Por Eduardo Mora Sánchez (alumno del Grado en Transporte y Logística UCJC)
Creemos que el futuro del transporte será propiedad de los vehículos eléctricos. Quizá sea una buena opción para particulares, pero debido a su autonomía actual, todavía no se puede pensar en el transporte internacional de mercancías. De lo que quiero hablaros, tal vez ya lo hayáis visto, es una solución a dicha autonomía, lo cual proporcionaría un repostaje en ruta, no exactamente como los aviones, si no por algo, que actualmente se está implantando en nuestra sociedad.
Hasta hace no mucho, los teléfonos móviles sólo se podían cargar a través de un cable, hasta que se desarrolló la carga inalámbrica sólo con posarlo en una base. Hablando en el ámbito del transporte, esto sólo facilitaría la carga, y no alargaría la autonomía.
Volviendo a la comparación en el mundo de los móviles, desde hace años se ha intentado desarrollar una tecnología de carga inalámbrica, pero además a distancia. Esto sería un modelo a pequeña escala de la transmisión de energía a través del medio aéreo. Se ha probado ya en vehículos como podemos ver en la imagen, pero sería igual que el modelo anterior, ya que tendría que estar quieto sobre una base.
Lo que vengo a presentaros hoy, se basa en este sistema, pero distribuido a lo largo de la carretera, aportándonos 0 emisiones de CO2, gracias al vehículo eléctrico y la autonomía “infinita”, siempre y cuando dichas carreteras existan. Este sistema innovador se va a probar en Reino Unido, gracias a su gobierno, a través de la empresa pública Highways England, donde también se han involucrado empresas como Renault, BMW y Scania.
Este modelo, de momento, solo contempla la modificación de un carril para el uso de este sistema, en el cual, además de funcionar el vehículo gracias a su propia batería, la carretera también le suministraría energía a medida que se desplaza sobre ella. La transferencia de energía se realiza gracias a un proceso de electrización o carga por inducción; es muy interesante, pero complicado, por lo que si quieres más información te invito a investigar por ti mismo.
No obstante, también esto tiene sus pegas. Tan solo, modificar un carril y construir el sistema auxiliar que alimente la carretera, costará alrededor de 3 millones de euros extra de gasto por kilómetro respecto a una carretera convencional, y como he dicho, solo para un carril. Además, en un periodo de explotación de 20 años, el coste de la factura eléctrica, será más del doble que la infraestructura. Incluso hay otro problema más indirecto para el estado, ya que dejaría de ingresar 20 millones de euros en impuestos al reducirse el consumo de combustibles fósiles.
Todos estos pros y contras se verán claramente después de las pruebas en Reino Unido, con resultados cuantitativos. Si hablamos en términos de sostenibilidad, a parte de la medioambiental, que claramente tendría unos efectos muy positivos, ya que se reducirían las emisiones de CO2 en el transporte un 50 %, hay que tener en cuenta la sostenibilidad social, y la que posiblemente sea la más influyente en términos reales, la sostenibilidad económica. Si esta última no se cumple, será imposible que se lleve a cabo, ya que no le interesaría a nadie y habría que buscar medidas, más baratas, que tengan el mismo impacto ambiental.
Nota: este post se ha generado en el ámbito de la materia de Gestión Ambiental del Grado en Transporte y Logística (ver plan de estudios) de la Universidad Camilo José Cela (Marta Serrano Pérez y Tomás García Martín).
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