Autora: Beatriz de Vicente
Abogada y Profesora de Criminología en la UCJC
Como en aquella obra maestra de Arthur Penn interpretada por un Dustin Hoffman en estado de gracia, Francisco Nicolás Gómez Iglesias, el pequeño Nicolás, (apodado así cariñosamente por la prensa o de forma eufemística según se mire), ha demostrado ser un maestro en el arte de la simulación, del mimetizaje camaleónico. Abarcando un amplio abanico de personaje sin utilizar ni un sólo disfraz que transformara su apariencia exterior. Bastaba con un poco de pose, como se dice en argot policial de “postureo”; que si ahijado del ex presidente José María Aznar, que si miembro activo del Centro Nacional de Inteligencia, que si intermediario entre la Casa Real y el Sindicato Manos Limpias, ahora portavoz de la Vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría y después como importante hombre de negocios, de cena, con Arturo Fernández y la familia González Cavero. Un pequeño gran hombre, nacido en Madrid el 18 de abril de 1994, que a todos impresionaba con su asertividad y suficiencia, con sus aparentes contactos de alto nivel y su activa predisposición al crecimiento, un chico prometedor.
Al pequeño Nicolás le bastaba con su galería de fotos (preciada posesión que a modo de amuleto portaba siempre consigo en el movil). En él, aparece retratado detrás de algunos de los hombres y mujeres más relevantes del panorama nacional, como si de “colegas” se tratara. En muchas ocasiones, tan sólo con exhibir estos retratos casuales, consiguió el aval que le abriría las puertas más exclusivas, accediendo con ello a los codiciados reservados de la elite social española. Ya se sabe, con quien te veo te comparo.
Todo iba perfecto para el pequeño Nicolás, hasta que el pasado 14 de octubre fue detenido por la Policía Nacional y puesto a disposición judicial imputado por numerosos delitos de estafa (habría solicitado a reputados empresarios importantes cantidades de dinero para mediar en negocios ficticios, llegando a vender falsos informes del CNI) y usurpación de cargo público (se habría hecho pasar en varias ocasiones por portavoz de la vicepresidencia del gobierno). La noticia dejó a todos estupefactos. Aquel chico tan prometedor, era en realidad ¿un impostor?.
Un mes después de aquella detención, el pequeño gran Nicolás se encuentra en libertad provisional y no consta ninguna denuncia de estafa contra él. Está por ver si detrás de su historia hay algo más que imaginación e impostura, pues no debemos olvidar que en Lugo se presentó a una reunión con el líder de Manos Limpias en un coche oficial con escolta del Ayuntamiento de Madrid; que asistió a la coronación del rey mediando invitación, inmortalizado durante el besamanos en su foto más preciada; que ha sido capaz de describir con exactitud las instalaciones del CNI y que sin desempeñar actividad laboral conocida, formó parte del alumnado del prestigioso Centro Universitario de Estudios Financieros cuyo coste anual es de 9.000 €, realizó dispendios en reservados de 300 € la botella y utilizaba un chalet de lujo en el Viso, en el que daba fiestas privadas y cuyo alquiler ascendía a 5000 € al mes.
Valorando estos datos, ¿estamos ante una historia apasionante que destapa las llamadas “cloacas del estado” (hay quien dice que el pequeño Nicolás en realidad ha prestado servicios a los más poderosos y es conocedor de incómodos secretos) o ante la fábula del niño proletario que quiso hacerse un hueco entre los grandes fingiendo ser quien no era?.
Me resulta en todo punto imposible ofrecer una acertada respuesta que explique el fenómeno Nicolás, pues como investigadora de la criminología y de ese reverso tenebroso que todo homo sapiens alberga, defiendo la filosofía agnóstica y por tanto la incapacidad del hombre para elaborar asertos o teorías con validez universal. La verdad absoluta nos es inaprensible, todo es fenoménico y relativo. Si a ello le sumamos que, desde una perspectiva criminológica, cualquier individuo, sea o no un delincuente, es un ente biopsicosocial; es decir, que se encuentra influenciado en su comportamiento y forma de pensar tanto por lo biológico (fisiología cerebral, sistema hormonal, herencia genética…), como por lo psíquico (biografía personal, vivencias en la infancia, presencia de trastornos de personalidad o enfermedad mental, modelos de socialización y conducta…) y lo social (roles que asumimos, etiquetas que nos colocan, cultura, entorno….); las respuestas son múltiples y complejas.
