Filicidio y Violencia de Género | El asesinato de las niñas Amets y Sara

D. Nicolás Marcal Escalona
Director del Grado en Criminología y Seguridad

Los hechos

Iñaki y Bárbara se conocieron en Santander. Iñaki había estado casado y decidió unirse a Bárbara cuando esta tenía 31 años. Los primeros años de convivencia fueron felices gracias a la ilusión y al interés de ella. Aunque Iñaki era una persona tranquila su actitud siempre fue un tanto pusilánime y poco trabajador. Su vida en pareja discurrió con altibajos, momentos buenos y desencuentros, sin embargo a partir de 2012 la situación cambió. Iñaki, osco, distante, lejano, comenzó a insultar a Bárbara, a maltratarla psicológicamente (duele más que un puñetazo diría ella) y, lo peor, esos malos tratos se harían extensivos a la mayor de sus hijas, Amets, a la que humillaba y propinaba cachetes y tortazos debido a que –según él- no le hacía caso

Llegada la última de las vejaciones tolerables, Bárbara decidió separarse. Iñaki nunca aceptó la separación, dando por sentado que ella no iría a ningún lado sin él, que sin él ella no era nada, salmodia que le repetía a menudo y que minaba la moral de Bárbara día a día sumiéndola en un pozo de desesperanza y tristeza del que parecía no haber salida. Bárbara fue maltratada durante años, no un maltrato físico, sino una modalidad más vidriosa, la del maltrato psicológico, construido a base de menosprecios, de abandono moral y material. La situación empeoraría cuando ella conoció a la que hoy es su pareja y asumió que podía prescindir de él y sacar a sus dos hijas y su casa adelante.

Tras presentar la oportuna demanda de separación en junio de 2013 en la que Iñaki no compareció ante el Juez, se produjo la ansiada sentencia que distanciaba al victimario de sus víctimas, y que parecía acercar la normalidad a un hogar presidido por el daño y el dolor. Tras la sentencia Iñaki desapareció durante diez meses. Nadie sabía nada de él. La vida volvía a comenzar, las ilusiones, la niña mayor volvía a rendir en el colegio tras una época en la que su rendimiento descendió a la sombra de los malos tratos y un padre maltratador: un delincuente.

Un mal día regresó y su única pretensión era conseguir volver a tener a sus hijas, el ansiado régimen de visitas que le permitiría cometer su crimen, tan sólo mes y medio después de su fatal regreso.

La primera vez que Iñaki se presentó para recoger a sus hijas estas se negaron a ir con él y Bárbara no se las entregó, lo que le costó que Iñaki la denunciara por incumplimiento de las medidas acordadas judicialmente. Las siguientes visitas serían vigiladas a distancia por el hermano de la madre, ante la sospecha –que los hechos confirmarían- de que Iñaki maltratara a las niñas. Bárbara solicitó la cancelación del derecho de visita de éste al descubrir que las menores se sentían a disgusto con Iñaki y que este humillaba especialmente a la mayor, con la única finalidad de causar daño a la madre

Bárbara acudió a los servicios sociales y al psicólogo en demanda de ayuda, recibiendo por respuesta que si tan mal estaba que cogiera a las niñas y se marchara de casa, sin ofrecer alternativa alguna a la angustiada madre.

El 13 de mayo de 2014 Bárbara denunció a Iñaki por malos tratos que serían calificados por el Juez como una falta de vejaciones leves. Aunque solicitó una orden de alejamiento, el Juez no apreció el necesario riesgo objetivo ante la ausencia de antecedentes violentos

El jueves 27 de noviembre de 2014, Iñaki se llevó a sus dos hijas a su piso de San Juan de la Arena al que se había mudado para –según decía él- estar cerca de sus hijas. Bárbara le dejó a sus hijas ese día cumpliendo el mandato judicial ignorando la tragedia que se ceñía sobre sus vidas.

Aproximadamente hacia las cinco y media de la tarde de ese día, el cadáver de Iñaki fue descubierto bajo el viaducto de la Concha de Artedo. Se había precipitado al vacío desde una altura de 110 metros. De inmediato se avisó al entorno de la madre de las niñas que acudieron al domicilio paterno con el temor de que pudiera haberles pasado algo.

