Las mismas sorpresas se pueden encontrar recorriendo un cuadro muchas veces visto,
que caminando los mismos 300 metros desde la puerta de casa.
Es todo una cuestión de perspectiva.
En el presente artículo utilizamos la obra de Van Eyck para explicar los cambios sucedidos desde finales de la Edad Media como consecuencia del desarrollo del comercio, relacionando este hecho con el origen del capitalismo primitivo o capitalismo mercantil. Se parte de una descripción de los cambios demográficos y sociales -la aparición de la burguesía- para centrarnos posteriormente en el cambio económico desde varias perspectivas: la aparición, junto con el taller artesano, de formas de producción protoindutriales (putting out system); el proceso de expansión europea motivado por la necesidad de encontrar metales preciosos; el surgimiento de un nuevo modelo de “economía-mundo”; el desarrollo de un nuevo sistema financiero y la aparición del bullonismo.
En su realización se ha considerado una revisión de la bibliografía clásica sobre el feudalismo tardío y el capital mercantil.
El matrimonio Arnolfini y el origen del Capitalismo
Está demostrado que existe una relación significativamente positiva en la enseñanza combinada de la Historia y la Historia del Arte. Cualquier manifestación artística es reflejo de un determinado contexto sociocultural y, por ello, su estudio puede servirnos al doble propósito de apreciar las características de un determinado pintor o estilo y al de utilizar la obra como fuente de conocimiento histórico. Sin olvidar, claro está, el placer estético de su contemplación. Pongamos un ejemplo.
El matrimonio Arnolfini fue pintado por Jan Van Eyck en 1434, y se enmarca dentro de la Escuela de los denominados “Primitivos Flamencos”. Es una de las obras más frecuentemente analizadas por los historiadores del arte por su simbología, temática y técnica. Dejaremos de lado estas cuestiones para enfocarla desde una nueva perspectiva: la obra de arte no solo como muestra de unas circunstancias históricas, sino como fuente primaria de la que extraer conocimiento histórico.
El cuadro pintado por Van Eyck es una representación simbólica del acto del matrimonio, más que la propia representación de la ceremonia en sí, que muestra a la pareja en el momento de contraer matrimonio. Mucho se ha especulado sobre si van Eyck quiso representar a la señora Arnolfini embarazada (aunque nunca llegó a estarlo) o si el abultamiento que se observa en su vientre es reflejo de la moda de la época. Aunque la segunda de las opciones parece ser la más plausible, lo cierto es que la escena puede servirnos como pretexto para comentar los cambios demográficos acontecidos en este periodo. En Europa, por cada 100 habitantes existentes en 1450, había 155 en 1500 y 195 en 1600. Este crecimiento tuvo importantes variantes regionales: en la provincia de Holanda, el crecimiento fue significativamente más rápido (1650=328) frente al conjunto de las provincias del Norte de los Países Bajos en su conjunto (197) (P. Kriedte)[1].
Uno de los mecanismos de control empleados por los gobernantes para impedir que se produjeran tensiones entre población y recursos agrícolas fue condicionar el matrimonio a la existencia de una fuente de ingresos, evitándolos o retrasar la edad de matrimonio y en consecuencia acortándose el periodo de fertilidad de la mujer dentro del mismo. Este cortapisas nunca afectaría a la pudiente burguesía y en cualquier caso, lo cierto es que el crecimiento demográfico del periodo no fue tanto consecuencia de una mayor fertilidad como de una menor mortalidad.
Entre los motivos que explican este retroceso de la mortalidad se cuentan la menor incidencia de la mortalidad de tipo catastrófico, la derivada de conflictos bélicos y epidemias, pero especialmente la mejor coyuntura económica, que fue a la vez causa y consecuencia del crecimiento demográfico: el aumento de la población propició el cultivo de tierras hasta entonces incultas. Para esto último se limpiaron montes y bosques, se desecaron pantanos y se ganó tierra al mar a base de diques (los polders), sobre todo en la costa del mar del Norte. Este modelo extensivo únicamente se llevó a cabo donde había condiciones favorables para la comercialización de los productos agrarios: norte de Italia, Países Bajos e Inglaterra, alrededor de sus grandes ciudades.
Sin embargo, fue el comercio el sector que, con diferencia, más intervino en el cambio de signo económico, en especial en los Países Bajos. Nuestro señor Arnolfini fue uno de los prósperos comerciantes italianos establecidos en Brujas atraídos por las posibilidades comerciales de la zona, que bien pudo dedicarse a la muy floreciente industria de los paños o al comercio y que gustaría de adquirir obras de arte y retratos con los que demostrar su riqueza, encarnando de este modo al prototipo de burgués surgido en la época. A partir de la Baja Edad Media, la sociedad estamental tradicional vio aparecer un grupo económico enriquecido con las nuevas actividades mercantiles: la burguesía, que, privada de los derechos de participación política y exenciones fiscales de las que gozaba el estamento privilegiado, se convertiría en verdadero motor del cambio también político y social unos siglos más tarde.
