El título parece el resumen de lo que necesita un ser humano para sobrevivir: alimento, aliento espiritual y amor. Pero no en este orden. Los experimentos han demostrado que para sobrevivir, para crecer, los niños precisan más de amor que de alimento. Amor en forma de tacto activo. Parece que la ausencia de tacto es uno de los más importantes agentes estresantes evolutivos que podemos padecer.
Déjame que te cuente la historia de una adinerada familia británica victoriana: Uno de los hijos, de trece años, el preferido de la madre, muere en un accidente. La madre desesperada y sin consuelo, se queda en la cama durante años, olvidándose por completo de su otro hijo de seis años. Se suceden escenas terribles. En una ocasión, el niño entra en el oscuro dormitorio: la madre en su delirio, cree por un momento que se trata del hijo muerto: “David, ¿eres tú? ¿Es posible que seas tú?”, antes de darse cuenta de su error exclama: “¡Ah, eres tú!”. Crecer con ese “Ah, eres tú”. El niño, abandonado (parece que el padre, severo y distante, no se relacionaba con ninguno de los hijos), se aferra a esta idea: si siempre soy un niño, si no crezco, tendré al menos la oportunidad de agradar a mi madre, de conseguir su amor. Aunque no hay pruebas de existencia de enfermedades o de desnutrición en su acaudalada familia, el niño deja de crecer. Ya adulto, mide apenas un metro y medio y su matrimonio no se consuma. El desagraciado niño se convirtió en el autor de un famoso clásico de la literatura infantil: Peter Pan. El niño era J.M. Barrie.
Para un adecuado crecimiento físico y mental no hablamos de cualquier muestra de cariño, el elemento importante es el tacto y tiene que ser activo. Si se separa a una cría de rata de su madre, sus niveles de hormona de crecimiento caen en picado y se detiene su desarrollo. Si se le permite el contacto con la madre cuando ésta se halla anestesiada, los niveles de la hormona se mantienen bajos. Si se imitan los movimientos de lamer de la madre mediante caricias adecuadas a la cría, el crecimiento se normaliza. Otros investigadores, en hallazgos similares, han observado que tocar a las ratas recién nacidas hace que crezcan más y más deprisa.
En los años 60´s los experimentos de Harlow (a pesar de su cuestionamiento ético) contribuyeron a responder a una pregunta en apariencia obvia de forma no obvia. ¿Por qué los niños sienten apego por sus madres? Porque mamá proporciona alimento. Para los médicos de la época, era obvio y práctico- no había necesidad de que las madres visitaran a los niños hospitalizados- cualquiera con un biberón supliría las necesidades de afecto. Harlow sospechó algo y decidió comprobar lo que todos daban por sentado. Crió a monos rhesus sin la presencia de las madres, dándoles dos tipos de “sustitutas artificiales”. Una de esas falsas madres tenía una cabeza de mono hecha de madera y un torso formado por un tubo de tela metálica, en medio del cual había un biberón. Esta madre sustituta daba de comer. La otra tenía una cabeza y torso similares, pero en lugar de contener un biberón, el torso estaba envuelto en felpa. Contrariamente a lo que se esperaba los monitos elegían la de felpa. Este resultado indica que los niños no quieren a su madre porque ésta equilibre su ingesta alimenticia, sino porque, generalmente, la madre también los quiere y les abraza o, al menos, es algo suave a lo que aferrarse.
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