Al llegar a la puerta de la vivienda de la localidad de San Juan de La Arena, los malos presagios se cumplieron. Nada más abrir la puerta, los agentes de la Guardia Civil comprobaron con pavor que en el interior yacían los cuerpos de las dos niñas y que en la estancia en la que se encontraban había abundante sangre

Las niñas fueron asesinadas a golpes con una barra de hierro, una de esas estructuras contundentes que sirven en las obras para armar los encofrados y que Iñaki trató de disimular envolviéndola en papel de regalo. Ni siquiera retiró el envoltorio para golpearlas. Primero fue hacia la mayor. Amets de nueve años. Una niña de metro y medio, alta para su edad, porque había dado recientemente un buen estirón. La autopsia revela que trató de defenderse a la desesperada. Tenía heridas diversas en los brazos y en las manos. La secuencia de los hechos es estremecedora. Su padre la golpeó en la cabeza varias veces con la intención de que la muerte fuera rápida, pero cuando se volvió hacia la pequeña comprobó que Amets se movía y volvió para rematarla. A la pequeña, Sara, de siete años, le arrebató la vida en un solo ataque.

También Sara, sin embargo, puso las manos delante de la cara en un gesto de autoprotección. Había cumplido 7 años el día anterior al de su muerte, el miércoles día 26. Eso podría dar sentido al hecho de que envolviera el arma homicida en papel de regalo. Quizá trató de disimularla o de esconderla.

Nadie puede explicar lo sucedido y, de hecho, familiares cercanos a la madre aseguraban ayer que nunca pensaron que Iñaki pudiera dañar a las niñas. Menos aún cuando Bárbara solicitó del juez una orden de alejamiento para ella, pero quiso expresamente que Amets y Sara no perdieran el contacto con su padre.

Lamentablemente no es un caso aislado

El caso de Amets y Sara no es el primero, varios son los episodios de características similares que le han precedido.

  • 7 años. Ángela huyó de la casa familiar con su hija, cuando esta sólo contaba tres años a causa de los episodios de maltrato que sufría por parte de su pareja al que había denunciado en 30 ocasiones, y solicitó la separación. La menor fue asesinada por su padre durante una visita. Posteriormente se suicidó. La motivación: “Te voy a hacer daño donde más te duele”.

El Comité de Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (Cedaw) condenó al Estado español en 2012, 9 años después de los hechos, por no actuar de manera diligente en la protección de una mujer, víctima de violencia de género, y de su hija, de 7 años, que fue asesinada por el padre.

  • Ruth y José. 6 y 2 años. Asesinadas por J. Bretón en octubre de 2011 y sus restos incinerados.
  • José 11 años. La última llamada que hizo F.J.B.C, gallego de 51 años, fue a su ex mujer: “Asómate a la ventana y verás lo que te mereces”. Segundos más tarde, poco después de las seis de la mañana del día 9 de julio de 2012, estrelló su coche, consigo mismo y con su hijo de 11 años dentro. Ambos murieron en Santa Lucía de Tirajana (Gran Canaria), a escasos metros de la casa de la madre del niño. La mujer a la que quiso dañar robándole una de las cosas que más quería: la vida del pequeño.
  • 7 años. Murió asesinada por su padre, el 3 de abril de 2013, en Campillos, cerca de Antequera, mientras cumplía el régimen de visitas impuesto por un juez a pesar de la orden de protección de la que sí gozaba su madre. Tenía 7 años, su madre permanecía en Mataró, donde vivían, y su padre, su asesino, se ahorcó después de matarla.

No son los únicos. Lamentablemente la lista es más amplia. Estas víctimas son el instrumento del violento para causar dolor a su pareja, “donde más le duela”. Un dolor intenso que vivirá con la mujer mientras viva.

Los niños también son víctimas de la violencia de género. Los datos son escalofriantes. El 64,9% de las mujeres que padecen maltrato en España tenían hijos menores de edad en el momento del maltrato; de ellos, el 54,7% han padecido violencia. Unicef (informe Bodyshop 2006) dijo que en España unos 188.000 niños al año padecen la violencia contra sus madres. No se trata de víctimas indirectas. Sufren el dolor del maltrato de su madre –y el suyo en muchos casos- muy directamente: en su infancia.

El pasado 20 de febrero se aprobaba en consejo de ministros el proyecto de ley de Protección a la Infancia y la Adolescencia; proyecto en el que se recoge de manera expresa que los niños expuestos a violencia de género serán reconocidos como víctimas, diciéndose en su punto 5.4: “Cuando los menores se encuentren bajo la patria potestad, tutela, guarda o acogimiento de una víctima de violencia de género o doméstica, las actuaciones de los poderes públicos estarán encaminadas a garantizar el apoyo necesario para procurar la permanencia de los menores, con independencia de su edad, con aquélla, así como su protección, atención especializada y recuperación”.

Pero el dolor para los menores va más allá: los casos de niños que quedan huérfanos a causa de la muerte de sus madres víctimas de la barbarie de género. El Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad los cifra en 42 en el año 2013; 41 en 2014; y, en lo que va de año 2015, ya son 7.

La pregunta que nos hacemos: ¿hasta cuándo? ¿Qué tiene que pasar para que esto acabe? ¿En qué estamos fallando?