Profesora: Paula Requeijo Rey
Crónicas de Sebastián Cordero
El profesor emérito de la Universidad Complutense de Madrid, Felicísimo Valbuena, con el que tuve la suerte de aprender a dar clase y de hacer mi tesis doctoral, me enseñó que el cine es un instrumento privilegiado para ilustrar teorías y categorías. Durante varios años, pude comprobar cómo Felicísimo explicaba a los alumnos distintas teorías de la comunicación sirviéndose de numerosos filmes. El resultado era muy bueno: conseguía despertar el interés de los estudiantes por teorías que, a priori, pueden resultar abstractas y que entendieran perfectamente cómo funcionan.
Siguiendo los pasos de Felicísimo, decidí empezar a ilustrar los temas que desarrollo en clase a través del cine. Uno de los temas que imparto en la asignatura de Teorías de la Comunicación y la Información (suena muy aburrido pero os aseguro que es una asignatura apasionante), en el Grado de Criminología, se ocupa de la telerrealidad. Dentro de este macrogénero que nace con la propia televisión y experimenta un gran desarrollo a finales de los ochenta y principios de los noventa, están los programas de sucesos y violencia. Para reflejar sus características, utilizo la película Crónicas (2004) del ecuatoriano Sebastián Cordero.
Crónicas narra una historia que se desarrolla en la ciudad de Babahoyo, Ecuador. Sin embargo, nos permite entender los principales rasgos de los programas de sucesos y violencia que se emiten en distintos países de todo el mundo. Durante 108 minutos comprobamos cómo se fabrica la autenticidad en este tipo de espacios, el interés excesivo por lo afectivo y lo sentimental, la explotación de la intimidad, el querer ver excesivo que lleva al medio a recrearse en los detalles más escabrosos, la convivencia de opuestos, la hibridación de géneros y la suplantación de la labor de otros poderes e instituciones públicas.
La telerrealidad abarca formatos muy variados y diferentes pero, en mayor o menor medida, presentan una serie de características. Se centran en sucesos, acontecimientos, vivencias, acciones… protagonizadas por personas reales, gente común y corriente. Lo íntimo, lo personal, es el objeto preferente de muchos de estos programas. De esta forma, lo que tradicionalmente se ha enmarcado dentro de la esfera privada se traslada a la pública. Con independencia del contenido (asesinatos, accidentes, relaciones de pareja, etc.) se tiende a la espectacularización y la dramatización, con un dominio claro del componente emotivo.
Bienvenido León (2009, p. 15) propone una clasificación de los programas de telerrealidad basándose en su contenido. Distingue cinco categorías principales:
- Accidentes y crímenes. Cita dos series documentales que se emiten desde los años 80: Crimewatch y Cops. Sin embargo, ya desde el año 1967, el canal alemán ZDF emite XY ungelöst.
- Ayuda social. El espacio Queen for a Day emitido por la NBC entre 1956 y 1964 sirvió de ejemplo para los que vendrían después.
- Intervenciones en la vida de las personas. “Enseñan a ciudadanos corrientes a manejar sus propias vidas y a solucionar problemas” (León, 2009, p. 15). Hay numerosos ejemplos: desde programas que enseñan a los padres cómo educar a sus hijos hasta otros que indican cómo resolver relaciones de pareja.
- Convivencia y relaciones personales. El más popular es Gran Hermano (Big Brother).
- Formación artística. Los concursantes aprenden a cantar, bailar, actuar, etc.
El protagonista de Crónicas, Manolo Bonilla (interpretado por el actor John Leguizamo), trabaja como periodista para el programa Una hora con la verdad, que se enmarca la primera categoría. Manolo viaja hasta Babahoyo para cubrir el caso del “Monstruo de Babahoyo”: un violador y asesino en serie que ha acabado con la vida de decenas de niños. Le acompañan una productora, Marisa (Leonor Watling) y un cámara, Iván (José María Yazpik). Al comienzo de la película asisten al funeral de tres de los pequeños asesinados por el “Monstruo” con una doble intención: obtener imágenes dramáticas y conseguir una entrevista con alguno de los familiares.