Soy pues incapaz de dar una respuesta rotunda al comportamiento del pequeño Nicolás. Básicamente, porque participo de esa naturaleza agnóstica y porque además, requeriría mucha información de la que carezco para tan siquiera acercarme a la comprensión criminológica de este pequeño gran sujeto, al menos, de forma rigurosa.
No obstante, son varias las reflexiones a las que llego, en el intento de comprender y explicar tan interesante estrategia animal como es la del engaño.
Mentir, disimular y simular son actividades que el pequeño Nicolás al parecer dominaba, pero no consisten en lo mismo. Cada una de ellas requiere de unas especiales habilidades, cuyo análisis individualizado nos permite esbozar con mejor precisión el perfil psicológico de este personaje.
Mentir es faltar a la verdad. Para no ser detectado hay que ser diestro en el lenguaje del convencimiento, de la asertividad; dominar la comunicación no verbal y entrenarse en las artes del engaño y la oratoria. El engaño y vencer sin pelear, son la columna vertebral del buen estratega, tal y como explico en su obra El Arte de la Guerra, el General Chino Sun Tzu hace 2500 años.
Por el contrario, para disimular no es necesario mentir, basta con ocultar, impidiendo de tal modo que algo sea conocido. En este caso la omisión es la clave del éxito y por supuesto, evitar que nuestra “víctima” tenga acceso a fuentes de información que pudieran desvelar nuestro verdadero retrato.
Ahora bien, para simular hay que poner en marcha toda una parafernalia que acompañe a nuestras mentiras y disimule nuestras carencias o verdaderos deseos. Es necesario aparentar, presentar una fachada persuasiva; un escenario perfecto; realizar un hábil juego de espejos; hay que construir una imagen y convencer a los demás de la autenticidad de la misma. Generar espuma que aparente cemento.
Dice un proverbio chino que la suerte es el arte de cuidar bien todos los detalles. Sin duda el pequeño Nicolás olvidó uno muy importante y es que desplegar la anterior trilogía conductual requiere, además de audacia, de unas altísimas capacidades; de un constante y numantino esfuerzo por convencer y de una mecánica insostenible en el tiempo. Así lo demuestran algunos de los grandes simuladores de la Historia reciente, porque el pequeño Nicolás, ni es el primero, ni será el último.
El catalán Enric Marco estremeció al mundo con sus relatos como superviviente del campo de concentración alemán de Flossenbürg durante los casi 30 años que van desde 1978 hasta 2005. Por su historia de superación y lucha contra los totalitarismos fue honrado con la Cruz de Sant Jordi, una de las más altas distinciones que concede la Generalitat catalana. Gran parte de su vida se dedicó a impartir cientos de conferencias contando su terrible experiencia con los nazis. Fundó y presidió la asociación Amical de Mauthausen y hasta recordaba su número de deportado, el 6.448. Enric hubiera acabado su vida honrado como el español que estuvo en un campo de concentración, sino fuera porque un historiador riguroso y concienzudo que estaba reconstruyendo las vidas de españoles víctimas del Holocausto, desveló y demostró públicamente su montaje. Enric Marco otorgó a su gran mentira una finalidad aparentemente altruista, manifestando a la agencia Efe en su primera declaración pública que: No lo hice por maldad. Parecía que (cuando relataba su historia como víctima de los nazis) me prestaban más atención y podía difundir mejor el sufrimiento de quienes pasaron por los campos de concentración. En realidad Marco se comportó como el varón de Munchaussen, quien da nombre a un síndrome facticio denominado Síndrome de Munchaussen, en referencia a personas que fingen, normalmente enfermedades o desgracias, con la única finalidad de obtener la atención de su entorno, en una búsqueda recurrente y compulsiva de reconocimiento.