La nobleza y el clero conservarán sus privilegios estamentales, a la vez que una creciente masa de desheredados inundará los campos y ciudades y serán caldo de cultivo para la marginación y los conflictos sociales. Sin embargo, aunque la estructura social siga siendo la estamental propia del Antiguo Régimen, la aparición de la burguesía, una clase social con nuevas actitudes acerca de la acumulación de beneficios, anticipa formas capitalistas en el plano social y mental.
Existe una historia de las mentalidades que estudia aspectos que no son evidentes ni fácilmente captados por nuestros sentidos. Y desde esta perspectiva podemos relacionar la ética calvinista con el origen y desarrollo del capitalismo inicial. De acuerdo con Max Weber la idea de pecado y salvación por el sufrimiento predominante en la cultura del catolicismo (bienaventurados los pobres porque de ellos será el reino de los cielos, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de los cielos, …) actuó como un freno a la acumulación primitiva de capital. Por el contrario, la ética protestante veía en el éxito económico la señal de la predestinación para la salvación eterna, siendo un ingrediente determinante que provocó la aparición del capitalismo moderno. De este modo, podemos afirmar que, en el calvinismo, la doctrina de la predestinación alienta al creyente a buscar signos de su elección, entre los cuales se destaca el éxito en el trabajo y en el mundo financiero. Por otra parte, puesto que los calvinistas no consideraban adecuado el consumo ostentoso, gran parte de las de las ganancias económicas eran dedicadas a posteriores inversiones, es decir, a la acumulación de capital adicional. Esta viene a ser, en esencia, la famosa tesis de Weber y Tawney sobre el origen calvinista o puritano del capitalismo.
Desde la aparición de la obra de W. Sombart @font-face { font-family: «Calibri»; }p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal { margin: 0cm 0cm 10pt; line-height: 115%; font-size: 11pt; font-family: Calibri; }p.MsoFootnoteText, li.MsoFootnoteText, div.MsoFootnoteText { margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: 10pt; font-family: Calibri; }span.MsoFootnoteReference { vertical-align: super; }span.FootnoteTextChar { }.MsoChpDefault { font-size: 11pt; font-family: Calibri; }.MsoPapDefault { margin-bottom: 10pt; line-height: 115%; }div.WordSection1 { page: WordSection1; }[2] la figura del burgués fue identificada con un modelo humano concreto, que rompía con la lógica feudal de relaciones basadas en el vasallaje y cuyo logro más importante consiste en haber protagonizado la creación y desarrollo del capitalismo moderno. Este tipo humano vendría definido, siguiendo a Sombart, en primer lugar, por una mentalidad económica basada en el espíritu de empresa y el afán racional de ganancias. En segundo lugar, por una conducta y una particular concepción de la vida, en la que el gusto por el orden y el ahorro y la circunspección calculadora serían las notas más destacadas. Finalmente, el estereotipo burgués implicaría la existencia de unos principios entre los que se contaría el amor al trabajo y el respeto a los convencionalismos sociales.
Esta imagen no deja de ser un modelo teórico simplificado que se ajusta con dificultad a una realidad mucho más heterogénea y diversa ya que en la ciudad convivían desde el rico aristócrata hasta el vagabundo. La burguesía busca acercarse en su comportamiento y modos de vida al de la aristocracia, pudiendo hablarse de una "traición de la burguesía", término con el que Braudel @font-face { font-family: «Cambria Math»; }@font-face { font-family: «Calibri»; }p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal { margin: 0cm 0cm 10pt; line-height: 115%; font-size: 11pt; font-family: Calibri; }p.MsoFootnoteText, li.MsoFootnoteText, div.MsoFootnoteText { margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: 10pt; font-family: Calibri; }span.MsoFootnoteReference { vertical-align: super; }span.FootnoteTextChar { }.MsoChpDefault { font-size: 11pt; font-family: Calibri; }.MsoPapDefault { margin-bottom: 10pt; line-height: 115%; }div.WordSection1 { page: WordSection1; } [3] explica cómo una vez lograda la riqueza, la burguesía la emplea en recorrer un camino marcado por la adquisición de tierras, la búsqueda de cargos públicos y el esfuerzo por acceder al estatus nobiliario en un intento por mimetizarse con la nobleza.