Durante el funeral, Vinicio Cepeda (Damián Alcázar), un repartidor de biblias y catecismos, atropella con su coche al hermano de uno de los niños asesinados, al que Manolo trata de convencer para que hable ante la cámara. Varios vecinos y el padre de la víctima, Don Lucho (Henry Layana), intentan linchar a Vinicio.
Marisa avisa a Manolo de que la madre de Joseph Juan está allí mismo. Él le indica a Iván que deje el linchamiento y se centre ahora en ella, que camina desconcertada, en estado de shock, con el cuerpo de su hijo en brazos.
Iván es el ejemplo perfecto de lo que se conoce como vídeo-buitre. “Se trata de una persona que, cámara en mano, recorre las calles a la sombra de los servicios de emergencia, con la esperanza de recoger imágenes escabrosas que después pueda vender a las cadenas de televisión” (León, 2009, p. 18). La diferencia es que él no ha de ir tras los servicios de emergencia porque ya tiene a Manolo y Marisa para indicarle dónde encontrar imágenes aterradoras. Tampoco debe buscar a alguien que se las compre porque los responsables de Una hora con la verdad están ansiosos por recibirlas.
Víctor y Marisa tienen una actitud similar. Asisten al entierro y al linchamiento sin inquietarse porque les domina una única idea: conseguir el material más conmovedor e impactante para su programa. Poco después de la emisión del mismo, Iván se lamenta de no haber conseguido poner a Joseph Juan frente a la cámara justo antes de morir. De esa forma, el efecto dramático hubiera sido mayor y la audiencia también
Los tres personajes representan la obsesión de la televisión hiperrealista por “querer captar in situ y en vivo el detalle morboso o la explosión emotiva, buscando permanentemente el efecto pasional, la dimensión compasional […]”. Se tratan todo tipo de temas y se emiten todo tipo de imágenes: “Lo tengo todo, lo tengo todo: la patada en el culo, el hombre ardiendo, todo” (Iván a Manolo). El único requisito es que sean de actualidad. Es lo que Imbert llama “un querer ver sin límites (ni espaciales, ni referenciales, ni simbólicos, ni tampoco éticos)” (Imbert, 2003, pp. 63, 70-71).
Poco después, la película muestra cómo las imágenes recogidas por los reporteros se emiten en Una hora con la verdad. El presentador, Hugo Víctor Puente, presume de que son los únicos que se atreven a mostrar “el mundo en su verdadero estado actual”. Este es el principal argumento que esgrimen los defensores de la telerrealidad: se ofrece únicamente la verdad, lo auténtico. Sin embargo, esta autenticidad está cuidadosamente fabricada, como exponemos a continuación.
En tan sólo un minuto y 40 segundos el presentador utiliza 21 términos relacionados con el terror, la muerte y la violencia: “cadáveres”, “violados”, “violador”, “cuerpos”, “fosa”, “tortura”, “linchamiento”, “rehenes”, etc… Se sirve de figuras retóricas como la repetición (“Sólo un programa tiene […] Sólo un programa no parpadea […]”) o el contraste (el “Monstruo de Babahoyo” y “Los Santos Inocentes”).
La comunicación no verbal que emplea despierta en el espectador sensación de inquietud. Su tono general es de alarma, subraya determinadas expresiones (por ejemplo, “estado de shock”) a través de una entonación especial y su ritmo es rápido. Utiliza numerosos ilustradores como el índice alzado, las palmas adentro, el toque índice-pulgar, y los movimientos de cabeza y de cejas en un período de tiempo muy breve.