El profesor de Psicología de la Universidad de Murcia D. José María Martínez Selva distingue en su obra La gran mentira (Paidós, 2009), entre la figura del impostor instrumental, lo que él denomina truhanes, y el fabulador. El primero utiliza la mentira como herramienta para obtener algo y una vez descubierto no mantiene el engaño, ya carece de sentido (el estafador). El segundo por el contrario se cree su mentira y la enriquece con el tiempo. Al revelarse su montaje no reconoce la falacia.
Una excelente Fabuladora fue Tania Head, llamada en realidad Alicia Esteve Head. Esta barcelonesa llegó a presidir la asociación de víctimas del World Trade Center bajo la fachada de una estudiante de Harvard y Stanford, hija de diplomáticos. Alicia, ni era hija de diplomáticos ni había estudiado en tan prestigiosas instituciones. Simplemente encontró el caldo de cultivo ideal para centrar cientos de miradas en ella, y lo que es más nutritivo, obtener innumerables muestras de cariño y compasión. Tras el terrible atentado sufrido en Nueva York el 11 de septiembre del 2001, Tania se acercó en la misma zona cero, a una de las numerosas cámaras de televisión que buscaban denodadamente testimonios de los supervivientes. Su estremecedor y sentido relato la catapultó ante la opinión pública como una heroína al trasmitir con todo lujo de detalles que ella estaba en la planta 78 de la Torre Sur cuando impactaron los aviones. Mostrándose al mundo como una de las veinte personas que sobrevivieron a tan devastador atentado, pese a encontrarse varias plantas por debajo de los otros 19. También relató que era una empleada de Merrill Lynch, y como quería darle tintes de mayor dramatismo si cabe a su historia y a su personaje, contó que un varón, poco antes de morir, le dio su anillo de casado para que ella se lo entregara a su esposa, eso sin olvidar que su amantísimo prometido Dave, un personaje imaginario, había muerto en el atentado a la Torre Norte. Inmediatamente se convirtió en el símbolo de las víctimas. Su historia se desmontó por el New York Times y el periódico La Vanguardia en septiembre del 2007. Su montaje duró 6 años y pese a ser desenmascarada, Tania nunca dejó de defender su victimación.
El caso más paradigmático de ese arte del engaño al que hacía referencia el General Sun Tzu y que en esta ocasión tuvo un final feliz, fue el de Frank Abagnale Junior. Antes de cumplir los diecinueve y a lo largo de cuatro años, se hizo multimillonario falsificando cheques con la maestría de un experto, llegando a ejercer como piloto de aerolíneas comerciales, médico y abogado. Su “fabulosa” carrera fue llevada al cine por Steven Spilverg con la película “Atrápame si Puedes”. La facilidad del joven Frank para falsificar los documentos más complejos le valió la admiración del FBI que tras unos meses entre rejas le reclutó como asesor de fraudes, convirtiéndose en un reputado profesional al servicio de la lucha contra el crimen.
Y por si fuera poco, esto de las fabulaciones, simulaciones y trampantojos varios, son disciplinas que no siempre se ejercen en solitario. Buen ejemplo de ello es el matrimonio Heene, los padres del famoso “niño del globo”. En octubre del 2009 no hubo televisión en el mundo que no se hiciera eco de una noticia pintoresca y aterradora a la vez, el pequeño Falcon Heene de 6 años volaba a la deriva en el interior de un globo aerostático atravesando el cielo de Denver. Todos seguimos durante una semana aquel vuelo errático monitorizado de día y de noche, con el corazón en un puño. Un mes después, los padres, Richard y Mayumi Heene, confesaban el engaño. El pequeño Falcon fue hallado por la policía en la vivienda familiar. Llevaba una semana escondido. Sus papas habían planeado montar un reality show, un gran hermano a modo de tragedia griega. El descubrimiento dejó a propios y extraños sin palabras. Finalmente estos padres de 3 hijos menores, fueron condenados por simulación de delito a una condena de libertad vigilada. Y yo me pregunto, ¿quiénes fueron los culpables de esta historia?, ¿unos padres descerebrados en busca de fama y dinero?, ¿un niño jugando al escondite? o ¿una sociedad ávida de noticias alarmantes que acompañó sin descanso aquel globo y casi se desilusionó cuando descubrió la verdad?