En sentido estricto, podemos definir al burgués como el habitante del burgo o ciudad, por oposición al campesino. Se puede entender también por burguesía la oligarquía política y económica establecida en la ciudad y de origen no noble, que en algunos casos ocupaba las bancadas del estado llano en las asambleas estamentales. Esta definición de la burguesía como oligarquía urbana puede ser demasiado restrictiva si consideramos los cambios sociales que se producen en el tránsito de la Edad Media a la Moderna y que provocaron una diversificación de este grupo acrecentada por la movilidad social existente en su seno. Aún a riesgo de simplificar, podríamos diferenciar tres niveles: la élite burguesa donde estarían los grandes comerciantes, fabricantes y financieros; en un escalafón inferior, funcionarios, algunos profesionales y comerciantes de mediana fortuna. Finalmente, los estratos inferiores se nutrirían de artesanos prósperos, funcionarios modestos, tenderos y pequeños comerciantes en general.
Como ya señalara Peter Kriedte, en la historia del capitalismo clásico pueden distinguirse dos grandes etapas: la del capitalismo mercantil o inicial y la del capitalismo industrial. La primera de ellas estaría definida por el hecho de que no fue el capital manufacturero sino el capital comercial el que marcó la realidad económica de la época. En efecto, el capitalismo inicial se caracterizó por constituir una economía monetaria, en la que los intercambios jugaban un papel primordial. Ello lo alejaba del modelo feudal, agrario y autosuficiente, en el que el comercio jugaba un papel muy limitado.
La producción de objetos manufacturados en la Edad Media se realizaba dentro de la rígida reglamentación gremial, que regulaba tanto todo lo relativo a la producción de manufacturas (cantidad, calidad y precio), como a la formación y escala laboral (aprendiz, oficial, maestro). Sin embargo, a lo largo de los siglos XIV y XV, aquellas regiones de Europa que tenían mayor actividad artesanal como las ciudades del norte y centro de Italia o de Flandes, fueron apareciendo ciertos elementos, aunque todavía de forma incipiente, que a la larga iban a definir las relaciones de producción del sistema capitalista. Nos referimos al putting out system o sistema a domicilio, que crecía al margen del sistema gremial y que fue especialmente fructífero en la industria textil. En este sistema, el comerciante fabricante compra la materia prima, a continuación la distribuye entre trabajadores aislados, frecuentemente propietarios de sus herramientas, y pasado un tiempo vuelve a recoger la materia prima ya elaborada pagando un precio por ella. De este modo, conviven dos sistemas de producción diferentes, este que podemos denominar protoindustrial y el gremial.
H. Pirenne[4] consideró el comercio y la industria como un poderoso disolvente de las relaciones feudales, al potenciar la economía monetaria y el mundo urbano sobre el rural. Para otros autores como M.Dobb @font-face { font-family: «Cambria Math»; }@font-face { font-family: «Calibri»; }p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal { margin: 0cm 0cm 10pt; line-height: 115%; font-size: 11pt; font-family: Calibri; }p.MsoFootnoteText, li.MsoFootnoteText, div.MsoFootnoteText { margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: 10pt; font-family: Calibri; }span.MsoFootnoteReference { vertical-align: super; }span.FootnoteTextChar { }.MsoChpDefault { font-size: 11pt; font-family: Calibri; }.MsoPapDefault { margin-bottom: 10pt; line-height: 115%; }div.WordSection1 { page: WordSection1; } [5], el comercio medieval se limitó a satisfacer una tibia demanda de productos de lujo para la aristocracia, y por ese motivo no pudo actuar como acicate para la disolución del mundo feudal pues su influencia sobre el global del entramado económico fue mínima. Desde esta perspectiva propia del materialismo histórico, el paso del feudalismo al capitalismo vendría provocado por la lucha de clases entre señores y campesinos.
De cualquier modo, lo cierto es que el papel del comercio en los cambios ocurridos en la economía europea desde los albores de la Edad Moderna es innegable. Y vamos a centrarlo en cuatro aspectos: el proceso de expansión europea motivado por la necesidad de encontrar metales preciosos; el surgimiento de un nuevo modelo de “economía-mundo”; el desarrollo de un nuevo sistema financiero y la aparición del bullonismo o monetarismo como doctrina económica que orientaba la política de los Estados.
El primer aspecto que destacar es cómo la necesidad metales preciosos como medio de pago impulsó el fenómeno de la expansión europea, origen a su vez del proceso colonial. El papel del Estado en esta expansión fue esencial dado que las empresas comerciales necesitaban que fuera el propio estado quien asumiera la iniciativa y la dirección de tales empresas. Capitalismo y Estado moderno fueron dos realidades dependientes la una de la otra, pues el Estado a su vez precisaba de esta fuente de ingresos para financiar el proceso de institucionalización que acompaña a las monarquías autoritarias.
