israel:
(…) no se ha realizado para apoyar la Carta de las Naciones Unidas, cuyo principal objetivo era mantener la paz y seguridad internacionales, salvaguardar los derechos humanos, proporcionar un mecanismo para el derecho internacional, y promover el progreso económico y social, mejorar los estándares de vida y luchar contra las enfermedades. El comportamiento con el veto por parte de EEUU en la ONU ha sido la negación de los mismísimos principios para los cuales se creó la ONU. Simboliza la relación especial entre EEUU e Israel, relación que se expresa diplomática, material e ideológicamente[28].
Si hemos utilizado estas referencias no ha sido con el fin de demonizar a EEUU, sino de fundamentar nuestro argumento. Cuando se anteponen las relaciones estratégicas a los principios y normas, como se ha visto profusamente en las páginas anteriores, se proporcionan justificaciones a los terroristas. La causa palestina tiene un gran potencial movilizador, y el comportamiento de EEUU con respecto a Israel, arrastrando con él al Consejo de Seguridad y a las Naciones Unidas, es manifiestamente injusto. El presidente Barack Obama ha intentado revitalizar el compromiso de EEUU con los principios y valores del derecho internacional, pero no está siendo suficiente. A menos que esta relación se normalice y EEUU no muestre este tipo de favoritismos, los terroristas siempre tendrán un argumento con gran capacidad movilizadora dentro del mundo islámico que dotará a sus acciones de ciertas justificaciones frente a la población.
La situación precaria de muchos países islámicos, donde esta condición es resultado de o se refuerza con gobiernos autoritarios, hace que el islamismo radical cobre fuerza. Como ya vimos al analizar la evolución del sistema de seguridad colectiva de la ONU, los contextos de opresión y de pobreza extrema son los más idóneos para la proliferación de grupos terroristas y otras organizaciones delictivas. Por objetivar esta percepción baste decir que el índice de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) es bastante bajo en la mayor parte de los países islámicos. El descontento social con esta situación se ha manifestado en la denominada primavera árabe. Además de este hecho, la proliferación de gobiernos autocráticos, disfrazados en algunos casos de regímenes democráticos en estado de excepción (estado permanente) como Siria acrecienta el malestar de la población. No se puede atribuir esta condición totalmente a Occidente, aunque la herencia colonial haya podido dejar una impronta imborrable. Pero sí se puede exigir a aquellos países que se jactan de ser los defensores de los derechos humanos y la democracia que no establezcan relaciones con gobiernos que no respetan los derechos humanos de su población y mucho menos les ofrezcan ayudas para el desarrollo.
En esta tesitura, tanto los países árabes-musulmanes, como el resto de países de la comunidad internacional, tienen una responsabilidad. Los mismos estados árabe-musulmanes han de esforzarse por mejorar las condiciones sociales de su población, reducir la corrupción endémica en muchos de sus sistemas, y hacer partícipes a los ciudadanos en los procesos de toma de decisiones. Y la comunidad internacional, sabiendo cuáles son los factores que nutren al terrorismo, debería vincular las políticas de ayuda al desarrollo con los derechos humanos. De este modo, no se negociaría con dictaduras o gobiernos autocráticos, y se promovería la ayuda al desarrollo a través de otros organismos no gubernamentales.
En el discurso de las Naciones Unidas sobre el sistema de seguridad colectiva, queda claro que el desarrollo social y económico y la promoción de los derechos humanos son las medidas preventivas más eficaces para evitar el surgimiento de otras amenazas a la seguridad internacional como el terrorismo trasnacional, el crimen internacional, las guerras entre estados o los conflictos étnicos. También hay muchas investigaciones, como la señalada de Zehra Arat, que demuestran tanto la conexión de los derechos humanos con el desarrollo –en ambas direcciones–, como la complementariedad de los derechos políticos y civiles y de los económicos y sociales[29]. A este respecto, y como ya hemos apuntado, Arat, en sus estudios sobre democracia y desarrollo, tomando como muestra los Estados de la ola democrática de los 80, contradiciendo a aquellos que abogan por la no intervención del Estado en materia de derechos económicos y sociales (positivos), muestra cómo cuando los Estados democráticos (que han fortalecido los derechos civiles y políticos) no se preocupan del desarrollo de los derechos económicos y sociales, sufren a medio plazo reveses democráticos. Por todo ello, algo que es ya un hecho a nivel del discurso de la ONU y en el mundo académico, queda pendiente de materialización en las políticas de las relaciones internacionales. Sin esta medida, vencer el terrorismo puede ser una quimera.
Si la comunidad internacional –simbolizada por la ONU– y los Estados en sus relaciones exteriores no interiorizan este principio o tardan demasiado en comprenderlo, se pueden perder oportunidades. Los grupos más radicales, ya sean considerados terroristas o cercanos a este estatus como Hamas, los talibanes o los Hermanos Musulmanes, han comprendido muy bien este hecho. Las redes sociales y de ayuda humanitaria que extienden por Egipto, Pakistán, Afganistán o los territorios palestinos proporcionan el único sustento de muchas poblaciones arrasadas por la miseria, la guerra y los desastres naturales. Estas acciones, sumadas a las otras justificaciones esbozadas en los puntos anteriores, granjean la simpatía de los beneficiarios de sus ayudas.