Tú qué harías?

Imagina esta escena por un momento: vas de viaje. Conduces un coche a través de la campiña. Llegas a un pueblo. Un niño se cruza en tu camino. ¿Qué haces? ¿Frenas?

Joshua Green, profesor de psicología de Harvard, quiso estudiar acerca de la ética y la moral relacionándolas con las neurociencias. Sus famosos dilemas morales con trenes (trolleys) sugieren que hay dos tipos de empatía: una fría y otra caliente.

En uno de los dilemas, un tren va a arrollar a cinco personas y tenemos la posibilidad de cambiar de vía al tren utilizando una aguja. La cuestión es que en la otra vía otra persona sería atropellada por el tren. Probablemente tú, como la mayoría de la gente, no tendrías problema en decidir utilizar la aguja y salvar a cinco personas condenando a una. Este mismo dilema tiene otro variante: es el mismo tren que va a arrollar a cinco personas pero ahora tú estás en un puente sobreelevado al lado de un señor gordo y si arrojas al señor a la vía puedes parar el tren. En este caso tú, como la mayoría de la gente, te negarás a hacerlo.

Para Greene el primer caso es un dilema impersonal, de empatía fría, e implica regiones del cerebro como la corteza prefrontal y el córtex parietal posterior (áreas vinculadas con la razón). Sin embargo, el segundo caso es un dilema personal, caliente, implica provocar la muerte con nuestra actuación de forma directa y en este caso la zona del cerebro implicada es la amígdala, centro emocional del cerebro.

La explicación evolucionista del diferente comportamiento de las personas en estas dos situaciones sería que durante la mayor parte de nuestra historia evolucionista los seres humanos hemos vivido en pequeños grupos donde nos conocíamos todos y donde la violencia sólo podía infligirse de una manera directa, personal (golpeando, estrangulando, empujando). Para tratar con estas situaciones hemos desarrollado unas respuestas emocionales aversivas inmediatas, de base emocional. El pensamiento de arrojar a una persona por el puente dispara esta respuesta emocional aversiva. Mover una aguja que desvía el tren no guarda semejanza con ninguna circunstancia en las que nosotros y nuestros ancestros hemos vivido en el pasado. Por ello, el pensamiento de activar la aguja no dispara la misma respuesta emocional que arrojar a una persona a las vías.

Este mecanismo explica los problemas para llevar a cabo el Holocausto que tuvieron los nazis. Cuando utilizaban métodos muy directos como disparar directamente a las personas los soldados vomitaban, sufrían crisis nerviosas, debían de ayudarse de alcohol y drogas, y muchos de ellos no podían llevar a cabo esas matanzas. Cuando el método utilizado fueron las cámaras de gas se facilitó enormemente la ejecución de esas atrocidades. Esto explica también que un soldado americano que no daría un sopapo a un niño sea capaz de disparar un misil desde un F-18 a cientos de kilómetros de la diana y provocar la muerte de 200 niños.

Pero volvamos a la imagen inicial. Conduces un coche a través de la campiña. Llegas a un pueblo. Un niño se cruza en tu camino. Ahora lo sabes, ese niño será el responsable de la muerte de seis millones de judíos. Es Adolf Hitler y su madre grita desconsolada ante el inminente atropello. Y sí, probablemente, sí frenarías. A pesar de todo, lo harías.
 

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