D. José María Garzón Flores.
Abogado y Criminólogo
Prof. Master de la UCJC de Criminalística y escena del crimen.
Este verano, además de las altísimas temperaturas y no sé si derivado de éstas (algunos autores asocian las altas temperaturas al incremento de la actividad delincuencial y sobre todo a delitos de sangre, homicidios y asesinatos) nos ha traído una gran número sucesos luctuosos y de gran intensidad violenta.
El asesinato de un niño siempre nos conmueve. Para los profesionales que no somos inmunes a los sentimientos también. Lo sé porque he tenido la oportunidad profesional de tratar con muchos familiares de niños asesinados. No existe el consuelo. Ni la explicación. Ni los reproches. Ni la marcha atrás. Quizás lo más duro es ver una mesa de autopsias a alguien tan indefenso como son los menores. Siempre te preguntas ¿por qué?. ¿No existe algún mecanismo que nos pudiera evitar dichos actos?
Nos conmovieron los asesinatos de Adrián y Alejandro, los gemelos de Monte Alto; después, el de Asunta o el de Amets y Sara del que hablamos en las últimas Jornadas de Criminología de nuestra Universidad, y, ahora, el de Candela y Amaia. Cada uno con sus condicionantes, pero todos terribles. Seis días después del crimen de Moraña una mujer entró en una casa de Castelldefels, alarmada por no tener noticias de su padre, y se encontró la escena de un nuevo crimen familiar: una mujer y dos hijos, de 12 y 7 años, disparados a la cabeza. Un hombre muerto en el sofá con el arma del crimen. La reconstrucción de la Guardia Civil concluyó que tras matar a su familia el homicida se suicidó. La Policía Local conocía la casa porque se había acercado varias veces a mediar entre las peleas de la pareja. Sin embargo la mujer nunca llegó a presentar denuncia. Esta semana la agencia Efe ha recordado que además de estos dos casos, Moraña y Castelldefels, el pasado 4 de mayo un niño de diez años fue asesinado en Torrevieja (Alicante), presuntamente por la pareja sentimental de su madre. En la estadística de menores víctimas mortales por violencia de género, hay tres muertes de menores más en investigación. Dos de ellos, un niño de 6 años y una niña de 14, fueron asesinados en Villajoyosa (Alicante) por un hombre de 37 años -padre del primero- que se suicidó, tras acabar también con la vida de su propia madre, de 64 años. Demasiados asesinatos de niños indefensos.
El de Moraña, parece ser un acto de venganza del padre contra la madre. Como lo fue, y así lo explicita la sentencia, el crimen contra Ruth y José, los hijos de Bretón o alguno de los primeros que hemos enumerado.
En los últimos diez años, 26 menores murieron a manos de sus padres, durante el régimen de visitas. Niños y niñas que fueron utilizados como instrumentos de dolor contra el excónyuge que es a quien realmente se pretende hacer daño. Probablemente no fuera el primer golpe del progenitor a esos niños, pero sí el definitivo.
Desgraciadamente hay contexto informativo. La prensa y en especial las televisiones se apresuran a cubrir dicha información, al calor de la suculenta rentabilidad publicitaria de unos casos que despiertan el interés de la ciudadanía. Pero realmente ¿hace la sociedad algo contra esta lacra o hemos llegado a un punto de saturación que hace que cada vez necesitemos noticias más graves para reaccionar?. Que la insensibilidad haya entrado a formar parte de nuestras vidas al albur de una sociedad que cada vez considera menos las relaciones sociales, nos empieza a parecer normal.
El presunto parricida de Moraña, David Oubel, es una persona «fría» que ha cometido supuestamente un crimen «espeluznante» que se ha convertido en un «horror» para las personas de su entorno. Así lo mantiene el fiscal responsable del caso, Alejandro Pazos, que en los últimos días ha mantenido una intensa actividad para practicar las diligencias urgentes necesarias para avanzar en la investigación.
David Oubel, el padre de las niñas de 4 y 9 años asesinadas este viernes en Moraña escribió una carta a la madre de las pequeñas para informarle de sus intenciones. En la carta también manifestaba que estaba dispuesto a quitarse la vida inmediatamente después.
Cuando la mujer leyó el escrito, salió en coche hacia la casa de Santa Lucía donde había vivido mientras duró su relación con David Oubel. Durante el trayecto de unos tres kilómetros, avisó por teléfono a la Guardia Civil.
Los agentes llegaron primero a la casa y se encontraron una escena espeluznante, de tal grado que, según contaron los vecinos del pueblo a la prensa gallega, no permitieron que la abuela y la tía maternas de las niñas entraran a reconocer los cadáveres. La exsuegra de Oubel vive en una casa muy cercana.
Las primeras pesquisas que realizó la Guardia Civil indican que para perpetrar el crimen, Oubel pudo usar sierra de brazo radial o el disco de una de estas máquinas. La herramienta, según éste, estaba en la casa porque hacía poco tiempo se habían hecho algunas reformas.
Los agentes encontraron en el baño al padre de las niñas, desnudo y con las muñecas cortadas. Previamente tuvieron que tumbar la puerta para acceder a él, porque se había encerrado. Oubel parecía estar inconsciente por el efecto de unas pastillas que había ingerido. El reconocimiento médico que se le realizó cuando llegó al hospital confirmó que las lesiones eran leves, a pesar de habérselas infligido con la misma herramienta que supuestamente usó para matar a sus hijas. De hecho, al día siguiente pudo pasar a disposición judicial.
Queda claro que el sujeto advirtió de sus intenciones, lo que hace que no se pueda sostener un arrebato, un trastorno mental transitorio, ni siquiera una anomalía psíquica. La frialdad, la premeditación, el conocimiento de la antijuridicidad del hecho avalan una sentencia más que probable para el mismo, a salvo siempre su presunción de inocencia. La compra de una herramienta tan salvaje para cometer los crímenes y la referencia a si cortaba dedos que le hizo al dependiente de la ferretería durante la misma, hacen que sobre cualquier comentario sobre la premeditación. La situación de inferioridad de sus hijas y el desvalimiento y la falta de éstas de cualquier mecanismo de defensa parece más que evidente. Podríamos seguir apuntando detalles jurídicos, pero no es eso lo que hoy me interesa destacar.
Lo que me mueve hoy a la escritura es la figura del criminólogo. El profesional conocedor del crimen con el que una vez potenciada su figura la sociedad podría evitar que algunos casos como éste se sucedieran. Ésta es la disciplina que nos hace que conozcamos los factores del crimen que nos permitan anticiparnos a él. Si las instituciones dispusieran con facilidad de esta figura y pudiera someterse a su criterio actitudes como éstas, probablemente podríamos poner en marcha los mecanismos que eviten la comisión, no de todos, pero al menos de algunos de los crímenes con los que nos sorprenden los medios de comunicación. Y es en el seno de la Universidad, como fuente de conocimiento dónde debemos de volcar todos nuestros esfuerzos en aras a conseguir diseminar todos esos factores que inducen al crimen para poder anticiparnos a él.