El impostor es en muchas ocasiones un sujeto insatisfecho, frustrado, acomplejado, que rellena las carencias de su personalidad y su vida con la fantasía, la ilusión y la mentira. Mentimos para llamar la atención, para obtener algo, para vivir en sociedad, para evitar, para impresionar, para convencer, para ocultar, para hacernos famosos. La pregunta que no he logrado responder es ¿para que miente Nicolás?.
La siguiente reflexión gira en torno al perfil psicológico del pequeño Nicolás. ¿Es un megalómano (diagnóstico del forense de los Juzgados de Plaza de Castilla) que adecua la realidad a sus anhelos de poder y se cree importante rodeándose de personalidades de la vida pública, consiguiendo con ello otorgar el escenario perfecto a su delirio de grandeza? o por el contrario ¿es un psicópata integrado ansioso de la fama, el reconocimiento social y la posición económica que su familia de clase media nunca le darían? (diagnóstico que un sector de los profesionales de la psiquiatría defiende ante sus aparentes y constantes mentiras, su manifiesto narcisimo-egocéntrico, el carácter manipulador que habría demostrado, los nervios de acero de los que haría alarde para mantener su impostura o su desmedido afán de reconocimiento social).
No tengo la respuesta aunque he de reconocer que el delirante no necesita convencer. Él ya está convencido, su verdad es inmutable y no acepta discusión alguna en torno a su delirio. El psicópata por el contrario es el maestro del camuflaje. Él sí necesita convencer, y el pequeño Nicolás ha demostrado mucho interés y esfuerzo en ello, probablemente puntuaría alto en la escala Hare.
Por último, como siempre hemos de hacer en un análisis fecundo, me he mirado el ombligo para entender el fenómeno Nicolás. Como individuos ante el delito siempre somos víctimas o victimarios, pero como sociedad siempre somos responsables, en parte culpables, colaboradores e inductores de los crímenes que nacen en nuestro seno. Cada sociedad genera sus propios delitos (teoría criminológica de corte sociológico de obligado conocimiento).
Desde esa especie de paternidad, compruebo atónita cuan pueriles llegamos a ser los españoles ayudando a Nicolás a construirse ante nosotros toscamente. Con sus fotos de fan de políticos, siempre tras el alto cargo, como una sombra, mirando a cámara de forma inquietante. Los medios de comunicación han explotado comercialmente sus numerosas instantáneas a modo de ¿dónde está Wally?. Ahora nos resulta jocoso, pero muchas fueron las puertas que se le abrieron tan sólo con mostrar esas imágenes entre algunas de sus tantas tarjetas de visita.
El delito de estafa es constructivo, requiere de la activa participación de las víctimas. También la impostura precisa de un “primo” que muerda el anzuelo. No nos engañemos, somos nosotros los que hemos creado a Nicolás. En una cultura donde la pertenencia a una clase social elitista no fuese un valor, sino un dato; donde el nepotismo (enchufismo) no fuera una tradición nacional sino un delito intolerable para el conjunto ciudadano, o donde parecer no fuera más importante que ser, los pequeños Nicolás jamás podrían existir. Así somos. Así son nuestras criaturas.
Detrás de un impostor hay insatisfacción, un quiero y no puedo, un intento de conseguir que con la ficción me trates como aquello que deseo y me resulta inalcanzable. Simular, mentir y engañar parecen ser las herramientas que el pequeño Nicolás ha utilizado en su estrategia para convertirse en el gran Nicolás. El tiempo nos dirá si han resultado efectivas.
«Nadie podría vivir con quien dijera siempre la verdad (Mark Twain).»