Mientras habla se muestran varias imágenes: a) una imagen fija en tonos azules y naranjas que simula un incendio; sobre ella pasan rápidamente palabras como: “tortura”, “fuga”, “hampa”, “justicia”, “venganza” o “sociedad”; la que más resalta es “compromiso” (deducimos que sugieren “compromiso con la verdad”); b) fosas, cuerpos de niños, una persona que muestra el zapato de una de las víctimas con expresión de desconcierto y otro que se tapa la cara con la camisa; c) el cuerpo de Vinicio en llamas y su mujer desesperada tratando de acercarse a él para socorrerle; d) un hombre con un pasamontañas negro que sujeta la cabeza de otro que está cubierto con una tela blanca.
La música es fundamental en este tipo de espacios porque contribuye a “crear un estado de ánimo” (Postman, 1991, p. 106). Aquí es de ritmo rápido para provocar tensión en el espectador. El objetivo de toda esta puesta en escena es la espectacularización de un objeto ya de por sí terrible.
Otro rasgo de la telerrealidad que se refleja en el breve espacio de tiempo que se dedica a Una hora con la verdad es el desempeño de funciones que corresponden a otros poderes o instituciones. El presentador explica que “Manolo Bonilla logra detener un violento linchamiento mientras la policía local no se decide a intervenir”. Si las fuerzas de seguridad no están capacitadas para cumplir con su cometido, ahí está la televisión, representada por la figura de Bonilla, para hacerse cargo.
Tras la emisión del programa, sabemos que Vinicio (el vendedor de Biblias) y Don Lucho (el padre de los dos niños muertos) ingresan en prisión. Hasta allí se desplazan Manolo y su equipo. Vinicio le ofrece entonces un trato al periodista: le proporcionará información sobre “El Monstruo” a cambio de que emita un reportaje sobre su caso. El preso es consciente de la influencia de la televisión y de cómo debe enfocarse la pieza para afectar al juicio de la audiencia.
Manolo no parece querer ayudarlo hasta que Vinicio le explica que tiene información sobre “El Monstruo de Babahoyo”. Le proporciona un dato clave: cerca de donde se aloja hay una fosa que la policía no ha descubierto. Contiene el cuerpo de una niña de nueve años. Va con Iván hasta el lugar que le ha indicado, comprueba que lo que le ha dicho es cierto y registran las imágenes en la cámara.
El periodista intuye que Vinicio es “El Monstruo” y accede a hacer el reportaje con la intención de obtener después una confesión suya ante la cámara. Las imágenes y los testimonios son fundamentalmente de tres tipos: violentos, dolorosos y emotivos.
Se produce, por tanto, una unión de contrarios. Por un lado están el dolor, la muerte y la violencia, y por el otro el amor y la vida. Es un “mundo esquizoide” en el que conviven “deseo y repulsión, atracción y rechazo” (Imbert, 2003, p. 79).
El reportero no revela al responsable policial del caso, el capitán Rojas, que es Vinicio el que le ha facilitado la información sobre la nueva fosa ni las sospechas que le despierta. Considera que él tiene más capacidad para desempeñar la labor propia de las fuerzas de seguridad y las suplanta: interroga y presiona a Vinicio, visita el lugar del crimen, graba imágenes del mismo y trata de obtener una confesión. Hace ver a la audiencia que la policía, a diferencia de él, “no está haciendo nada para detener el horror”. La televisión desempeña aquí “el papel de justiciero, en un discurso arrogante que desafía los poderes públicos […] o los sustituye” (Imbert, 2003, p. 118).
Podríamos seguir comentando más aspectos de Crónicas que ejemplifican los rasgos propios de estos programas de telerrealidad. Sin embargo, como Felicísimo Valbuena hacía en sus clases, es hora de abrir un debate para conocer vuestra opinión. ¿Qué os parecen de este tipo de programas? ¿Creéis que Sebastián Cordero exagera al representar sus características? ¿Hay algún caso de la actualidad española que creáis que ha recibido un tratamiento similar? ¡No respondáis todavía! Ved la película completa y, después, me lo contáis. Aquí os dejo el trailer: https://www.youtube.com/watch?v=SAQh0jKmQ5E