En segundo lugar, el surgimiento, a partir de 1450, de la denominada "economía-mundo" capitalista (Wallerstein, I.)[6] caracterizada por una distribución mundial del trabajo dentro de la cual el centro estaba en Europa occidental, de manera más concreta en Inglaterra y los Países Bajos, donde a lo largo del siglo XVI se desarrollaría formas de capitalismo más avanzadas. Debemos considerar un tercer elemento: es el desarrollo de un nuevo sistema financiero. Los beneficios derivados del comercio animaron a poner en marcha empresas mercantiles. La necesidad de un capital considerable para financiar estas empresas explica la aparición de la Commenda: un tipo de empresa que nace en las grandes ciudades italianas del s. XIII en la que un comerciante, el denominado commendator o socius stantus realizaba el aporte en un 100% del capital, mientras que el tractator o commendatario realizaba la expedición marítima. La distribución de los dividendos era en un 75% para el commendator, que asumía la totalidad del riesgo, y el resto para el commendatario. La commenda permite múltiples combinaciones, como la aportación de varios socios capitalistas o la recaudación por parte de los socios mercaderes de fondos entre prestamistas, desarrollándose así el préstamo. Además, al adquirir distintas variantes, la commenda favoreció una movilización del ahorro acumulado, estimulando, además, el espíritu emprendedor.
Por otra parte, dados los riesgos que asumían los protagonistas de estas empresas, aparecieron los seguros, de los cuales se encargaba la Banca. La Banca surgió a finales del siglo XIII en Italia, extendiéndose rápidamente a los Países Bajos. Los bancos aceptaban depósitos y financiaban empresas mercantiles y a los propios estados.
Como consecuencia del desarrollo del comercio, también se desarrollaron las fórmulas de pago como las letras de cambio. Una letra de cambio es un título que prueba la existencia de un contrato entre un banquero y un comerciante. El comerciante que se desplazaba a otra ciudad, para evitar llevar el dinero en efectivo, acudía previamente al banquero y depositaba una cantidad a cambio de la cual obtenía un título que podía presentar al corresponsal del banquero en la ciudad de destino y obtener la suma anteriormente depositada. Este título se convertía en un documento endosable a un tercero, es decir, en "papel moneda".
Finalmente, la última de las consecuencias que deparó al panorama económico el desarrollo de las intercambios fue la aparición del bullonismo (del inglés bullion, lingote de oro) considerado como una forma primitiva de mercantilismo. Más que una doctrina, resulta ser una praxis económica que identificaba la riqueza de un país con la posesión de metales preciosos y que orientaba la política del Estado hacia su acumulación favoreciendo el comercio de exportación y el proteccionismo. Este intervencionismo estatal, constituyó una práctica ventajosa para la incipiente burguesía mercantil en esta fase inicial del desarrollo del capitalismo le permitió gozar de una protección bajo la cual desarrollar sus negocios.
Volvamos ahora una vez más sobre la imagen. Quizá resulte más sencillo entender ese afán de Van Eyck por mostrar el gusto por el refinamiento y la riqueza en la habitación: las lujosas y pesadas telas, el fino trabajo artesano en los muebles y del orfebre en la lámpara. Quizá ahora las naranjas del Sur de Europa y la alfombra de Oriente resulten más evocadoras y nos lleven a esos comienzos de la Edad Moderna en los que Europa, a través del comercio, se abrió al Mundo.
[2] Sombart, W. El burgués. Contribución a la historia espiritual del hombre económico moderno (1913). Madrid, Alianza, 1993.
[3] Braudel, F. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en época de Felipe II. Fondo de Cultura Económica, 2ªed.,Madrid, 1976.
[4] Pirenne, H. Las ciudades de la Edad Media. Alianza Editorial, Madrid, 1987.
Prof. Alicia Alonso de Leciñana
Licenciada en Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad Autónoma de Mádrid (1993) y Máster en Educación Secundaria (2011). Desde septiembre de 1993 y hasta junio de 2012 ha ejercido como docente en Bachillerato, tanto Nacional como Internacional. Ha sido Jefa de Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales y Coordinadora del Ciclo de Bachillerato, y de manera puntual, profesora de Didáctica Específica de las Ciencias Sociales en el CAP en la Universidad Camilo José Cela, Universidad a la que se ha incorporado de manera permanente como Profesora de la Facultad de Ciencias Sociales y Educación y Coordinadora del Máster de Secundaria en septiembre de 2012.
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